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García de la Concha: «El Estado no debe intervenir en la labor de la RAE»

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Víctor García de la Concha, en la biblioteca de la Real Academia Española. Foto: © EFE/Paco Campos

Víctor García de la Concha, en la biblioteca de la Real Academia Española. Foto: © EFE/Paco Campos

Han sido trescientos años en los que reyes y gobernantes han tratado a veces de controlar a la Academia, frente a largos períodos en los que el poder ha respetado la labor de esta institución.

«El Estado no debe intervenir en la Academia porque eso iría contra la propia naturaleza de lo que es esta institución», afirma García de la Concha en una entrevista con Efe, en la que habla del pasado remoto pero también de los últimos quince años en los que se ha consolidado el trabajo conjunto con las Academias hispanoamericanas.

«La política lingüística panhispánica no tiene vuelta atrás, si se la cultiva y se emprenden nuevos proyectos, nuevas acciones. O crece o muere. Y esa responsabilidad recae en la Academia Española», asegura el actual director del Instituto Cervantes.

Y no se olvida del futuro: «la Academia debe seguir trabajando por la unidad de la lengua, y debe abrirse totalmente a la sociedad pero sin convertirse en una plaza de pueblo».

«Si lo hiciera, la propia sociedad terminaría despreciándola», sostiene García de la Concha, antes de recordar que «la RAE es un recinto de trabajo, de reflexión».

Para escribir La Real Academia Española. Vida e Historia, publicado por Espasa, ha manejado las actas que conserva la RAE desde que fue fundada en 1713, junto a otros documentos.

La Academia contaba ya con la Historia de Alonso Zamora Vicente, centrada en las biografías de los ocupantes de los 46 sillones. Faltaba «un relato secuencial» que mostrara qué ha hecho esta institución en cada etapa y cómo han ido evolucionando el Diccionario, la Gramática y la Ortografía.

La RAE fue creada por Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, y por un grupo de «novatores» que reivindicaron la cultura española «en un momento en el que España era despreciada en Europa», comenta el autor.
Y el primer objetivo fue hacer un diccionario a la altura de los que ya tenían otros países europeos.

En 1726 apareció el primer tomo del Diccionario de Autoridades y, trece años más tarde, el sexto. «Fue una verdadera gesta», asegura García de la Concha.

Tras una etapa «dinástica», en la que a un marqués de Villena le sucedía otro, entra en escena Ignacio de Luzán, famoso por su Poética. Junto con el ministro de Estado José de Carvajal planifica una academia nueva de Ciencias y Letras (una idea que se repite a lo largo del XVIII y XIX).

«Para contrarrestar esa posible academia unificada, la Academia hizo algo impresionante: nombrar en un mismo día a Carvajal académico y director. Abortaron la operación», comenta el autor.

Y, «en buena medida», también se fraguó en la RAE la expulsión de los jesuitas en 1767, porque «el fiscal de la causa era académico».

Durante la Guerra de la Independencia (1808-1814), los académicos se reunieron en 66 ocasiones. «Seguían revisando palabras; daban continuidad a la Academia».

La actuación del Rey Fernando VII fue «muy negativa». Destituyó al director de la Academia, Ramón Cabrera, y eliminó de la nómina académica a cinco miembros «por afrancesados».

Otro «momento de peligro» se vivió durante las Cortes de Cádiz, porque «a los radicales liberales no les gustaba que la Academia estableciera normas. Le quitaron las subvenciones económicas».

Si en el XVIII abundaban en la RAE los aristócratas y clérigos, en el XIX entraron políticos, escritores, periodistas y militares de alto rango.

En la etapa del director Juan de la Pezuela, conde de Cheste (1875-1906), había tantos políticos destacados en la Academia que, cuando terminaban los plenos, decían: «se levanta la sesión; comienza el Consejo de Ministros».

En el siglo XX cambiarían las cosas y, bajo la dirección de Menéndez Pidal, la Academia «da el giro hacia la Filología».
Durante la Guerra Civil (1936-39) la RAE quedó cerrada «con un piquete de milicianos en la puerta», mientras que Franco creaba en Salamanca el Instituto de España, donde agrupó a todas las academias de la zona nacional.

En 1941, llegó una orden de destitución de seis académicos exiliados. La Academia «dio la callada por respuesta» y no convocó aquellas plazas.

El único que regresó a España fue Salvador de Madariaga, que ingresó en 1976. Los demás murieron en el exilio.
En la Academia ha habido siempre personas «de todas las ideologías».

Lo explicaba Pedro Laín Entralgo, para quien la RAE era «un espacio de convivencia en libertad, donde un condenado a muerte (Buero Vallejo) se sienta al lado de Torcuato Luca de Tena, un hombre de derechas», evoca García de la Concha.

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