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No hay Crimen Perfecto, Menos Contra la Propia Cría

Maritza Sara Luza Castillo

Perú



 
Mientras cruzaba el umbral electrónico en la garita obligatoria del aeropuerto, antes de abordar el avión, encendió un cigarrillo para calmar sus ansias. Justo en el momento en que venían los perros antinarcóticos dando tumbos y acomodándose el cabello, tomó a sus dos menores hijos sin mas contratiempo que haber olvidado algo importante en el baño de damas, como esperando pasar desapercibida durante la pesquisa canina.
 
 -¡Estas empapado en sudor!- Le sentenció a su menor hijo de 10 años de edad.
 ¿Tú no mirabas al perro mama?- increpó la mayor de doce
La nariz húmeda con ese aire refinado entro a los servicios higiénicos. Los niños tenían ganas de arrojar sentían llena la bolsa estomacal
 -¡Mira que si el perro los huele quédense quietos!
Ellos tenían miedo, las lágrimas ya asomaban el vértice de los ojos. Caían lentamente. Pero no eran de ellos. El miedo actuaba en su fisiología. Muy dentro de ellos. Se escuchaba una oración solitaria. La madre apretaba las manos contra su pecho. Ellos querían volver a útero a cobijarse. De pronto, rápidamente se abrió las fauces y salió la lengua porosa, acuosa, tratando de sorber sobre sus intestinos. Los pequeños gritaron, girimiquiaron. La madre golpeo la trompa del can con un nudillo certero. Chillo el pastor alemán. Sus dueños decretaron:
 -¡Acompáñeme señora!
Sus pies se rehusaban a seguir sus palabras. La voluntad existía. Tomaron de los codos a los niños los oficiales
 -¡No toque a mis hijos!-sentencio perdida
Finalmente afloro la madre, desnuda del alma, temió que desnudaran a sus pequeños. La ira quemante le abrazaba el cuello, la garganta menos chamusqueada simplemente confesó. Entre los 340 pastillas enfundadas en el estomago. Cómo pudo detectar el perro algo así? Se preguntaba la madre. Unos amigos le habían contado lo que seguía. Pero ella se adelanto y pidió laxante para sus hijos y para ella. No hacia falta revisiones onerosas. En ese segundo entre las enfermeras recordó la vulnerabilidad de sus criaturas.
 -¡Ellos son vírgenes!
 -Lo comprobaremos!- respondía la autoridad
Los menores eran un océano andante. No sabían qué venía para ellos, pero recelaban el trato, los guantes blancos de goma, el despojo de las ropas. No mas humillación. Haciendo un nudo en la garganta la efectiva desistió de la intentona, quiso confiar en la palabra alterada de la madre. Fueron trasladados al hospital del estado, en aquellos recintos pobrísimos del gobierno, se acostaron y esperaron el laxante. La pequeña pensó en sus amigos del colegio que les había contado de su viaje a Holanda. El menor en su programa de televisión que se perdía a esa hora. La madre, en la maldita tentación del dinero supuestamente fácil. Una nube de periodistas. Las fotos de los tres en primera plana. No hay penas blandas. Ellos siguen sintiendo miedo. La familia los va a ver pero el Estado gobierna en sus vidas. No hay crimen perfecto, menos contra la propia cría
 
 
 
Maritza Luza Castillo

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