Ya he vuelto de mi endocrina. Tal y como era de esperar, me odia bastante. Y tal y como era de esperar, no he ganado ni un miligramo y mi colesterol desborda por el ombligo. Es la cuarta vez que voy a verla con el mismo resultado de análisis y las mismas ganas de conquistar el mundo de la lechuga. La primera vez me animó mucho y me llenó de buenas expectativas. Ahora ya me mira con cansinismo y expresión de "tú otra vez." Intuyo que hace bastante que dejó de confiar en poder arreglarme nada. Me estoy planteando buscar otro médico, para que también me vuelva a recibir con positivismo, loas y energías. Al menos hasta que le decepcione también y tenga que buscarme otro... y otro... y otro... hasta convertir mi vida en una entropía de endocrinos del mundo mundial hasta el cipotillo de aguantarme.
Karlos no me ha reñido mucho. Está enfermo. El pobre al final ha caído presa de mis virus. Diría que con más virulencia aún que yo, porque ha estado incluso vomitando. Ahora mismo se ha metido en la cama. Pedro ha tardado un nanosegundo en vestirse y plantarse delante de mí. "Cuando Jon no puede, yo tengo que sacar a los perros." "Vale, pero termina primero de cenar y luego..." "CUANDO JON NO PUEDE, YO TENGO QUE SACAR A LOS PERROS." Jodó. En mi vida he visto un soldado mejor entrenado. No quiero ni pensar lo que será cuando tenga 15 años.
Corto y cierro. Tengo que mimar a Jon Karlos. Se lo debo. Soy el paciente cero.
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