Me hubiese gustado tener hermana, no hermano. Mi prima hermana Ana hubiese sido una perfecta hermana, dos años mayor que yo y con mucha curiosidad. También me habrÃa gustado iniciarme a la sexualidad con ella, de hermana o de prima. Era hermosa, rubia. Con ella jugué a médicos y creo recordar nebulosamente que ella vio más que yo. Me dominaba y dirigÃa los juegos a su antojo. A mi hermano, más pequeño que nosotros, travieso y molesto, lo apartábamos de nuestros juegos. Nos encerrábamos con llave y él lloraba y se golpeaba la frente contra la pared al otro lado de la puerta. Con mi hermano jugué poco. En mi casa existÃan dos bandos muy diferenciados: por un lado, mi madre, mi abuela y yo constituÃamos el bando duro y dominante, tal vez más débiles pero fuertes unidos; por el otro lado, mi padre y mi hermano, que en cuanto podÃan se iban de casa. Dos bandos que se entendÃan mal y se aguantaban con esfuerzo. Con mi prima de hermana habrÃa sido todo muy distinto, pero no sé a qué bando se habrÃa unido ella, si al nuestro o al de mi padre. Como mi padre pasaba buena parte del tiempo de viaje, no hubiese tenido otro remedio que integrarse en nosotros. Las hijas se entienden bien con las abuelas y las madres, con los padres es otra historia, buscan refugio en ellos por simple interés. Dicen que hermanos y hermanas congenian mal y fui testigo de trifulcas entre amigos con sus hermanas, pero en mi caso no habrÃa sido igual. Mi adoración por las mujeres se habrÃa explayado con mi hermana, no le habrÃa quitado ojo y hubiese espiado su intimidad. Algo de todo eso intenté siendo mi prima, pero no gozaba de la misma libertad de movimientos que si hubiésemos vivido bajo el mismo techo. De buena gana la habrÃa cambiado por mi hermano. Él no me sirvió de nada, sólo de estorbo.
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