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CÁNDIDO o el optimismo

Conhi Galindo

España



FRANÇOIS-MARIE AROUET (París 1694 – 1778), que se dio a sí mismo el pseudónimo de Voltaire, es quizás uno de los intelectuales franceses más polifacéticos e importantes del Siglo de las Luces. Exiliado en Gran Bretaña, elogió su sistema político en “Cartas filosóficas sobre Inglaterra”. Admirador de los clásicos del siglo XVII, escribió la epopeya “Henriade” y la tragedia “Zaire”. Expresó sus ideas liberales, racionalistas y anticlericales a través de poemas (Poema sobre el desastre de Lisboa), cuentos y novelas cortas (Zadig, Cándido), ensayos históricos (el siglo de Luis XIV) y su “Diccionario filosófico.”

“Cándido o el optimista” ocupa una posición central dentro del discurso ilustrado, ya que éste tuvo en su punto de mira principalmente la Fe, entendida como adhesión desprovista de cualquier espíritu crítico a un sistema dado de ideas. La Fe en el Siglo XVIII se basaba en la racionalidad divina, postulando al hacerlo una fe dogmática en un mañana radiante. Pero la ácida pluma de Voltaire carga en esta obra también contra las instituciones ( ejército, nobleza e iglesia), países (como el del mismo Voltaire) e creencias (protestantismo, judaísmo y catolicismo, ejemplificado en los jesuitas y en los curas)
El caballo de batalla de la Ilustración y de todo el Siglo de
las Luces fue la Razón, opuesta a la superstición en general y al dogma religioso en particular.
En esta obra de Voltaire, publicada en 1759 y, por lo
tanto, en la madurez del autor, el dogma a rebatir es el optimismo metafísico de Leibniz, consistente en la creencia que una armonía preestablecida rige el universo. Frente a este optimismo metafísico y la fe en el progreso humano, el autor considera que el único remedio para hacer la vida tolerable es el trabajo. Voltaire aceptó la doctrina deísta, es decir, aquella que reivindica una religión natural, siendo la propia naturaleza humana la responsable de todas las ruindades y miserias. El mundo se rige no por el principio de lo mejor, sino de lo peor. El mal en el mundo no proviene de Dios, sino del hombre mismo.

He de aclarar que el anticlericalismo radical que se desprende de la mayoría de sus obras, sin
embargo no debe llevarnos a suponer que Voltaire defendiera una postura atea. De hecho, afirma que “si Dios no existiera sería necesario inventarlo, pero la naturaleza entera nos grita que existe”.
En 1759 publica” Cándido o el optimismo”, obra que será inmediatamente condenada en
Ginebra por sus irónicas críticas a la filosofía leibniana y su chistosa sátira contra clérigos, nobles, reyes y militares.
La idea de este cuento se la dio a Voltaire el gran terremoto que medio destruyó Lisboa en
1755; el autor había escrito un poema comentando esta catástrofe como algo contrario a la supuesta providencia divina, y Leibniz le contestó tratando de demostrar que, a pesar de todas las apariencias, todo en este mundo ocurre para el bien de la humanidad.
Desde el punto de vista sardónico, la obra sigue las peripecias del protagonista, Cándido, en su
primer encuentro con el precepto leibniano de que “todo sucede para bien en esta, el mejor de los mundos posibles” y en una serie de aventuras subsecuentes que refutan de forma dramática el famoso precepto, a pesar del obstinamiento con el que el personaje se aferra a éste.
La novela satiriza la filosofía de Leibniz, y es un muestrario de horrores del mundo del siglo
XVIII.
En Cándido, Leibniz está representado por el filósofo Pangloss, tutor del protagonista. A pesar
de observar y experimentar una serie de infortunios, Pangloss afirma repetidamente que “todo sucede para bien y que vive en el mejor de los mundos posibles”.
La búsqueda del optimismo se lleva a cabo dentro del universo exterior y lejano al que persigue,
alentado por su amigo Pangloss y por el amor a Cunegunda, que no son ni la ilustración ni el saber, sino el prejuicio y el oscurantismo o, en opinión de Voltaire, la estupidez humana. 

Cándido nunca llegará a ese mundo mejor y sólo será la víctima de los demás. Es cándido porque cree en el porvenir, sin contar con las armas de la razón.
El desarrollo de la trama recuerda, en cierto modo, al peregrinaje quijotesco, adornado en este
caso con algunas muestras de la picaresca española. Tal y como le sucede al personaje de Cervantes, el héroe de la novela se provee de un sirviente (primero Cacambo y luego Martín), compañero dialogante, como Sancho, y con él deambula por el mundo a la búsqueda de una idealizada Dulcinea: Cunegunda. La acción, sin embargo, excede los límites de un país e, incluso, del mundo antiguo, extendiéndose también por el nuevo mundo.
Cándido pasa por toda clase de desventuras: lo echan a patadas del castillo noble en el que vive
por intentar seducir a Cunegunda, la hija del barón, y luego escapa a la muerte en el terremoto de Lisboa, así como a todas clases de estafas y desgracias, aprendiendo que las ideas de su antiguo preceptor (una caricatura de Leibniz) de que todo en el mundo va de maravilla tienen que se forzosamente que ser falsas. Tras santísimas aventuras, casi todas catastróficas, el pobre Cándido, ya maduro, acaba afincándose en Constantinopla, y llega a la conclusión de que, a fin de cuentas, lo único que vale la pena en este mundo es “cultivar el propio huerto”.
Por lo que respecta al género al que pertenece Cándido, hay que destacar que la personalidad del
autor se adapta fielmente a esta forma de narración que es la novela filosófica. Voltaire fue un pensador con afán democrático en lo que respecta a la transmisión de sus doctrinas. Quería que su filosofía llegara al pueblo, a pesar de que este objetivo lo forzara a adaptar la terminología de su pensamiento al nivel cultural de la mayoría. La literatura, en aquella época, era el medio más apropiado y eficaz para popularizar la filosofía. Y Voltaire lo consiguió, reuniendo prácticamente todos sus pensamientos en una novela extremadamente enriquecedora y al mismo tiempo entretenida. 

Conhi Galindo

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