No vamos a enfrascarnos en acusaciones a los gobiernos de turno ni, menos todavía, malgastaremos el tiempo en insistencias sobre el aporte turístico a la contaminación biológica, lumínica y acústica. Tampoco haremos hincapié en los abusos de la industria vacacional sobre trabajadores e inquilinos, sino que abriremos el ventanal reflexivo con la finalidad de comentar hechos obviados por la gran mayoría de seres pensantes.

Más allá de la vida material puede ser que exista el anima mundi, Gaia o alma del mundo, idea sostenida por varias doctrinas orientales, originada por Platón y posteriormente sustentada por James Lovelock por medio de su hipótesis Gaia. Se trata, en palabras simples, del depósito psíquico de la Tierra donde se concentra el pensamiento humano, del cual derivan las infinitas conductas racionales. También, si nos centramos en la idea del inconsciente colectivo, de Carl GustavYoung, como alma de la humanidad en general, podremos deducir a grandes rasgos que los pensamiento, buenos y malos perduran y conforman el alma de la Tierra. Sea como sea, aun a pesar de estar ofreciendo una proposición hipotética, cabe pensar que tanto las acciones físicas, emotivas y racionales deben tener una estrecha relación con el proceso evolutivo en general y, por tanto, en principio, con el desenvolvimiento humano. ¿Es de extrañar, pues, que la incuestionable conducta turística esté maleando el comportamiento cívico y creando hábitos indeseados? El griterío nocturno, peleas callejeras, contaminación; robos, violaciones, tráfico rodado y vuelos entre otros excesos, crean en el ánimo general el desequilibrio psíquico que habrá de traducirse como aportación perniciosa al alma grupal; sin tener en cuenta las emociones negativas como, por ejemplo, la ansiedad y la envidia de quienes se sienten imposibilitados al disfrute vacacional por motivos económicos.

Cuantas cuestiones quedan descritas en estas líneas son susceptibles de incrementar con novedosas aportaciones de quienes, faltos de juicio y a rebosar de egoísmo, son capaces de ceder el germen de la maldad en beneficio de la diversión descentrada e incluso impúdica en no pocos casos; y no solo semejante desacato a la razón.

¿Qué sucede cuando el turismo de masas invade pueblos de otras naciones, acostumbrados a una vida comunitaria sencilla y en armonía con la naturaleza? De manera paulatina, irá en aumento la fatal modificación de unos hábitos adquiridos a través de años o tal vez centurias, acompasados a modelos de conducta tal vez religiosa, quizá de naturaleza ética o simplemente por amor a Natura. No solo la moralidad puede quedar dañada; también los valores estéticos podrán sufrir transformaciones indeseadas.

En estos breves apuntes queda implícita la idea de que todo, absolutamente todo lo que piense y ejecute el ser humano habrá de modificar necesariamente, para bien o para mal, el alma de la Tierra. De ahí nuestra responsabilidad si se traicionan los valores arquetípicos adquiridos al nacer. Cada persona es un mundo y, como tal, debemos corresponder con auténtico amor el valioso regalo de la vida.