Doy al contacto. Cambio y accelero.
Tomo la carretera que está enfrente
y el coche se desliza velozmente.
Ciento veinte por hora en el tablero.
Tengo miedo a la muerte mas no quiero
que sepa que la temo. Indiferente,
miro el paisaje: un árbol, la corriente
de un río que se sabe prisionero.
Unas casas... Más lejos, se divisa
– frente al cristal- un cielo diamantino
que viaja conmigo y va delante.
Atrás queda mi vida. Voy deprisa
por ver en donde acaba este camino
sin levantar las manos del volante.