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LA COBRA

César Rubio Aracil

España



No busquemos la verdad porque no existe; el veneno de la cobra sentencia día a día su efímera vida. Está todo previsto para su aniquilación. Prensa, Radio, TV, y por su cuenta periodistas corruptos, gente de todos los estratos sociales y comerciantes al menudeo de la mentira, la han transformado. Lo que de ella queda, sus despojos, es suficiente para alimentar la ansiedad y el sacrificio de la otra España.


Todos los entes maquiavélicos, esos que actúan con la astucia animal y la doblez hipócrita del santurrón, acordaron tiempo ha, sin necesidad de palabras ni de alianzas, el reparto de la víctima. Conocedores del comportamiento social de quienes también proceden de la misma manera, pero sin provecho propio, ignoran por lo general que los periodistas, entre otros profesionales, están comprometidos con el código deontológico asumido al final de sus estudios. Pero comoquiera que la ética es un estorbo para ganar dinero, entre ellos se reparten el pastel obviando los valores del deber y la moral. Teniendo en cuenta las diferencias entre periodismo y comportamiento del periodista, podemos formarnos una idea muy simple de lo que sucede en el ámbito de la información.


A ellos, los granujas, los hijos de puta que comercian con la verdad, les importa un bledo que haya muertes evitables, sufrimiento, dormitorios de cartón en las cabinas bancarias, ancianos de ambos géneros a merced de la caridad pública, madres que acarician el suicidio como recurso salvador de sus penas… ¡Qué más les da a esos, repito y repetiré hasta la saciedad, hijos de puta malnacidos que la otra media España sufra y llore por lo mismo que sus corruptos hermanos disfrutan! ¿Qué más les da? Pero no acaba aquí la historia, porque no todo el periodismo se nutre de profesionales corruptos. Los hay igualmente que se atreven a dignificar la carrera con la valentía de la gente honrada. Para ellos mis más bellos pensamientos.


Como ayudantes de la corruptela informativa tenemos a los enanos de las fauces desencajadas sirviendo a los primeros. Se limitan, ¡pobres imbéciles!, a envenenar los teléfonos móviles para agradecer al poder omnímodo los favores invisibles que les conceden determinados políticos. ¿O no? En el fondo de mi alma siento pena por estos pobres desgraciados, capaces de favorecer la desunión con que se alimentan los hijos de Satán: ¡hasta el hartazgo! Que Dios los perdone y su Santa Madre les lave el músculo verbal con agua bendita.


Queda mucho por decir sobre la cobra. De su lengua bífida brotan discursos patrióticos, avemarías, vivas a España, a la bandera, y gasta salivilla cabrona para justificar a tanto bendito que suspira en el trullo por su libertad. Pero no quiero seguir ensombreciendo mi dialéctica con epítetos y una adjetivación barriobajera, que es la que se merecen los indignos hijos de la España dividida, que la aplauden con los guantes calzados y la boca cubierta con mascarilla. Por si acaso.


César Rubio Aracil

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