ArtÃculo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 13 de marzo de 2014
Este artÃculo analiza la relación que existe entre la concentración de la propiedad, por un lado, y el tamaño e intensidad de la pobreza, por el otro.
La revista de negocios estadounidense Forbes publica información periódicamente sobre los super-ricos del mundo, considerando como tales a aquellas personas que ingresan más de 50.000 millones de dólares al año. El Institute for Policy Studies de Washington D.C., EEUU, y la revista económica Dollars and Sense han publicado una reseña basada en los datos de Forbes que da una imagen certera de la distribución de los super-ricos (Robin Broad y John Cavanagh, “The Rise of the Global Billionaires”, Enero/Febrero 2014). Y lo que se observa de una manera muy clara es el cambio desde los años noventa en la distribución de los super-ricos. Desde después de la II Guerra Mundial, los super-ricos se concentraban en EEUU, Europa Occidental y Japón. La situación actual, sin embargo, es muy diferente. EEUU continúa siendo el paÃs con un mayor número de super-ricos (442), un número que en proporción sobre el total de super-ricos del mundo no ha variado a lo largo de los últimos años. Estos 442 representan alrededor del 31% de todos los super-ricos del mundo. Ahora bien, donde ha habido un cambio enorme ha sido en la República de China (122) y Rusia (110), que pasaron de no tener ninguno a ser el segundo y tercero en tener super-ricos. Alemania es el cuarto paÃs (58), seguido de India (55), Brasil (46), TurquÃa (43), Hong Kong (39) y el Reino Unido (38). Estos datos muestran el número de super-ricos, pero no señalan el nivel de riqueza que alcanza cada super-rico. Si miramos estos datos, podremos ver que el individuo más rico del mundo, el Sr. Carlos Slim (73.000 millones), vive en México (un paÃs donde la pobreza es muy extensa), seguido de Bill Gates en EEUU y Amancio Ortega en España (57.000 millones), uno de los paÃses con una mayor tasa de desempleo y una mayor tasa de pobreza en la OCDE.
El significado de estas cifras va más allá de los números señalados, pues que existan super-ricos quiere decir que hay una enorme concentración de la riqueza, ya que cuando hay super-ricos –la cúspide de la pirámide– quiere decir que hay también ricos y casi ricos. En otras palabras, es un indicador de que aquel paÃs tiene una enorme concentración de la riqueza y, por lo tanto, grandes desigualdades.
El segundo significado de la existencia de super-ricos es que también hay muchos superpobres. En realidad, desigualdad quiere decir, en la mayorÃa de casos, gran pobreza. En realidad, los primeros –los super-ricos– no se pueden explicar sin los segundos –los superpobres–. Es decir, los primeros gozan de enormes riquezas precisamente porque los no ricos tienen menos riqueza. La riqueza de los primeros ha sido extraÃda de los segundos. Soy consciente de que esta expresión choca con la sabidurÃa convencional que asume que la desigualdad es una cosa, y otra lo es la pobreza. La evidencia, sin embargo, de que las dos son dos lados de la misma moneda es clara. Si analizamos, por ejemplo, la distribución de las rentas que existen en un paÃs, podemos ver que estas derivan o bien de la propiedad (es decir, de la riqueza, o sea, de la posesión de recursos que generan renta) o bien del trabajo. Pues bien, la gran división en las sociedades es entre el primer grupo de propietarios y gestores de las mayores cantidades de propiedad, y los que trabajan para poder vivir. Estos últimos son, por cierto, los productores de la riqueza, de cuya distribución depende su grado de concentración. Cuando la renta generada por esta producción va predominantemente a los rentistas del capital, es cuando nos encontramos con el gran número de super-ricos, los cuales han copado esta abundante riqueza debido a que han expropiado la riqueza y la renta derivada del mundo del trabajo. No es por casualidad que aquellos paÃses en los que hay más super-ricos, sean también aquellos en los que hay más pobres y superpobres.
Y lo que ocurre en cada paÃs, ocurre a nivel internacional también. De esta situación se derivan varias observaciones:
1. No hay paÃses pobres. En realidad, algunos de los paÃses llamados pobres tienen una gran cantidad de super-ricos. El argumento de que la riqueza que se acumula en la cúspide filtra hacia todos los otros estamentos de la sociedad no se ajusta a la realidad.
2. La pobreza no se debe a la falta de recursos de un paÃs, sino al control de estos recursos por parte de los super-ricos del paÃs, que siempre están en alianza con los super-ricos de otros paÃses.
3. Es denunciable que en España, donde uno de cada tres niños está en riesgo de pobreza, exista un grado de concentración de la riqueza tan elevado, lo cual se podrÃa resolver fácilmente redistribuyendo los recursos, hoy en propiedad de los super-ricos.
4. Su pobreza está basada en su falta de control de la propiedad de los super-ricos, que estos utilizan para su propio enriquecimiento en lugar de asignarla a mejorar las condiciones de vida de la mayorÃa de la población.
5. El incremento de las desigualdades se debe principalmente a factores polÃticos y, muy en especial, al enorme poder que los super-ricos tienen sobre los Estados, que son los que están imponiendo polÃticas públicas que los favorecen.
6. El enorme desprestigio de la Unión Europea y de los gobiernos de sus paÃses miembros se debe precisamente a este hecho: la enorme influencia de los super-ricos (bien sea de la banca o de la gran patronal) sobre los polÃticos.
Una última observación. Se me dirá (ya se me ha dicho), que el hecho de que el tercer super-rico del mundo sea español no tiene nada que ver con el elevado porcentaje de pobreza y/o el alto nivel de desempleo. Esta postura ignora que el Estado que facilita que haya super-ricos es el mismo que favorece los salarios bajos, la polÃtica fiscal regresiva, el escaso desarrollo del Estado del Bienestar y la limitadÃsima capacidad redistributiva del Estado. Hay, pues, una relación directa entre los primeros y los segundos, por mucho que este hecho evidente se intente ocultar. Asà de claro.