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EL OBISPO DE HUESCA Y EL PP

Tras las huellas de Franco

César Rubio Aracil

España



Que a estas alturas de nuestra democracia la Iglesia católica mantenga los privilegios de su pasado, como asimismo las prebendas y canonjías que disfruta el clero, es algo de difícil comprensión. Mi corto entendimiento se resiste a capitular ante semejante desdén a la gran mayoría ciudadana. Sin embargo, para mayor burla a la sociedad pensante, raquítica en comparación con el grueso de la comunidad española, el obispo de Huesca se permite, en una carta pastoral (Los idus de marzo), dejar claro, entre otras cuestiones no menos atentatorias contra la pacífica convivencia de los españoles, lo siguiente: “Si en marzo mayea, quizá en mayo marceará, y allí daremos cuenta. Porque hay idus que no deberían haber pasado nunca, pero ya que han sucedido, sólo se desea que no duren mucho más una vez acontecidos”, en clara invitación al voto pro PP en las próximas elecciones municipales de mayo.

 Me pregunto qué puede pensar el auténtico cristiano demócrata sobre la filípica de este prelado al gobierno socialista, teniendo en cuenta que se trata, mande quien mande en cada momento, del Gobierno como institución. Así las cosas, en las sucesivas alternancias del poder tendremos idénticas respuestas, condicionando al votante a la perenne degradación de la política y los organismos estatales. Esto, aunque parezca una nimiedad, debido al mal uso que se hace de la democracia, tiene un efecto especular, por reflejo condicionado, sobre la institución familiar que tanto “defiende” la Iglesia católica.

 Si yo me considerase cristiano (he renegado hace bastante tiempo de mi bautismo), ante semejante actitud de un dignatario de la Iglesia, claro que abjuraría de mi credo. Porque pensaría que quien está dotado de mando en una religión debería ajustar sus humanas inclinaciones al acto en sí de religar, de unir más y más a los humanos. Además de lo expuesto en este escrito, suficiente para que se avergonzara el dignísimo prelado oscense, don Jesús Sanz Montes, hágase la siguiente pregunta cualquier lector no dogmático: ¿Es justo que la Iglesia católica viva, en gran medida, de las aportaciones del Estado, cuando, desde lejanos tiempos, está decantándose por una sola opción política?

 Yo participaría con agrado en el sostenimiento de cualquier iglesia que demandara mayoritariamente mi pueblo, porque comprendo las necesidades espirituales de mis semejantes. Sin embargo, al estimar el daño que está haciendo a España y a su democracia la Conferencia Episcopal, estrechamente unida al PP, como asimismo el escarnio que dedica a los Evangelios, debo, por lo menos –por deber cívico y democrático-, rebelarme contra la ignominia que estamos soportando la mayoría de los españoles.

 La obligación del clero consiste en unir a las almas y no en dividirlas. Desde el púlpito o por conducto de las cartas pastorales, los eclesiásticos –con independencia del signo de su voto, al que tienen derecho como cualquier español- deberían ser los principales mediadores en la búsqueda de la paz. No sucede así, por desgracia, y su maligna influencia está atentando contra el pensamiento y la voluntad de Dios. Luego que impartan la comunión y hagan hipócritas ofrendas a la Divinidad en demanda de concordia. Entre otras cuestiones, deberíamos fijarnos un poco en nuestra impotencia.

  ¿Quién puede, en un templo, responder al sacerdote parcial su homilía, cuando ha concluido su sermón? Nadie. Plegamiento de lengua, y a rezar. Naturalmente, su influencia, de la mano del PP o de cualquier derecha, llega hasta el Parlamento. Luego la gresca, el insulto, la interrupción y, no menos, la vergüenza ante el mundo de la cerril política española. Pero a los eclesiásticos sólo les interesa el poder y los valores crematísticos, a los que están acostumbrados desde que apareció en escena San Pablo.

 Visto de esta manera el panorama político español, auspiciado por la Conferencia Episcopal y el PP, no podemos por menos que pensar en el legado franquista dejado a España. Nuestras instituciones, politizadas; la cultura, politizada; el empresariado, politizado, y, para mayor inri, la Iglesia católica, no menos enfocada en la dimensión política, manipulando los sentimientos de los “corderos de Dios”.

 

César Rubio (Augustus)

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