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LA PALABRA (9)

Pedro Fuentes-Guío

España



Para armonizar mis palabras, como una premonición de soles, busco estiletes de tierra, de enredo y sombra. No me pregunto en qué suelo o en qué cielo me han nacido, yo las encuentro ahí, como silencios rotos, deslizándose por su pista dura y sin padrinos, y las adopto, las amo y reverencio. En mis manos, como si fuera un nido, las palabras se sienten bien, dóciles y amantísimas, dispuestas a que las lleve hacia la ventana de sus secretos, amparadas en vuelos musicales. Y me hablan de paisajes, de distancias bajo el viento, al tiempo que me piden que las ponga mi cascabel de sangre para empezar a sonar a todos los oídos.

Se dejan empujar, mis palabras, hasta que las encuentro su sitio, ese lugar que habla de abrazos, de risas, de besos escarlata, pero también de duelos, pena y muerte. Son mariposas locas, niñas traviesas que buscan un corazón de rosas, un alero de brisa, un trozo de sol ya derretido, o son huracán y bofetada, se quitan la capa de nieve, desmontan un sueño y salen a la calle por su boca de floresta. Nunca sé si son ellas o soy yo, o ambos al mismo tiempo, quien se prenda del atardecer y del caballo, de los días y los juegos, de alientos y caracolas, que salen enamorados y brillantes como niños secándose una lágrima.

A veces se hacen niñas en boca de niña, en ese primer balbuceo, que apenas es frase, sólo imperativo de expresión y asombro, cuando la niña que se llama Alba, igual que el amanecer, se queda extasiada ante una puesta de sol ensangrentada y, por todo hablar, dice: "Bonitooo..." Y la palabra se hace reina de la belleza, de todo lo hermoso y sublime que ver pueden los ojos. O la niña se para ante el rosal y, sacando su alma en la palabra, vuelve a repetir: "Bonitooo...”

No hace falta nada más, todo está dicho, la imagen sale del humo, como ascua refulgente, y busca un gallo de peleas, el mástil donde ruge el viento, porque se ha detenido el tiempo en la voz infantil que empieza, a descubrir palabras. No puede haber nada mas puro que las primeras palabras que pronuncia un niño, tan nuevas, recortadas, casi mutiladas, pero con todos los soles y las estrellas dentro. Y es entonces, ante esos primeros pasos infantiles por el lenguaje, cuando deseo volver a ser niño de nuevo, estrenar la palabra "mama", la palabra "papa" (así, sin acento), la palabra "agua", y decirlas como entonces, con más emoción que miedo, con todo el ardor de la inocencia, a la sombra vegetal de la mañana, de la tarde y de la noche. Quedarme ciego de futuros, en enigmas de calendario, donde todo es tan hermoso, con tanto brillo que las manos lucen, alumbran más que los candiles, porque el tiempo se ha hecho palabra en la boca de mi yo niño, mientras me pregunto: ¿Qué tendrá que ver Dios con estas cosas?

(Continuará)

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