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MS18

sobre "Listones de Colores", del escritor salvadoreño Carlos Soriano

Willo Cucufate

El Salvador



Cuando la mara de los alacranes del  INFRAMEN chocaba contra la mara del Cervantes o contra la mara de los verdes de la ENCO, las calles de Sansíbar eran noticia y la gente le decía a los cuílios: -¡Verguellen a esos mariguaneros!
Cuando los muchachos del Garcia Flamenco, los del Santa Cecilia, los del Ricaldone  o  los del Externado (hubo quien se les salió del huacal), formaban su trepaquesube, allá en el gimnasio nacional (¡ostia! que en su cole no pasa nada, tío), suspiraba el aya: -¡Puchica, mándemoles a pasear a Disney, pue! Entonces eran los años dorados.

 La primera referencia sobre la novela corta Listones de Colores, del escritor salvadoreño Carlos Soriano, con la cual obtuvo el primer lugar, en el concurso Rogelio Sinán de la Universidad Tecnológica de Panamá, en su versión novela, del año 2005, fue que se trataba de una obra que aborda el fenómeno de las “maras” en aquel país. Con las malas noticias sobre este problema social, que a menudo los medios de comunicación nos presentan, cualquier ciudadano al que le guste leer y con un mínimo de conciencia sobre la creciente inseguridad en las calles de nuestras ciudades modernas, queda atraído al enterarse de la existencia de una obra literaria que se interne en la recreación de ese violento y escabroso universo.
 Pues bien, aquel lector “morboso”, que decide internarse con esta lectura en ese sinuoso mundo marero, buscando quizás, una prosa exhibicionista y apologética de la violencia callejera, impregnada de drogas, sexo y “pajaritos preñados”, pues este lector desprevenido de seguro se llevará una gran decepción, puesto que por palabras del propio autor, “esta novela trata de una historia de amor”; agregaría de mi parte, marcada por la fatalidad de esa violencia previa, institucional y sistémica, que aún con la firma de los acuerdos de paz de 1992, todavía hasta la fecha, sigue estigmatizando  a la mayoría de la nación salvadoreña.
 Es cierto, el autor a través de su texto literario nos recrea una historia de amor, podríamos decir, que esta visión viene a formar parte de la lectura fácil y evidente, sin embargo detrás o entremezclada en el entramado de las acciones subyace el pre-texto, que nos es más que el conjunto de relaciones (casi leyes sociales) sociológicas que rigen a ese conglomerado humano, llámese: sociedad salvadoreña. Pues bien de la lectura o interpretación de ese pre-texto, es decir de esa realidad salvadoreña, nace este texto, el cuál  el autor nos entrega, para que el lector  autónomo, critico, o no, elabore su propia lectura de acuerdo a su marco de referencia y a su muy respetada conveniencia subjetiva y objetiva.
 Al leer el breve pero interesante panorama literario de Carlos Soriano, elaborando una forzada e ilógica analogía, vemos que se trata de un casi historial policivo, tomando en cuenta que ha sido educado por Jesuitas; sin exagerar ese liviano detalle en “El Pulgarcito de América”, cantó el poeta... “El país de la Sonrisa”, pregonó el Sr. Mercado... en donde en aquel tiempo, que bien podría ser mañana, la inteligencia se pretendió asesinar con una bala en la cabeza, pues pensar diferente, casi siempre era considerado por algunos, como algo subversivo. Pues bien este joven escritor, que a los doce años comenzó sus primeros pasos literarios, en este momento con la publicación de su novela Listones de Colores, bien  se puede asegurar, que Soriano en el buen sentido de la palabra, es un escritor “malamañoso” y con mucho futuro como narrador. -¿Y cuál es la neta maje? Reclamaría el Srcapy, haciendo una señal indescifrable con sus crispados dedos y mostrando un dolor indeleble con sus lágrimas de tinta azul.
 -A mi criterio Ese, le respondería, con mi mano derecha posada sobre mi corazón y con mis dedos dibujando un signo de amor y paz, en cuanto a la forma, el Carnal Soriano, se fajó bien chévere... al hacer buen uso de dos elementos literarios en el diseño de la ingeniería de esta novela, estos
son: estructura y caracterización del personaje principal.
El primer elemento y principal tiene que ver con el “como el autor decide contarnos su historia”,  en este caso la historia se nos narra en extrema res (desde el final), la misma mecánica de desarrollo se aplica a cada uno de los capítulos, que imparables avanzan en sentido antihorario, engarzados muy hábilmente unos con otros, agregándole mayor grado de dificultad a la lectura, ya que el autor hace uso de un coro de voces narrativas que nos relatan la misma historia desde un “solo narrativo” muy personal en cada uno de los respectivos capítulos en que se encuentra dividida la novela (sábado , viernes, jueves ,miércoles ,martes , lunes). Pero no nos engañemos, no se trata de una monótona primera persona, en su prosa narrativa Soriano,  hace gala del buen uso de elementos de la narrativa moderna (flash back, elipsis, sueños, videncias, estados alterados sicológicos, movimiento cronológico constante, cambios en la voz narrativa, movimientos escénicos.) Elementos todos que en su conjugación vuelven la lectura no solo interesante, sino poseedora un buen grado de dificultad, pero afortunadamente decodificable.
