El latín vulgar no se diferencia del clásico por la fecha, pues es tan antiguo, y más, que el latín literario; vivió siempre al lado de él, aunque no siempre igualmente divorciado de él». Y en este latín vulgar, del que nos habla don Ramón, nacieron las preposiciones que fueron sustituyendo a la declinación clásica que usaba distintas terminaciones según los casos (nominativo, vocativo, genitivo, acusativo, dativo y ablativo) y pasaron, ya formando perífrasis, al español.
En español y en otras lenguas romances las preposiciones son elementos relacionantes invariables (no tienen género ni número), carecen de significación léxica y únicamente la tienen gramatical. Sirven para unir elementos de distinto nivel sintáctico, v.g.: «Guardo mis libros en librerías cerradas». (Yo, sujeto tácito) guardo (núcleo del predicado) mis libros (objeto directo) en (preposición) librerías cerradas (subordinada circunstancial en que el término «librerías» está modificado por el adjetivo «cerradas»). Aclaro que los muebles en los que se guardan los libros se llaman «librerías», aunque en México, Centroamérica y algún otro país hispanohablante se les dice «libreras», pero en verdad «librero» y «librera» son quienes tienen por oficio vender libros.
Por influjo de otros idiomas, varias preposiciones en español se usan mal, y hay quien dice: «Mesa en madera, adorno en vidrio soplado», en lugar de utilizar la preposición debida que en esos casos es «de»: «Mesa de madera, adorno de vidrio soplado», pues sirve para designar el material de que están hechas las cosas.
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