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De «rivales eternos» y otras exageraciones

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Después de una racha triunfal de veintidós victorias consecutivas, el Real Madrid había encadenado tres derrotas contra el Milan, el Valencia y el Atlético de Madrid. Sin restar importancia a unos tropiezos que, por lo pronto, pueden apear a la plantilla blanca de la competición copera, parecía desmedido hablar, como ya se estaba hablando, de crisis madridista.

«Las ocho claves de la crisis del Real Madrid», titulaba un diario catalán antes de la victoria por tres goles a cero contra el Espanyol este sábado. Las cosas, quizá gracias a la flema de Ancelotti, se veían con menos dramatismo desde la capital: «El Madrid —se decía simplemente— se encuentra en un bache de rendimiento y resultados».

Por supuesto, las palabras escogidas por cada redactor informan no tanto de la realidad futbolística del equipo como del deseo de quien escribe: desestabilizar al rival en el primer caso, mantener la serenidad del vestuario merengue en el segundo.

Por eso, porque el fútbol se nutre de deseos y sentimientos inflamables, el periodista se apoya a menudo en expresiones hiperbólicas, giros de proporciones excesivas que apuntan más al corazón que al entendimiento.

Así, para referirse a la velocidad con que determinados clubes destituyen a sus entrenadores o a la incomodidad de soportar los ocupantes del banquillo invectivas y críticas enervantes de la prensa, es costumbre acordarse de la silla eléctrica: «El banquillo del Camp Nou, cuando las cosas no vienen de cara, se convierte en una silla eléctrica».

Nótese, a propósito, que en el párrafo anterior tan posible es interpretar el adjetivo enervante con el sentido moderno de ‘que excita los nervios o pone nervioso’ como con su tradicional significado de ‘que debilita o quita las fuerzas’. En este caso, las fuerzas de Luis Enrique, desgastado por sus presuntas diferencias con Messi y sus continuas y desconcertantes rotaciones, por más que anoche lograse doblegar al correoso Atlético de Madrid y él ponga buena cara y afirme que le va la marcha.

Dos curiosidades a este respecto: por un lado, aunque estamos ante clubes que apenas han cumplido el centenario, el hábito de magnificarlo todo creó hace tiempo el giro ya tópico del eterno rival («El capitán blanco no ve crisis en el eterno rival»), de manera que basta una centena para hacer eternidad; por otro, si el eterno rival del Atlético de Madrid es el Real Madrid, el de este no es el Atlético, sino el Barcelona, club con el que compite mucho más a menudo, por más que en los últimos años el equipo de Simeone se haya crecido y esté colándose en la lucha y conquista de los títulos.

A la hora de la verdad, son los enfrentamientos entre catalanes y madridistas los que reciben el nombre de partido del siglo: «El primer partido del siglo, patentado por la prensa española, fue el Real Madrid-Barcelona de diciembre de 1996». Y ello pese a jugarse entre dos y seis partidos semejantes por temporada, según los cruces en los torneos eliminatorios, y con permiso del auténtico partido del siglo XX, que fue el que disputaron las selecciones de Italia y Alemania en el Mundial de 1970.

Si en estos encuentros seculares se endosa una manita al otro equipo, como ocurrió por última vez en la irrepetible era de Guardiola, no bastará con hablar de goleada. Aunque este sustantivo, sin más aditamentos, ya suponga que se ha ganado por gran diferencia de goles, parece pecado no remachar la expresión con la muletilla de escándalo: «Con el quinto tanto se cerró una goleada de escándalo».

No siempre las victorias son tan claras, sin embargo. Entonces, cuando se presume que las fuerzas estarán igualadas o simplemente se tiene la certeza de que lo único importante es alzarse con la victoria, aunque sea en el último minuto y de penalti injusto, el periodista tira de reglamentos y hasta códigos penales, asegura que hay que ganar por lo civil o por lo criminal: «El Almería tiene dos opciones ante el Betis: ganar por lo civil o ganar por lo criminal».

Un oyente desavisado, lego en el fútbol y su lenguaje de extremos, no dudaría en interpretar que al final se ha ganado por lo criminal si, al realizar un jugador un regate, el locutor ensalza su habilidad para romperle la cintura al contrario: «Jugadón de Luis Suárez, que casi rompe la cintura a su marcador». ¡Hombre, no!, ¡eso está muy feo! ¿Y no le sacan ni amarilla?

Se trata, en suma, de emplear el lenguaje para expresar el propio fervor o agitar la pasión ajena, de arengar a la afición casera o emponzoñar a la hinchada rival. Las victorias del Real Madrid y el Barcelona tranquilizan unas aguas más o menos revueltas, pero su pulso continúa hoy mismo, a partir de las seis, con la entrega del Balón de Oro. Sea cual sea el desenlace, la catarata de elogios y reproches por la elección será descomunal.

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