La neblina asciende tangencialmente entre la verde clorofila y la roja arcilla de las tejas; el vapor que emana la tersa piel se abre paso entre sabanas desparramadas; el rocío salado cubre aquel cuerpo tibio que se despierta, las casas son el rocío que bajan y suben por las montañas que cual anchas caderas se cubren de la mezcla pictórica que en su paleta el creador como un pintor surrealista elaboró.

 

Las montañas, cerros y mesetas se presentan ante el dorado sol ondulantes, jugando aquí y por allá con el viento. Los hogares participan de ese juego en un dialogo que pareciera eterno; mientras aquella superficie alabeada descansa en una calida habitación, cubierta por la inmaculada sábana que juega, igual que las casas que cubren la montaña, con aquellas curvas que ningún mortal o inmortal podría negarse a admirar.

 

De repente se turba la visión del poeta de cabello enmarañado que embelesado enmarca en su mente el azabache que se derrama ondulante por el lecho en que descansa aquel ser, increíblemente ve en la espalda de su musa una piedra llana de intrincados quiebres, fría y dura, altiva y orgullosa, contrastante con las líneas suaves deslizantes de ese cuerpo que descansa.

 

¿Quién fue el insensato que habrá colocado esa piedra que dista tanto de la obra del creador? ¡Pobre poeta! ¿Dónde quedaran sus montañas?¿Acaso cubierta de simples obras de insensatos mortales, obras que semejantes a esa piedra se levantan altivas, duras, orgullosas y frías?