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LA SER Y LA COPE

Dos estilos antagónicos

César Rubio Aracil

España



Con la mentira no se va a ninguna parte. España necesita autenticidad informativa. Prensa y radio deben discrepar si las circunstancias lo aconsejan, aunque deberían responder, en conciencia, de sus actos ante lectores y radioyentes.

Para juzgar es necesario atender a las partes en litigio. Todas las noches escucho la SER y la COPE, aunque, a decir verdad, eludiendo los espacios publicitarios de la primera para oír la voz de la segunda. El resultado obtenido de la COPE deprime mi sensibilidad. El insulto y la diatriba son el fiel exponente de un estilo acre, rayano en la perversión. No sucede lo mismo en la SER, cuyos contertulios, sabiamente orientados por el moderador, son conscientes de su responsabilidad ante la multitud de radioyentes que les siguen a diario. Entre dichos tertulianos surgen continuamente controversias capaces de aportar luz a quienes, a través del transistor, optan por aproximarse a la verdad política, y en ocasiones al humanismo desplegado en la reunión. Posiblemente se trate de un plan estratégico para captar audiencia, no lo sé. Lo que sí advierto, matiz éste que me complace, es una manera educada de entender la libertad de expresión. Educada y formal, despejando ciertas dudas de difícil intelección para el oyente. Me refiero, pues, al lenguaje culto y asequible a la mentalidad del ciudadano común, empleado en la SER. Mas prosigamos con el discurso.

 No me gusta la unidireccional tendencia de la COPE, su monolítica disposición al sofisma, politizado en torno a una idea dogmática: destruir todo cuanto esté fuera de su órbita intolerante. Esta actitud oprime la permisividad y atomiza los valores unitarios. Si se persigue con ello la verdad a través de ecce signum, la COPE no aporta pruebas sino endebles argumentos. Lo que me extraña de esta cadena radiofónica es que, estando financiada por la Iglesia católica, no se percate de que la autenticidad, tarde o temprano, habrá de aflorar. Bien cierto es que los prelados cuentan con el olvido ciudadano, máxime cuando la enorme condensación de noticias obnubila la razón del pueblo condescendiente, el que emite su voto en función de los estímulos programados. Pero, aun así, al final todo se sabrá.

Sabremos, eso sí, todo lo que, habiendo sido ventilado, pueda descifrarse. Las materias reservadas quedarán en manos políticas y, borrón y cuenta nueva, nos será omitido lo sustancial. Mas poco importa al ciudadano medio conocer lo que no entiende. Mejor así porque, de explicarse, la mentira florecería de nuevo.

 No puedo asegurar que la SER proceda con absoluta ecuanimidad. Sin embargo, al menos aparenta equilibrio entre la pasión y la serena actitud que en todo medio de difusión debe prevalecer. En la COPE no se da esta circunstancia. Por lo tanto, después de mis mil y una tentativas por esperar de la emisora de los purpurados un atisbo de piedad hacia los españoles de a pie, en adelante me quedaré con los anuncios publicitarios, los que, sin duda, me proporcionarán la dicha de no escuchar tanta barbariad en tan poco tiempo.

César Rubio (Augustus)

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