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CRONICAS DE FAROL Y SERENO

FRAGMENTO

Valentín Justel Tejedor

ESPAÑA



 

CRONICAS DE FAROL Y SERENO

Cuando Casañiez llegó a la capital madrileña, primeramente buscó aposento en la calle Jacometrezo, de la que Pedro de Répide decía, que era una calle sórdida y estrecha, abundante en casas hospitalarias de toda especie, desde el pupilaje estudiantil hasta los tugurios venustos, una confusa sucesión de tiendas sombrías, de casas de empeño, etc. No habiendo encontrado allí posada, decidió caminar hasta la cercana calle de San Jacinto, al llegar a ésta había un grupo de vecinos discutiendo acaloradamente, en uno de los portalones, sobre el pago de la llamada contribución de farol y sereno, entre voces los más gallitos gritaban que ellos habían de pagar, pero no por un espantapajaros nocturno, sino por un verdadero servicio de basuras, pues este ramo de policía no existía, para regocijo de traperos.Las basuras sencillamente eran acumuladas en una zona de la calle destinada a tal fin, resultando un interesante entretenimiento para los perros vagabundos, que destripaban la inmundicia vertida para encontrar algún alimento rancio o despojo de pluma. La calle de San Jacinto era una exigua vía con acerillas de cuña berroqueña y empedrado de pedernal, por donde transitaban carros tirados por bestias zainas.Era una calle de diogenados solares y pensiones de mala muerte, donde pernoctaban provincianos, gandidos, prostitutas y comerciantes de medio pelo, éstos últimos en algunos casos se hacían acompañar por viceberzas.En uno de estos figones, cercanos a la Plaza del Carmen, se alojó Casañiez, quien con el transcurso de los meses haría muy buenas migas con la figonera, que regentaba la hospedería; amistad que no era vista con muy buenos ojos, por parte de un pretendiente adulón y lameculos, que visitaba regularmente a la propietaria.

Junto a estas fondas con derecho a habitación, en algunos casos, también había tabernas con fachadas de cuarterones y grandes barriles junto a su embocadura.En su interior, una larga barra de nogal, con numerosas frascas y jarras de cristal, componía el mobiliario aderezado con varias fotografías de motivos taurinos.

Sin embargo, los forasteros, incluido Casañiez, acudían a degustar comida castiza, callos, tajadas de bacalao, cocido madrileño y vino de Parla, a los mesones con mejor fama, que se encontraban situados en las inmediaciones.También había en la calle de San Jacinto una mercería que dispensaba coloridas bobinas, cónicos dedales, y complementos de tocado y vestido.

Casañiez gustaba de recorrer la Travesía del Desengaño donde se encontraban unos talleres de ferreria y carretería, y junto a éstos estaban los denominados caños de vecindad, todos ellos con grifo de bronce para hacer correr y tomar el agua.Allí nuestro protagonista se refrescaba de las calurosas mañanas estivales.En la rinconada de la calle se alzaba el Convento de las Descalzas, lugar donde Casañiez acudía los domingos y fiestas de guardar para escuchar la Santa Misa, en latín, que oficiada por el Vicario General de la diócesis, congregaba a una feligresía de variopinto pelaje.Al salir de la eucaristia Casañiez, recorría con celeridad los callejones, cuestas, y pasajes, que le conducían al otro Madrid, al Madrid de la opulencia, al Madrid de la nueva burguesía, al Madrid de las camiserías de lujo, de las platerías de postiné, de los aristocráticos cafés y los monumentales teatros, que ofrecían vistosos espectáculos de variedades, y sicalípticos cuplés(…)

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