Me voy a librar de los cuencos tibetanos porque sigo con el cerebro un poco desatornillado. Es lo bueno de lo malo. Les he dicho a nuestros dos vecinos intelectuales pulcros silenciosos que las vibraciones podrían no ser buenas y que existía el riesgo de que me diera un ataque de epilepsia o algo. Me lo he inventado por completo. En realidad dudo mucho que la cosa fuera más allá de un simple dolor de cabeza como tantos de los que he estado teniendo, pero me pareció que lo de la epilepsia sonaba mucho más dramático. Nadie quiere a un chico con pelánganos revolcándose y echando espumarajos encima de sus cuencos tibetanos. Te corta el rollo budista totalmente. Sea como fuere, los chicos intelectuales pulcros silenciosos se han mostrado cálidos y comprensivos. Han dicho "entonces quedamos para cenar la noche que queráis" y Jon ha dicho "claro", y yo he dicho "por supuesto." Cuando hemos vuelto a casa le he preguntado a Jon si su "claro" era verdad porque mi "por supuesto" había sido pelín fullero y de cortesía, pero ha resultado que sí. Y no sé por qué lo he preguntado. Creo que porque se me olvida que Jon siempre dice la verdad. A todo el mundo. Conllevando su parte buena y su parte mala. La buena porque siempre sabes lo que piensa, y la mala porque a veces necesitamos oír mentiras piadosas. Sí. No te hagas de cruces, tú también. Incluso los adalides de la sinceridad lo necesitan de vez en cuando.
Hoy me he pesado. Ha sido mi disgusto de las 13:30h. He perdido cinco kilos en esta última batalla. Empiezo a colarme por los cuellos de las camisetas. Voy a intentar comer un poco más cada día. Por ahora me resulta complicado. Tengo las tripas llenas de medicación. A veces pienso que si doy un par de saltos, me encenderé en la oscuridad, como un gusiluz.
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