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Diez y media de la noche, en verano.

El Cine y la Literatura

Oscar Portela

ARGENTINA



Un cine que no hace más porque no puede hacerse más. La España de Dassin es creíble y por cierto en las últimas escenas, logra fotografiar un Madrid espectral y tan desierto como el alma torturada de sus propios personajes. Y de la Duras.

(*) Oscar Portela :?

Diez y media de la noche, en verano
por Oscar Portela

Con unas botas blancas de Courrèges y un sombrero cordobés, Romy Schneider juega a torera. Son los años sesenta y la actriz austriaca rueda en España la película Diez y media de la noche, en verano, de Jules Dassin. Un joven fotógrafo español, César Lucas, siguió durante varios días los pasos del equipo de la película. Junto a Schneider (que cumplió 28 años durante el rodaje), beben y ríen la escritora Marguerite Duras, autora del guión; Melina Mercuri, coprotagonista del filme y esposa de Dassin, y el actor Peter Finch.

La cámara no molesta a nadie y Romy Schneider, estrella del filme, deja que le sigan los pasos. Pese al aire ligero y feliz de los rostros, una sombra trágica sobrevuela la serie de 40 fotografías inéditas que desde ayer y hasta el 17 de abril se exponen en la galería Hartmann de Barcelona.

Dassin fue enterrado por la caza de brujas y la risueña y luminosa Sissi se acabó suicidando en su apartamento de París meses después de la terrible muerte de su hijo David. Detrás quedaba una fatal estela de alcohol, drogas e infortunios amorosos capitaneados por el que fue su eterno novio y amigo: Alain Delon.

JULES DASSIN Y ROMY SCHNEIDER DURANTE EL RODAJE EN ESPAÑA

Romy Schneider jugando a torera durante un descanso de la película. "Se trata de una serie de fotoperiodismo muy de aquella época", explica César Lucas. "Hoy es casi impensable una historia gráfica de este tipo, se hacen posados pero no una narración periodística con imágenes. No se hacen historias gráficas como por ejemplo las que hizo Annie Leibovitz siguiendo a las estrellas del rock... Hoy vale con un retrato o una foto robada en un estreno o un aeropuerto".

Las obras que ahora se exponen fueron realizadas en el mes de septiembre de 1966 en Segovia. Adolfo Fernández-Punsola, comisario de la exposición, las encontró por casualidad. "En el año 59 César Lucas hizo un reportaje del Che en Madrid. Supe de aquellas fotos, que pertenecían a Europa Press y montamos una exposición. Quedó muy bien y como soy un apasionado del fotoperiodismo, César y yo nos hicimos amigos. Le pedí una selección de fotografías suyas y me mandó un disco con mucho material".

Entre ese material estaba una fotografía que a Fernández-Punsola le llamó la atención. "¿Qué hacían juntas Romy Schneider, Marguerite Duras y Melina Mercuri? Me extrañó y llamé a César. Era una imagen del rodaje de una película que se realizó en España pero que jamás se llegó a estrenar aquí".

Según el comisario, se trata de un material "insólito, maravilloso". "Hay miles de detalles", dice. El anillo que lleva Romy Schneider, regalo de Visconti; sus botas "moongirl"; desatada en una capea o tomando cabizbaja un café en una terraza. Pese a la luz que desprendía entonces la bella actriz su oscura intensidad emocional asomaba ya. Además, está el choque con la España de los años sesenta: en una plaza de toros se les recibe con el cartel "Que viva er cine".

"El equipo técnico era todo español", recuerda César Lucas. "Y la verdad es que el contraste era enorme". Con gafas de sol y gesto torcido, la actriz se queja a un guardia civil de alguien que la molesta. "Tenía una mezcla curiosa", recuerda el fotógrafo. "Aire de la alta sociedad alemana pero a la vez muy latina. Entonces era muy divertida, contagiaba alegría. Una pena que la vida la maltratara".

SOLO PARA LOS ADICTOS AL CINE

Y fuerte, muy fuerte ver a un Peter Finch joven, un primer plano de la Mercuri pasando por toda la gama de la emociones humanas en instantes (derrota, abandono, decepción, rabia, y sobre todo mostrar las mascaras que se ocultan tras las máscaras) y fuerte, muy fuerte, ver a Romy Schneider en la plenitud de una belleza femenina que alcanzó en "La califa" una dimensión equiparable a la del animal más hermoso del mundo.

Ninguna belleza del cine de las últimas tres décadas logra rozar siquiera el aura que se concentraba en sus fulgidos ojos color topacio. Pero lo realmente fuerte de este filme en ver a tres iconos irrepetibles en un mismo cuadro fotográfico.

Es una historia de pasiones encontradas no de amor como acostumbra a decirse, es el principio de una tragedia consumada a medias. Se trata de un cine que no se hace más. Y por muchas razones.

Primero por que el guión era de Marguerita Duras y segundo porque la dirigía Jules Dassin, casi siempre tenido en menos por los críticos más intelectuales. Segundo porque está en fotograma, una realeza de la escena: Miss Melina Mercuri -, luego, primero Ministro de Cultura de Grecia.

El señor Finch que murió después de filmar "Poder que mata", a las órdenes de Lumet nos dejara para siempre. El pertenece a una generación de actores ingleses que difícilmente pueda emularse poesa cota de virtuosismo que marcó la década del 60.

Sobriedad, contención y por dentro un volcán que apenas disimula sus exasperaciones. Magnifico, soberbio como siempre este actor que por primera vez dió vida a Oscar Wilde en el cine.

Y Melina que pasaba de ser una despreocupada prostituta de los puertos de Atenas (Nunca en Domingo), a las donas sofisticadas, o las trágicas de filmes como "Fedra", "El que debe morir", "Grito de Mujer" -ella misma esposa de Dassin-, actriz que da la curiosa sensación en quien la ve, de estar narrando siempre su propia historia.

Un cine que no se y hace más porque no puede hacerse más. La España de Dassin es creíble y por cierto en las últimas escenas, logra fotografiar un Madrid espectral y tan desierto como el alma torturada de sus propios personajes. Y de la Duras.

(*) Oscar Portela :?

Ver en línea : www.corrientesaldia.com.ar

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