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Fernando Fernán-Gómez, el humanismo ácrata

Carlos Penelas

Argentina



 
Evoco su voz leyendo los poemas del romancero español. Así lo conocí. Una voz única leyendo los poemas líricos más bellos y conmovedores. Me acompañó durante parte de mi adolescencia. Junto a ese disco tenía la voz de León Felipe. Dos joyas que conservo, que cada tanto vuelvo a escuchar en el silencio de mi casa. La poesía en una voz cargada de ternura, de vitalidad, de emoción. Luego el cine. Las bicicletas son para el verano, La lengua de las mariposas, La colmena, El abuelo, por citar algunos films que me vienen a la memoria. Y los artículos. Más tarde lo descubrí en artículos profundos, sabios, inolvidables. Aún conservo algunos entre las páginas de mis libros. Su palabra cargada de fervor, de precisión. Un alma gallarda. Eso, un caballero del siglo diecinueve. Un hombre de ascetismo estoico, un hombre solidario. Un hombre que abominó los idiotismos.
Evoco su voz. Inevitable metáfora que llama el fondo. Un modo explícito de amar lo insurrecto, la dignidad, la hombría de bien. Una intensidad que no decae, la entonación, la circunstancia concreta. Invocaciones para crear símbolos en el tedioso y corrupto mundo en que vivimos. Una voz contra la injusticia social, contra aquello que menoscaba la esencia del amor, de la pasión, de la libertad. Su reverso es el Poder, la ignominia, la imbecilidad. Una voz que nos habla del dolor pero también de la felicidad, de la aventura, de lo utópico de la existencia. Las tramas de su vida son aquellas que nuestro corazón acepta y anhela.
Luego las novelas, la poesía. Un ser polifacético: una sensibilidad que bordea lo sagrado, el secreto del silencio, el tiempo abisal de la mirada. Claridad que va abriendo caminos entre tanto impudor y resignación. Imagen y palabra, luz y voz. Mito y deseo y laberinto. Así fui conociendo su ser. Me emocionó. Un espacio a la imaginación, la realidad profunda de la vida y la obra. Sin separarse, como una fantasía que redime lo cotidiano, la pobreza, las guerras o las persecuciones. Un dios tutelar, entonces, como los actores, los poetas, los músicos, los pintores. Los rebeldes.
Su madre fue la actriz Carola Fernán-Gómez. De joven estudió Filosofía y Letras. Luego teatro en la escuela de arte dramático que la CNT organizó en Madrid. Tuvo una influencia decisiva de su tío Carlos, miembro de la FAI. Estudió declamación con la actriz Carmen Seco. Y otros maestros: el actor Gaspar Campos y el director Manuel González. Toda su vida fue un ejemplo de rectitud, de compromiso, de saber por donde va el mundo. Su talento lo pudo todo. Debemos leer su autobiografía, El tiempo amarillo. Una vez más su prosa, su capacidad humana de amar, de comprender, de resistir. La imaginación y la razón se depositan en la memoria.
En 1977 estuvo en el encuentro de la CNT, en Montjuic. Perteneció al Sindicato de Espectáculos de Barcelona, adherido a la CNT-AIT. Al recibir el Premio Goya volvió a manifestar su indoblegable sensibilidad libertaria. Ateo, librepensador, hombre de polémicas, ayudó en silencio durante años a escritores necesitados, a artistas olvidados. Hablamos de una conducta, de un devenir: un hombre del humanismo. Sin dioses, sin patrias, sin banderas.
Sobre su ataúd la bandera anarquista. Y una rosa blanca. En la capilla ardiente del teatro de la Plaza de Santa Ana, en Madrid. Ese teatro, símbolo del movimiento obrero anarco-sindical. La actriz Marisa Paredes lo despidió con las mejores palabras. “Por anarquista, por poeta, por cómico, por articulista, por académico, por novelista, por dramaturgo, por único y por consecuente.”
La voz de la alta y profunda emoción permanece.
 
Carlos Penelas
Buenos Aires, noviembre de 2007

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