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VUELVE LA TRACA

César Rubio Aracil

España



Hemos dejado atrás las elecciones, y en lugar de reflexionar sobre los motivos del triunfo socialista, de la derrota del PP, de la debacle de IU, de la manifiesta intolerancia de la Iglesia, del innegable problema nacionalista de España -a la que no pocos dicen amar con la boca pequeña- y de otros aspectos políticos y sociales de relevancia, alguien prefiere ceñir su discurso catastrofista tomando como ejemplo Barcelona. Yo, no, aunque podría hablar del endeudamiento y despilfarro de la Comunidad Valenciana, donde gobierna el PP, como asimismo del accidente, en su día, del metro valenciano. Aunque “rojo”, ahora que Rajoy ha tenido la valentía y la inteligencia de permanecer en su sitio, abogo por la estabilidad política y por una oposición tan rigorosa como seria: lo que necesita España. Sin los resabios de algunos, que utilizan y manejan la democracia para generar in ambiguo la desorientación del pueblo, único medio para que pueda medrar la falacia. Pero, además, haciéndolo con descalificaciones impropias de las personas sensatas.

 Se me podrá tildar de charlatán que usa la palabrería para no decir nada, puesto que de poco sirve el argumento a quienes están acostumbrados a soltar coces. Sin embargo, con la finalidad de evitar en lo posible cualquier fisura por donde pueda colarse algún leviatán, procuraré, desde ya, expresar con pocas palabras la esencia de mis ideas en relación con el momento político que estamos viviendo. 

 Desde bastante tiempo antes de la globalización, la tendencia política de las democracias giraba en torno a la bipolarización: un partido en el poder y otro de repuesto. Como ejemplos, basta con apuntar los procesos seguidos en Francia, Reino Unido y los EE.UU. de América. Las demás formaciones jugaban y siguen jugando un papel testimonial, aunque, concretamente en España, los nacionalismos han sacado algún rédito de los pactos parlamentarios. En definitiva, león y tigre disputándose el poder y, el resto, “animalitos del bosque”.

 Cada nación tiene sus características, su idiosincrasia, que deberían respetarse para evitar inútiles enfrentamientos políticos y sociales. Si es verdad, como se dice, que en nuestra nación hay dos Españas, la obligación de los partidos políticos debería centrarse en la búsqueda de soluciones democráticas, para que el pueblo aceptara como conveniente y, más aún, necesario el ejercicio de la tolerancia. Tanto las derechas como las izquierdas son imprescindibles para el auténtico progreso de una nación; pero no el talante belicista al que nos han acostumbrado tanto la Iglesia como la mayoría de partidos políticos. ¿Se nos ha olvidado ya, tan pronto, el espíritu de la Transición?

 Hemos comenzado a recorrer una nueva singladura. La situación económica mundial marca derroteros nada apetecibles para el bolsillo del consumidor. En España tenemos pendientes de superar los problemas de la enseñanza, de la sanidad, de la investigación, de la vivienda, del paro y del terrorismo, entre otros no menos importantes. ¿Merece la pena, ahora que existe alguna posibilidad de que el PP pueda hacer una oposición seria y efectiva, remover el fango de los errores cometidos en Catalunya? Si al comienzo de una legislatura esperanzadora, personas que deberían –por su condición didáctica- favorecer el entendimiento comienzan a remover el cieno, ¿qué podemos esperar de nuestro futuro? Resulta grotesco hacer citas bíblicas y exaltar la figura de Jesús, cuando, en paralelo, la misma pluma trata de estimular la división de los españoles. Un profesor o catedrático que se precie de su condición de enseñante católico, debería profundizar en el mensaje evangélico y, al margen de dictados eclesiásticos, de recomendaciones pastorales y de otras conveniencias partidistas e, incluso, personales, debería, insisto, proceder con mucha más ecuanimidad.

 Estoy dispuesto, por propia convicción y coherencia política, a colaborar en MCH en sentido positivo; pero también, haciendo uso de la libertad que me permite la Constitución, a defender la tolerancia que no defienden la Iglesia ni los partidos políticos. Las tracas están bien para festejar las Fallas de Valencia, mas no con fines atomizadores.

César Rubio (Augustus)

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