Apostilla sobre los artÃculos censurados
La censura se ejerce básicamente por dos causas: miedo o enojo. A grandes rasgos ambas responden a una misma carencia. En el número de octubre del periódico “El Santotomesino”, donde publiqué notas de opinión en los últimos tres años, fui censurado. Primero Mariano Zmutt, director editor responsable del periódico, no publicó mi habitual artÃculo de contratapa, que para octubre era «Leer la Argentina: una lástima». Segundo, en el artÃculo editorial de página 4 («Cierre de un ciclo positivo») fue omitido un párrafo esencial, donde explicaba al lector las razones de mi alejamiento del periódico.
El párrafo va directamente después del subtÃtulo «Dignificar», y dice: «No cierro este ciclo por resignación o hartura sino por razones que tienen más que ver con la dignidad por el oficio elegido, y por la imposibilidad (asà me lo han manifestado repetidas veces), de que este oficio pueda ser rentado. La decisión ha sido meditada con calma. Si he decidido trabajar dignamente, soy quien primero debe dignificar el oficio. Para que no queden dudas o se despierten inútiles suspicacias: a lo largo de estos tres años he estado escribiendo estas columnas en forma gratuita, sin cobrar un solo peso como contraprestación».
Es justamente este párrafo de 92 palabras quien da sentido al subtÃtulo. Cortando el párrafo el subtÃtulo no se entiende. Irónicamente, para censurar también se requiere saber leer. La maniobra recuerda a esas fotos en donde se hace “desaparecer” a alguna persona cuando cae en desgracia, resaltando que los que quedan abrazan al aire o gesticulan y sonrÃen ante fantasmas. El absurdo es revelador, pues la censura nunca vence; tarde o temprano se terminan conociendo las maniobras y el censor es vilipendiado. Cuando en su momento el columnista Julio Nudler fue censurado en Página/12, envió el artÃculo por mail. Al dÃa siguiente yo tenÃa ese artÃculo en mi casilla de correo. No por amistad con Nudler, a quien nunca conocÃ, sino por esas azarosas cadenas de correo que ejercitan y fomentan la democracia como pocos. Todos mis artÃculos son publicados en el portal de Mundo Cultural Hispano. ¿Acaso Zmutt pensó que su acto pasarÃa desapercibido?
Cabe preguntarse ahora qué fue lo que movió a Zmutt a censurar mis artÃculos. Sobre la contratapa podrÃa argüir que “necesitaba el espacio para las fotos de la fiesta del periódico”, lo que es dudoso: en los dos cumpleaños anteriores Zmutt no utilizó la contratapa porque allà estaba mi artÃculo. De hecho, esas fotos podrÃan haber ido en otra parte, o mi contratapa pasar al interior. Pero mi artÃculo de contratapa se publicó allà ininterrumpidamente durante tres años. Además, el periódico incrementó el número de páginas: de 32 en septiembre pasó a 36 en octubre. No se trata de espacio, entonces, sino de una decisión polÃtica. Esta decisión fue tomada después de que yo enviara los artÃculos. ¿Debo interpretarlo como una represalia?
Más curioso es lo ocurrido con el otro artÃculo. Demoré en escribirlo, porque no querÃa herir susceptibilidades y porque no haber cobrado mis notas durante tres años no es un problema de Zmutt en sÃ, pues nunca se habló de pago por esas notas. De hecho las asumà “deportivamente”, como una contribución cÃvica. Y cuando comencé a plantear la posibilidad de una contraprestación económica por ellas, Zmutt argumentó que no tenÃa dinero. ¿En qué puede haberlo afectado entonces a Zmutt que en mi nota explique al lector las razones personales por las que ya no me leerá? Es decir, ¿qué motivó la censura, el miedo o el enojo?
Ambas posibilidades desconciertan. Si pienso en el enojo, también pienso que no se justifica porque antes que sentirse enojado Zmutt deberÃa sentirse agradecido porque le envié artÃculos durante tres años. Si pienso en el miedo, automáticamente surge la pregunta: ¿miedo a qué o a quiénes? ¿Acaso Zmutt teme que se conozca que no abona las notas? ¿Acaso el temor surja porque hay quienes están convencidos de que las paga? ¿Acaso quienes están convencidos son los intendentes, presidentes comunales y empresarios que aportan publicidad para cada número? ¿Acaso el temor anticipe alguna eventual molestia de los ciudadanos de Santo Tomé, que consideraban al periódico de otra manera? ¿Acaso Zmutt teme que se advierta que el periódico sale gracias a la desinteresada colaboración de un grupo de personas, y que el dinero recaudado va sólo para él?
La reacción de Zmutt sugiere una manifestación emotiva antes que racional, pero no por ello disminuye la bajeza de haber censurado. Es una paradoja, porque en mis notas (y especialmente en la que nos ocupa) he apuntado a la libertad de expresión, al oficio, al sentido cÃvico de la participación, a la vida democrática, a la necesidad de decir la verdad, aunque duela, porque es la única forma de gestar un piso de dignidad a partir del cual poder construir. «La dignidad», titulé uno de mis artÃculos, «no se negocia». Consecuente con ello es que decidà no enviar más notas a “El Santotomesino”, y para evitar «inútiles suspicacias» hasta me tomé el trabajo de escribir una despedida aclaratoria. Se lo comuniqué verbalmente a Zmutt con más de un mes de antelación, incluso, para que pudiera cubrir los espacios a partir de noviembre. Le envié también, como correspondÃa, los dos artÃculos para octubre.
No asistà a la cena aniversario, y lo informé con tiempo, por considerar que ya no pertenecÃa al staff del periódico, y porque me pareció de mal gusto (y sigue pareciendo) que Zmutt no me obsequiara la tarjeta sino que, argumentando razones presupuestarias, me la quisiera “vender”. No deja de ser llamativo que Zmutt, elementalmente, no me invitara a la cena considerando los tres años de colaboraciones ad honorem. Algo no cierra en un esquema que sólo contempla a una de las partes. Un acto de censura siempre dice más del censor que del censurado.
Lo más triste de esto no es la mutilación de mi artÃculo, que en Internet (www.mundoculturalhispano.com) puede conocerse junto con esta “apostilla”, sino que “El Santotomesino” ha dejado de ser creÃble. Desde octubre de 2006 sabemos, con certeza, que la censura también ronda sus páginas. Quizás siempre lo hizo y durante tres años yo no lo supe ver. Pero ahora es difÃcil retroceder: una vez que se ejerce la censura no hay acto que devuelva la vergüenza perdida. Es una lástima: Santo Tomé, y las localidades aledañas, han perdido otra oportunidad.
© Carlos O. Antognazzi.
Escritor.
Santo Tomé, octubre de 2006.
Pdta.: Los artÃculos censurados pueden leerse en la web de MCH.