Cuatro poemas de Oscar Portela
y un épilogo de Abel Posse
Escombros
por Oscar Portela
El mas inhóspito de los huespedes
habita ahora mi corazón;
escombros y más escombros
sobre el norte de la soledad
donde se incuba el huevo de la
serpiente que engendró fuera de
tiempo mi alma. ¿ Mas que hacer?
Horror es todo que llenó de infantil
alegría el podre que ven ahora
mis ojos. Vacuí el amor que llenaba
las horas que se hicieron
presas del vampiro de los sueños.
¡Ay! Vivir eternamente para ver
la esteril repetición de las horas
y la degradación inutil de las formas.
Dormir, dormir
bajo el peso de la soledad y los
escombros del tiempo,
el veneno que la vil espada
pone en el corazón ya sin asombro
de traiciones y humillaciones
maldecidas. Demasiada soledad
sobre mi soledad, demasiados espectros
sobre los espectros, demasiados duelos
sobre los duelos, demasiada intemperie,
sobre la intemperie,
que allá en Elzinhor
fué un tiempo el azur y la alucema.
Sobre el horror lo informe.
Dormir, dormir, rodeado de serpientes
cuando el mundo no es ya mundo
sino silueta fulminada
de quien no ha salido todavía
de la caverna. No me digais más adios.
Demasiada soledad sobre mi soledad,
demasiados espectros sobre mis espectros,
demasiados escombros sobre los escombros
que no hacen sino derrumbar escombros.
Espera
por Oscar Portela
Toda la música
que afluía a mi boca
el lago de mi boca
los peces de mi boca
la gran mar estrellada
de mi boca
el infinito azul
perfumado de mi boca
perdidos ya
ya perdidos
el mismo ceto,
la misma esquina,
la misma desazón
la misma culebra
sibilante de la noche,
la misma noche perdida,
con notas disonantes
y el recuerdo como el piano
de Holderlin con las
cuerdas cortadas. Eso es todo.
Cuerpos asesinados
por la pasión,
manos entregadas al vacío
de la caricia,
piel exaltada por el azufre,
todo aquí, todo enterrado
en un ahora eterno,
y yo esperando
la muerte y yo esperando.
Misterios
por Oscar Portela
Misteriosos son los caminos de la vida.
Tortuosas derivas, violentas cascadas,
vientos huracanados,crepúsculos que reflejan
el vertigo el mundo y la otredad del projimo.
Y todo está enlas manos, ojos labios y música
que pone melodía al corazón y a los misterios.
en las manos los daimones y angeles
que presiden los sueños de los que estamos
hechos,
de las sombras de las que estamos hechos,
auras que no disipara el azar,
ni demonios ni angeles, aunque el Dios
que preside nuestra mesa
quiera bajar de los espejos,
los espectros que viven en las aguas.
El Día
por Oscar Portela
Llegó un día a mi puerta con un claro
silencio sobre la frente.
Era solo
respuesta tras el dintel vacío,
pura interrogación su boca
sin ninguna pregunta,
que guiara sus pasos.
Serené entonces mi corazón
agobiado
por el recuerdo innúmero
de lo que fué combate provocación,
y éxtasis.
Ay, lucha y cortejo, agua y ceniza
derramadas
sobre el cruel arabesco
de lo que hizo destino.
Yo fuí de nuevo el ánfora
donde mezclar las horas
melodías
y acentos.
Fingí ignorarlo todo
pues de ignorancia vive,
la llama que ilumina
y dá forma
a las sombras.
Y tú eras la sombra.
Al mar dejó mis pasos
y quede en el escrito
de la nada y la boda,
nombres que alumbran
huellas
cuando pena la noche.
Mi corazón gentil
diciendo
el naufragio primero
sucumbendo a la estela
del número
y la estrofa:
para dejar estar,
el vivo sol que entonces
tu mano
librerara a la entrega
primera de lo que fue
llamado,
sin endecha ni queja
y en silencio cantado
sobre la carne muda
y el perfume de un huerto.
Carne de las palabras
entregadas
al deseo primero,
así fueste volcado -
pués en la muerte sola
y los días que hasta el poeta
llegan
claramente retorna
furtivo como toda
pregunta
que repite insaciada
el origen del verbo,
la memoria encendida
y el aura de tu pelo.
Epílogo de Abel Posse
UN POETA MAYOR EN TIEMPOS DE SILENCIO: OSCAR PORTELA
Por Abel Posse
Hace ya varios lustros recibí el primer libro de Oscar Portela con un título heideggeriano: "Senderos en el bosque". Llegaba con un poema-prólogo del admirado Francisco Madariaga, poeta de tierras, aguas, aguardientes y paisajes.
El libro de Portela, en una cuidada edición de Torres Agüero fue una de esas espaciadas sorpresas que suelen darnos los hechos literarios mayores. Cuando esto pasa uno siente que la obra leída pasa a formar parte de esa inexorable antología interior, antología de fondo que llevamos para siempre.
Por sus temas, por su fuerza expresiva y por su despliegue de lenguaje, Oscar Portela se instalaba en una dimensión distinta a las de las tradiciones de la poética de su tiempo. Recogía la fuerza celebrativa y la voz grande de los mayores poetas americanos. Sin timidez de poeta joven, pensé que Portela era un portador de una palabra iluminada, de profeta en tiempos de dioses huídos.
En ese libro citado, el poema Los asilos, superaba a los poetas como Enrique Ramponi en su "Piedra Infinita" y se ponía a la altura del Neruda de "Alturas de Machu Pichu" o del Lugones de "Las Montañas de Oro", cuando el poeta se atreve a ser un testigo cósmico y osa “El canto grave que entonan las mareas/ Respondiendo a los ritmos de mundos lejanos.../ El poeta es el astro de su propio destierro...” Y Portela parece responderle a este Lugones fundacional: “Nunca sabrás el origen del canto/ pero hallarás el canto del origen.”
Hace ya tres meses la cámara de diputados honró a Oscar Portela con la entrega de una plaqueta de homenaje. El poeta presentó su libro más reciente, "Claroscuro" en una recepción en el Club del Progreso.
Nos reencontramos después de años. Y tuve la oportunidad de destacar ante escritores y críticos lo que más o menos expreso en esta nota: admiración por haber ubicado la palabra en la altura de su máxima posibilidad temática, la pregunta sobre El puesto del hombre en el Cosmos, como escribiera Max Scheler.
Mientras esperaba mi turno para hablar, hojeé el libro que se presentaba y encontré como acápite del último poema del mismo estas líneas que Portela tomó de las cartas de la locura de Nietzsche: “Después que me hubiereis descubierto, imposible sería ya perderme.”
Nietzsche escribió esa verdad cuando nadie lo leía ni respetaba, salvo un grupo de iniciados como Rilke, Lou Andrea Salomé, George Brandes o Jacob Burckhardt.
Nada más aplicable a Oscar Portela en la despoetizada Argentina de hoy.
Días después de ese reencuentro, Portela envió a varios amigos el poema que se publica en esta página, donde reencuentra aquella voz que tanto me impresionó en Senderos en el Bosque, casi tres décadas atrás.
Este Ofertorio de Brumas se inscribe entre sus obras mayores. Es una “celebración” existencial que tiene la grandeza, la profundidad neobíblica del profeta angustiado ante la insoportable decadencia del mundo. Mundo de “la ceguera de la Imágen y la sordera de la acústica”. “Invoco las Horas de una noche sin términos.” “Ignoramos si las plegarias devolverán el Mar al Mar.”
Abel Posse
Buenos Aires- Argentina