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LA PALABRA (13)

Pedro Fuentes-Guío

España



El agua nace del manantial, se hace fuente, arroyo, río y mar, que es su gran almacén; la palabra la sacamos de los diccionarios, de los libros, que son sus arsenales, pero ¿de dónde brota la palabra?, ¿cuál es su manantial, su fuente, antes de hacerse arroyo en la conversación, o río y mar en los libros? ¿Nace del hombre, del creador, escritor o poeta, que la macera, la guisa y la salpimenta para servirla en bandeja de elocuencia escrita? ¿Qué impulso, qué aliciente, qué abono propicia que en la mente del hombre surja la palabra?
Y, lo que es más importante, ¿qué soles o qué lunas, qué alegrías o tristezas, qué silencios o soledades proporcionan las ruedas a su ánimo para poner en marcha el carro del lenguaje? Para saberlo, quizá el único camino cierto sea el que conduce al interior de los poetas, a los latidos que desnudan sus hondonadas, nos lo brindan en carne viva y que, sin lugar a dudas, nos indican como se cuece y fermenta la palabra en el seno de su mente. El primer soporte sobre el que se asienta el sentir del poeta, del escritor, es la soledad, progenitora de ensimismamiento, de reflexiones, en cuyas aldas el creador manosea los incipientes verbos. Por eso nos dice Juan Ram6n Jiménez: "Soledad, te soy fiel. Espérame en el último rincón de aquel jardín con luna grande, donde soñamos tanto juntos".
De esa soledad, alumbrada por lunas o estrellas, por albas u ocasos, por recuerdos o ensoñaciones, surge una astilla encendida, una espuela que se hinca en los ijares del alma, y así, envuelta en el celofán de la imaginación, nace la voz poética que -sigue diciéndonos Juan Ramón- “era como un mar en movimiento y en cambio”. El mar de las palabras, tan suyas, tan nuestras, tan de todos, como cualquier otro océano, al que pondremos barcos de exigencias, agitaremos con olas de conveniencias o ilusiones, pero siempre estará compuesto por las mismas aguas, por esas gotas-palabras que se hacen espejo plano para brillar al sol, para lanzar besos plateados a la luna, a su silencio, que fue de donde nacieron.
Todo escrito, ese puñado de palabras, que surgió del vientre anímico del creador, es movimiento y cambio, como nos dice el Nóbel de Moguer, pero también es esencia que el autor siempre lleva consigo, porque "sin yo quererlo, todo lo escrito me acompaña siempre. Y aquí, allá, en casa, de viaje, a la madrugada, me salen al encuentro (las palabras) con un aspecto distinto". Y es que el poeta, en su afán incontrolable de ir mejorando su creación, pule, lima, adorna, altera continuamente la colocación de las palabras en su escrito, de ahí su movimiento y su cambio, aunque la palabra, en esencia, siempre sea la misma. Juan Ramón, a pesar de habernos dicho “no le toques ya más, que así es la rosa", refiriéndose al poema, sentía un desmedido afán de retocar continuamente su obra, hasta el punto de confesar por escrito en 1952: "Mi ilusión sería poder corregir todos mis escritos el último día de mi vida, para que cada poema mío fuera todo yo”.
(Continuará)

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