Qué bien el cumpleaños. Qué bien. Qué de risas y qué de ruido. Qué difícil de explicar en un minipost. No sé si ganaron los indios o los vaqueros, porque solo mantuvimos la organización durante la primera media hora. A partir de ahí reinó el caos y ya fuimos todos contra todos, en una espiral de locura chillona colectiva. Nos pegábamos de tiros, y nada. Los muertos se volvían a levantar y seguían luchando con lo primero que pillaban. A uno tuve que cogerle al vuelo mi sable láser. Una fiesta muy de mi estilo. Al final logré aunar a una porción de mi grupo, repartir pistolas espaciales y planear el rapto del capitán de caballería Karlos Zhonson. Incluso a pesar de que lo de armar indios con pistolas láser no era muy ético, le debía una venganza por lo de cambiarme un perro por una chinchilla. Caímos los diez sobre él justo cuando abría la puerta a los dos primeros padres. No le pudimos tumbar. Tiene mucho rodaje de rugby, el maldito. Nos llevó arrastrando hasta el sofá y allí caímos todos rodando entre gritos, chiu-chiu de pistolas, y risas esquizofrénicas. Capitán, indios, sombreros, plumas, perros... Un grupo de vaqueros que pasaban comiendo tarta, también se sumaron a la melé. Los dos padres nos miraban desde la puerta entre la fascinación y el estupor. Su hijo era uno de los que estaban debajo gritando muererostropálido. Se me ocurre que a lo mejor el año que viene no son tantos los niños a los que dejan venir.
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