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LOCURA COLECTIVA

César Rubio Aracil

España



Vayamos sumando grosso modo: cantidad alarmante de muertos, decenas de miles de contagios, millones de sentimientos pidiendo a gritos íntimos acompañar a sus deudos desaparecidos. Ruina económica, desorden emocional, desvergüenza política, insolidaridad; desobediencia civil y cobardía de masas.


Esta es una realidad irrebatible. No es necesario recurrir a la saca de datos estadísticos, a las filosofías socráticas y aristotélicas ni al pormenorizado análisis de expertos psicoanalistas. España está sumida en un caos de variado contenido: ideológico, moral, político, religioso y, en definitiva, en una perturbación humana de consecuencias históricas.


Nuestros políticos, casi todos de una mediocridad alarmante, solo tienen desarrollada una clase de visión: la más próxima a sus interese de partido y, por encima de cualquier otro rendimiento, el suyo propio. El dolor ajeno lo abanderan para hacerse la foto; la desesperación de las clases menos favorecidas, para incumplir promesas a cambio del voto que les haga felices. Si dejásemos marginados los interese corrompidos, el remedio más favorable para afrontar una situación tan lamentable como la nuestra sería la de abrazar la unidad. Las formaciones políticas son necesarias como base orientativa para que, de acuerdo con la diversidad ideológica, cada voto sea gestionado en el Parlamento y se legisle en función de los resultados obtenidos en los comicios. Vale la disputa como medio para competir, mas no para ofender al adversario, ni para engañar al ciudadano propiciando las caceroladas de manera subrepticia. En el caso que nos ocupa, las artimañas de la Derecha con la finalidad de crear confusión en la sociedad son de una evidencia tan clara que no merece la pena insistir en ello. ¿Es esta una forma decente de aleccionar al pueblo? Decididamente, no, se piense de cualquier modo.


Hoy mismo, vía Whatsapp, he recibido una invitación supuestamente firmada por algunos intelectuales de dudosa valía (Sánchez Dragó entre los signatarios), que me ha sumido en el foso de la desesperanza. Nada menos piden estos ilustres –si es verdad que han demandado algo– que la intensificación de las caceroladas y la exigencia de un gobierno transitorio hasta poder celebrar nuevas elecciones. ¡Demencial! ¿Quiénes habrían de formar dicho mandato provisional? ¿Cómo habrían de ser elegidos sus componentes? Esto, como modelo de praxis. En el aspecto ético, ¿alguien puede creerse que los intelectuales, cualesquiera que fuesen las respectivas tendencias políticas iban a optar por una solución tan burda? En cuanto a los transmisores de dicha noticia, ¿qué calificación les otorgamos por su labor a ras de tierra? ¿La de patriotas? ¿La de siervos de un sistema político corrupto? Mi estimación me la reservo. Que cada cual juzgue.


Al margen de lo comentado, me pregunto: ¿Está España en condiciones des esperar la formación de un nuevo gobierno que ponga orden en la descomposición social, económica y política creada? Me imagino que sería de nosotros y de nosotras si en el Gabinete de Salvación figurase un solo miembro de VOX. Pero no quiero pensar en posibles realidades futuras. Si a base de latigazos reales hemos crecido, no caigamos ahora en la trampa que se nos quiere tender. En vez de caceroladas, lo que está haciendo la extrema derecha con el sí de los tribunales. ¡La calle también! Aunque el virus nos mate a todos y resurja una nueva España que otros españoles se merezcan.


¿Estamos o no estamos locos de atar? España se nos va de las manos, y si el resto de países europeos, por la vía democrática que sea –o si no que se la inventen– no toman cartas en el asunto, estamos más perdidos que las ratas. Porque con un Partido Popular que va camino de convertirse en amigo íntimo de VOX, un nacionalismo catalán exigente y un pueblo que no hace honor a su pasado de bravura, ¿qué podemos esperar? ¿Una drástica resolución de la extrema derecha? Porque no nos queda otra vía; y todo por la ostentación de un cargo mayor, amor al poder, y dejación de los principios de servidumbre a un pueblo que ellos –los de siempre– califican de soberano. ¡Mentira cochina[CRA1] ! De no solucionarse este sucio asunto por la vía rápida, no tardaremos mucho en votar la nueva Constitución del palo y tente tieso.


César Rubio Aracil

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