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LA POESÍA MÍSTICA

Camilo Valverde Mudarra

España



La experiencia mística

 La Poesía Mística vive lozana y ágil, no quedó anclada en el pasado; persiste y mana con savia y vitalidad propias, inserto ciertamente en su larga tradición y prosapia. La pervivencia de este género, en el espacio particular de la literatura de signo espiritual, se comprueba hoy en la producción de varios autores. En la esencia del espíritu poético subyace un impulso que se acomoda con propiedad especial a la transmisión de la vida mística.

 El término "mística" procede del verbo griego, "muein", que significa "cerrar"; hace referencia a algo oculto, secreto. Mística, pues, etimológicamente, sugiere la vida espiritual secreta, íntima, no ordinaria. Se produce, al entablarse una profunda relación sobrenatural, a la que Dios eleva a la criatura sobre las limitaciones de su naturaleza y le provee el conocimiento de un estadio superior inalcanzable por el mero concurso del esfuerzo humano; el logro de tal unión definitiva supone recorrer un camino que ha de sufrir diferentes etapas, las llamadas "vías": la vía purgativa consiste en "purgar", limpiar el alma de las cosas ajenas a Dios, mediante la oración y meditación en actitud ascética de renuncia y rechazo a lo corporal, gracias al proceso de purificación, incluso, con el castigo de la carne; de ahí, el alma llega a la vía iluminativa en que se ve alumbrada por la Pasión y Redención de Cristo, ante la contemplación de los bienes espirituales eternos; y pasa luego, a la vía unitiva, en la que consigue y se sumerge en la total comunión con Dios, en el "matrimonio espiritual". Esta última, es propiamente la mística; las anteriores, purgativa e iluminativa, son prácticas del ascetismo.

 La poesía se mueve en la función estética; por lo mismo, la mística intenta la transmisión de la belleza del amor divino; persigue manifestar la hermosa vivencia de la viva unión del alma con la Divinidad. Por lo que se colige, que este marco literario ofrece dos espacios de análisis: la peripecia interior y la expresión lingüística. Ciertamente, ambos niveles se hallan en toda composición poética; pero, en la mística, inciden de un modo especial en el realce de la expresión poética con una hondura significativa que siempre «dice algo más»; la autenticidad de la palabra se susurra en la originalidad y prestancia de las formas que plasman el contenido. «La espiritualidad ascético-mística, dice Sainz Rodríguez, no puede encerrarse en los tratados especiales de Teología Mística o libros piadosos. La espiritualidad, ya ascética, ya mística, se derrama como una inundación a través de los sectores más diversos de la literatura religiosa». Los comentarios de San Juan de la Cruz sobre sus obras muestran que la poesía mística no es solo ornato verbal con vibraciones de emoción espiritual, sino también materia de contenido teológico. La razón por la que el autor opta por la poesía estriba en asociar a la hermosura de la vida mística, la belleza de la lengua poética. En la estructura de la obra que persigue la función estética son ineludibles el fondo y la forma, que no son adherencias superpuestas, sino que el uno origina la otra y así se determinan recíprocamente, y ello, mucho más en la poesía mística. Por eso, este género se niega a entroncarse en las modas literarias; el poeta místico, en su urgencia a mantener la fidelidad, no puede acomodarse a corriente alguna. Su originalidad reside en domeñar la resistencia de la lengua, para transmitir la auténtica moción de su espíritu.

Crear verdadera poesía mística, con un estilo propio requiere un arduo esfuerzo, asentado en el hábito interior de la tenacidad, el recogimiento y la humildad; la gracia divina que embarga el alma no anida en las ramas de la disipación e inconstancia. El sentimiento místico mana en la interioridad y en el sufrimiento, se aviene a la serenidad y a la contemplación, vive de la renuncia, ayuno de artificios, lejano al afán consumista, al agobio del fragor desenfrenado, al hipnotismo del impulso visual de los medios de comunicación y ajeno al plasticismo sojuzgante del lucro publicitario; desconoce el vacío cultural moderno, anegado con su raquítica formación, en el fenómeno de la secularización globalizada, inmerso en la descristianización ramplona, en el relativismo y el hedonismo, en que la vida espiritual y el cultivo del espíritu está en desuso, por concepciones rebajadas y la ingenua materialidad, que orilla la religión en la irrelevancia social; la poesía mística entraña un acicate de la conciencia, una insistente advertencia de que los valores humanos se hallan en el repliegue interior, en el encuentro con Dios y en el vínculo con el hombre. 

 Poesía mística, es una manifestación diferente a la de la poesía religiosa. Difieren en la materia, pero participan en la semejanza del sentimiento y en el objetivo propuesto respecto al manejo y composición de elementos métricos y literarios. La poesía religiosa, abundante en nuestra tradición en loor de un santo, de una liturgia o una festividad, es poesía de conmemoración festiva; por su parte, la poesía mística es una proclamación anímica, un soplo metafísico; y su intensiva posesión sagrada está imbuida de la plenitud divina que se plasma en las formas y postulados del verso y la estrofa. El poema resulta del fresco y rico manantial de vida interior, plenamente entroncada en Dios, Nuestro Padre, a través de la vía unitiva de la contemplación y del gozo; pero, surge no de un “motu pronto”, requiere también un esfuerzo de elaboración, aunque, tal vez, fluya por cauces remansados más feraces que los concernientes a las otras expresiones poéticas.

 El misticismo se conoce en todas las religiones. En España, se ha presentado con una riqueza extraordinaria; en el siglo XVI, en que vive un gran número de místicos, se produce su mayor florecimiento. Sin duda, las figuras más eminentes son San Juan de la Cruz (1542-1591) y Santa Teresa de Jesús (1515-1582).Los propios místicos, al describir la experiencia mística, relatan un estado de superior vivencia, incrustada en el hondo sentimiento de abrazo e intimidad total del amor de Dios y la creación, porque, como dice San Juan, “Deus Charitas est” (1 Jn 4,8). San Juan de la Cruz habla de un trascender todo conocimiento. La experiencia mística, en ese estadio de trascendencia, conlleva un desprendimiento del vivir corriente y la repulsa del mundo real, un despegue de la cotidianidad, por hallarse instalado en el plano de arriba, en la esfera del valor absoluto, envuelto en la avenencia y la concordia del Ser Supremo y la criatura.

 
 Camilo Valverde Mudarra

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