La ignorancia, en su osadía, deforma la libertad y la democracia, y, acomodándose en la pérdida de valores y en la crisis medular de mezquindad, zafiedad e incultura, se revuelca en las calumnias y patrañas, cotilleo y sexo, para campear por el libertinaje... A esto, ahora, se le llama progresía y modernidad.

Ha sido en Barcelona el tiroteo de unos sujetos contra un hombre; fue, en Asturias o Andalucía, la violación y asesinato de una muchacha que regresa sola y es, en Madrid, a la vista de los atónitos transeúntes, el asesinato de un joyero, como otros compañeros son atracados y asesinados en sus tiendas; y son familias vejadas, agredidas y apaleadas por robo y con saña, en sus propias casas; y allí las dejan en su propia sangre. Inmediatamente, las fatuas voces que se tildan de "progresistas" acuden, con su papanatismo, a casi achacar el asesinato al Ministerio del Interior, porque faltan guardias en la calle, no que sobran las bandas de delincuentes, los extraños pululando sin trabajo y los ociosos de aquí y de allá que, en avalanchas de descontrol, se cuelan por la puerta ancha de la ilegalidad y la falsa bondad. No, no es el ministro de turno. Faltan leyes contundentes, falta el respeto, la educación y resignación; sobran la inepcia y la injusticia. Perjudican los inmigrantes ilegales que no se controlan y no se ponen lejos de nuestra frontera. Denigran los presos en grados atenuados de cumplimiento de la pena, empezando por los maleantes de chaqué y despacho que pasean su golfería y se ríen de su listeza y de nuestra paciencia y terminando por los bandidos y mafiosos importados del Oriente Europeo, de África y de América.

¡Es que se necesita la modernidad y el progresismo! Pero, acallar estas cosas se llama transigencia. Connivencia es la colectiva y mediática degradación ética de las televisiones de consumo masivo; la insolencia y la dejadez que cabalgan en la grosería; la pérdida de autoridad por parte de los profesores; la supremacía del dinero como medida de todas las cosas y única norma moral; la absoluta ausencia de principios; la injusticia campante y, además, encomiada. Y, si alguno piensa, dice o hace lo opuesto y discrepa es un españolista, un facha, un xenófobo, un déspota, un intolerante, y todo aquello que su idiotez les brinda. Solamente se han plegado a la moda y a la desfachatez, se han subido al carro que más traquetea, se han pegado a la chaqueta que más casca y brilla y ufanos pasean su pillería y pobreza mental.

No es justo ni necesario permitir lo impermisible. No es preceptivo tolerar lo intolerable. Falta poner los valores sobre la mesa y cortar por lo sano. Ha de venir la hora y es esta, en que prevalezcan absolutamente la honradez, la integridad y la hombría, para destronar la falsedad y establecer la rectitud y la certeza. Hay que entender que junto a los derechos existen imprescindibles deberes; que sí, que esta no es democracia, la auténtica nunca se puede convertir en libertinaje, en papanatismo, en cortedad cívica, en dominio de las minorías, en tiranía de lo irregular. Es la ley, la norma y la responsabilidad lo que ha de primar. Es el orgullo de ser español y de conservar nuestras tradiciones y nuestra idiosincrasia lo que debemos preservar con dignidad y temperancia en la firmeza.

Camilo Valverde Mudarra