 El otro elemento mecánico literario al que me quiero referir es el excelente trabajo de personificación del perfil psicológico del personaje principal (Bernardo); este detalle, que se trabaja en el primer capitulo y la disposición de los demás hacen de esta, una novela de calidad, de otra manera, este texto no pasaría de ser dentro de la literatura de consolación, una simple mirada angelical a lo Corin Tellado, a un Cáncer social que no será posible extirpar,  con oropimente, ni con pan ázimo.
Otra cosa, desde mi perspectiva de inmigrante, a lo mejor  muy subjetiva y nostálgica, con lo que respecta a la ambientación, he extrañado mucho la geografía, topografía y el léxico  cuscatleco de la gran San Salvador. Por palabras del mismo autor son elementos que obvió  con tal de que su obra “no perdiera universalidad”. Difiero con el autor en este punto, creo que si no actuamos a fuerza de insistencia en presentarnos al mundo, nuestra geografía seguirá siendo anónima; les comento, yo que de seguro nunca en mi canija vida conseguiré una visa gringa, se reconocer en las películas  el “Central Park” de New York. Soy creyente que la trascendencia se logra con un buen tratamiento del tema, con la fuerza narrativa que logre desarrollar el autor, con el uso y manejo del lenguaje. Dos ejemplos son suficientes:
Tirano Banderas, de Ramón del Valle Inclán, pese a necesitarse de un glosario para traducir la “jerigonza” del mexicano común y corriente, el autor logra con el desarrollo de lo que a partir de entonces se conoce como “el esperpento”, cautivar, fascinar, reflexionar y divertir al lector. Por otro lado, pero cerquita de allí mismo, Juan Rulfo, con su Llano en llamas, pese a su decidido y evidente regionalismo, aprisiona al lector dentro de la realidad lacerante y desértica de los gabanudos, que bajo la consigna de “Pan, Tierra y Libertad” derramaron su sangre al fragor de la revolución mexicana, la que al elevar victoriosos a algunos (que por su puesto no eran calzonudos), la única tierra que les legó fue la de su fosa.
 Retomando una vez más la óptica literaria, no cabe la menor duda que nos encontramos ante un narrador con mucho talento, para la palabra escrita, pero desde mi punto de vista la falla más notoria de esta novela está, precisamente en el manejo del lenguaje que el autor hace con la mayoría de los personajes, por ejemplo el habla de los mareros es liviano, no imprime la fuerza, ni el pánico que su jerga puede causar. Se siente en los personajes un lenguaje demasiado culto, para los roles sociales en los que se desempeñan; Esmeralda si acaso llegó a cursar el noveno grado, Mario es un travestí del que solo se cuenta que patea calle desde siempre, de Estela se dice que es una ama de casa, la que después trabaja como obrera en una maquiladora; donde más notorio es este problema, es con el personaje Cata, una anciana como de setenta años, que aparece como una señora que toda su vida se dedicó a oficios domésticos y de la cuál no se dan mayores señales acerca de su formación cultural, pero que sin embargo se expresa con palabras, tales como: Pág. 186= tortuosos, Pág.192= ecuanimidad, Pág.193= muérdago, Pág.194= exentos, Pág.195= ignoto, parsimonioso, convincente, desvarío. Casi al final de la novela, no sé si de manera conciente, el autor da una leve e insuficiente  señal que justifique el lenguaje usado por Cata.
Me refiero a la escena en que Cata hace entrega de los libros al doctor Aviles, los que durante muchos años ella misma llevó a Bernardo a su reclusorio.
 Con estas pequeñas observaciones “en contra”, no reniego ni mucho menos desvirtúo la calidad que como producto estético (disculpen creadores, la mala palabra) posee Listones de Colores, sencillamente estoy tratando de ser justo y equilibrado en cuanto a la valoración y apreciación de esta obra, estamos claros que no es la única, ni la última palabra.
 También es bueno compartir con ustedes que el valor semántico de la palabra “mara”, se potencializó , luego después del conflicto armado (...1981-1992), luego del éxodo masivo de miles de compatriotas por todo el mundo y principalmente luego de la deportación de cientos de esos miles de paisanos, para los que el “American Dream”, se les convirtió en pesadilla, entonces la mara dejó de ser el grupo de amigos con los que de manera revoltosa, pero no violenta, íbamos a vacilar al parque, al río o a practicar deporte.
 De las maras que recuerdo y que participé en ese relevo generacional adolescente, no son la Dieciocho, ni la MS. Era distinto allá en mi recordado Nixatropolis; en los tiempos de mi viejo azotó “La Pesada”, en los tiempos de mi tío azotó “La Banda Plástica” (si dudan pregúntenle al actual alcalde vitalicio de esa ciudad) y en mis tiempos, surgió la mara consecuente, “El Club Juvenil Generación 2000”, después... vino la guerra, es decir el país entero se dio cuenta que ya estaba con nosotros... hace tiempo.

 

 

 

 

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