En el Día Internacional del Amigo, a los amigos de Dios y lo hombres: hermanos ofrendados singularmente en sus vidas como semillas de Cruz…
I – Aquel era, sin dudas, un pueblo desgraciado.
Tan desgraciado como el Cura del pueblo.
El pueblo y el Cura eran desgraciados, porque eran carecientes.
El pueblo no carecía de bienes. Carecía de alma.
El pueblo desgraciado era un pueblo desalmado.
El pueblo demostraba su desgracia en tanto que, a pesar de que todos (todos) sus habitantes rebozaban de bienes materiales; sin embargo, estaban tristes, angustiados.
El pueblo era negativo. Y cuanto más negativo era, más bienes materiales venían a su territorio.
El pueblo no entendía por qué, cubierto de bienes, no era feliz.
El Cura del pueblo trataba, sin éxito, que lo entendieran.
El pueblo no creía en Dios.
El Cura, insistente, elocuente, inútilmente lo intentaba.
El pobre y desgraciado Cura del pueblo desgraciado, ya ronco, ya casi sin habla…
II - Un día la gente desgraciada del pueblo desgraciado, cuando llegó al Shopping lleno de bienes, con muchos bienes para comprar esos bienes que su alma le urgía como un barril sin fondo, se encontró con una sorpresa.
Una insólita, supina, increíble, inaudita, soberbia y desgraciada sorpresa.
El Cura desgraciado, del pueblo, se había instalado en el Shopping Barroco (aprovisionado de antiguo por sus Renacentistas y Maderistas sucursales).
El pueblo del Cura no podía creer lo que el Cura del pueblo había hecho.
El Cura del pueblo había levantado una suerte de altar montado con el más exquisito marketing que, cualquier libro de comercialización del siglo XVII (y que habría despertado la envidia de los futuros genios del Harvard por venir), podría haber aconsejado para tan singular stand de venta.
El Cura del pueblo vendía a Dios.
En pedacitos, como en el templo sagrado, vendía a Dios.
Sólo el templo había cambiado. Pero Dios era el mismo.
Los pedacitos de Dios eran redondos y blancos, y purísimos y dulcísimos.
El Cura del pueblo decía que eran golosinas, caramelos celestiales. Y no sentía los remordimientos de Judas por venderlo de ese modo…
III - Más aún, decía al pueblo que lo miraba absorto oficiar su nuevo oficio de vendedor marketinero, que, si le guardaban en un cofre, que él también vendía, sería el amuleto perfecto para luchar contra la desgracia de sus almas desalmadas.
Les decía que, así como el cuerpo necesita cuatro comidas al día para estar fuerte y vigoroso, el alma también necesita de alimento para estar viva y fuerte y feliz.
Los ingredientes del caramelo que vendía, que podía consumirse como alimento o guardarse en un cofre llamado “teca” para ahuyentar la desgracia que atormentaba a sus almas desgraciadas, y que había que besar con confianza todos los días aunque sea una sola vez al día, estaban escritos en papel con cierre al vacío donde yacía aquella golosina blanca, y redonda, y purísima y dulcísima, como un pancito recién horneado en la panadería del Shopping.
Claro que, muchos compraron el caramelo porque era un pedazo de Dios, y podían exhibirlo en un aparador junto a una cerámica ática del siglo VI a. de JC o a una vigorosa imitación de un cuadro de Miguel Ángel Buonarrotti. Otros no lo hicieron porque pensaron que el Cura desgraciado, del pueblo desgraciado, se burlaba de ellos; otros dejaron para más adelante decidir la compra o no: preguntarían a aquellos que lo habían comprado, que tal era aquel producto extraño.
IV - Sólo un pequeño niño, de unos tres años, que estaba empezando a deletrear palabras, se puso a leer las indicaciones y contraindicaciones del empaque del producto.
Luego de balbucearlas sin entender nada, leyó los ingredientes que lo componían: estaba en letra muy, pero muy chiquita, como es propio de todo contrato que se considere tal (donde lo importante siempre está en la letra chica).
Decía, silabeando…: “El-Cu-er-po-y-la-San-gre-de-Cris-to”.
Su ángel de la Guarda, astuto y atento, le sopló al oído: el Cuerpo de Cristo, Dios hecho hombre y redentor del Universo, es la materia orgánica que necesita el alma para desarrollar sus músculos y arterias; y la Sangre de Cristo, precisamente, la sangre que necesita el alma para que circule por ella el oxígeno del Espíritu Santo, que es la alegría con que el Padre Dios ama a su Hijo, Jesucristo, y a todos los hombres del Universo.
Por supuesto, como usted comprenderá, no sólo que lo que le cuento no es un cuento y sucedió realmente en el pueblo desgraciado donde vivo con un Cura desgraciado a causa de la desgracia del pueblo, sino que el Ángel de la Guarda dijo todo lo que dijo en lenguaje de niño, y de niño de tres años…
Ah; también le recordó que sólo aquellos que se hicieran como niños podrían no sólo entender sino gustar y aprovechar al máximo las delicias del caramelo que vendía el Cura.
V - Lo hermoso de todo esto, es que, de aquí en más, el gerente del Shopping, que se llevaba parte de las ganancias del pobre Cura –pero algo feliz- del pueblo no tan pobre ahora y algo feliz, renovó el contrato de alquiler del stand donde el Cura vendía pedacitos de Dios, por plazo indeterminado…
Entonces el Cura del pueblo, repitió las palabras de su Maestro y Señor de todo y de todos: “He aquí que vengo, a hacer nuevas todas las cosas”.
Ahora el pueblo empezaba a colmarse de Gracia.
Fue aquella la primera sonrisa que curvó sus labios, después de doce años de vano ejercicio sacerdotal en aquel pueblo que había sido desgraciado.
VI – Y vio Dios que todo lo que había hecho con el Cura y el pueblo, era bueno.
VII - Y al séptimo día, descansó. Pero fue porque algo notable, de pronto, había sucedido: es que las campanas de la Iglesia volvieron a sonar, la Basílica reabrió sus puertas, el Cura arrojó a un cesto el mameluco distintivo de la Catedral del Consumo y calzó gozoso sus ornamentos sagrados; y, en una misa colmada de contritos fieles, pudo distribuir –como así correspondía desde hacía más de mil seiscientos años, gratuitamente, el Pan de Dios. Nunca más, eso creyó, tuvo necesidad de vender los pedazos a Dios. Limosna a voluntad.
De hecho, el stand del rubro en el Shopping quedó sin clientela, el contrato con el Cura (feliz) cancelado “por razones materiales”, aduciendo sus dueños ante el pueblo que, a partir de ahora, cerrarían por vacaciones…
Nadie lo creyó. Pero como con cada hombre, nace un ser nuevo, inteligente y libre, alguien profetizó que, oportunamente, la historia volvería a repetirse. Una y otra vez.-
ADRIAN N. ESCUDERO - Santa Fe (Argentina), 29-03/03-04-07. Del Libro inédito “MUNDOS PARALELOS y Otros Cuentos” (Colección de Realismo Mágico). La Botica del Autor. Santa Fe (Argentina), 2004/2008.-