Oscar Portela: Una mirada sobre su poética
por Ketty Alejandrina Lis
Como bien se sabe, nadie que pretenda escribir poesía puede dejarse llevar por los caminos lineales de los sentimientos. Pero sin sentimientos no se puede escribir poesía.
Sentimientos que en palabras de Oscar Portela son verdaderos demonios interiores, implacables demonios que desgarran antes que la piel, el alma y donde libera cada una de sus caídas con la energía indomable de su talento.
De sólida formación literaria no se observan en nuestro poeta demasiadas diferencias entre los enfoques que desarrolla en sus ensayos y el personal lirismo de su poesía, en los cuales, detrás de cada aparente negación de toda religiosidad (del re-ligare, volver a unir a Dios) muestra justamente una religiosidad tan desgarrada como conmovedora.
Una atenta lectura de sus poemas nos ofrecen verdaderas plegarias que emergen —oponiéndose a la inocencia aparentemente perdida— de la furia que todo ser humano sensible siente ante las atrocidades que suceden en el mundo que nos toca transitar.
Veamos:
PATER
Padre mío, clemencia a la que me he negado,
desesperado está mi corazón. Clausurado el
último refugio y apagados los trinos que
afanosamente buscó mi boca. En tu fe,
innumerables fueron las pruebas, los días
recorridos y aquello en que se prodigó mi
anhelo nunca colmado. Y ahora, sólo cenizas
dejas sobre mi ojos, llenos de sombra y
viento y furia y llanto.
Aposento sin ventanas vida, mar sin costa,
la palabra que dicta el
incierto camino, inseguros los pasos,
mientras debes volver. En ninguna parte está
el origen, en todo lugar brilla el olvido,
el sórdido complot del desamor.
Tú dices, abandona la posesión, el sueño infausto,
de las bodas de las aguas y el fuego,
pacificadas están las madrugadas,
es terrible el desierto y aún más grande el
temor de no ver ya abras disipándose o
asfixiando el poema, perfumes que el amor
hizo suyo en el desnudo y frío lecho de
la soledad. Madre, ven a mí como ayer,
protégeme del Caos y el viento de la locura.
Todo retorno es peligroso y adentro mío
no hay sino piedras, negras e inclementes
aves que esperan el día en que hable
el cruel y vasto idioma del origen.
de "La memoria de Láquesis"
Y es en este contexto donde el oxímoron se da la mano con algunos saltos de un decir directo y claro cuando la poesía porteliana levanta mayor vuelo:
ÁNGULOS
a Alfredo Mariano García
Después de la faena agotadora,
la fatiga, el cansancio, la abrumadora soledad
sintiéndose a sí misma en la cruz,
—los ángulos iguales, el vacío que llena el centro de la
nada— y la imagen de un rostro
que no se ve. Atrás quedan las siestas.
Ardor insoportable de ser y saberse vencido
por la implacable sed. Lejos quedan imágenes
sostenidas en claves y misteriosos
vínculos de azul, y el azar,
la sal y las rapiñas de cuerpos devorándose
en la magnificencia de una noche absoluta.
¿También las hubo? Después de las jornadas
de dolor, el porqué y las alas que vuelven
o en círculos vigilan sobre un dolido corazón.
El que habla, el que escribe para callar,
muda para pensarse sosteniéndose
en el abismo de un enigma, florecido como una
boca pura en mi ingle, es sólo un muerto,
un virginal deseo que se durmió a tus pies.
Después de la fatiga, la soledad diciéndose a sí
misma, reenviándose dudas, actas de nacimiento,
diarios de viaje, atormentados pésames y
una paloma con el ala quebrada. Ceremonias de lo
que resta del día, desoladoras imágenes, risas
en el vacío y la muerte furtiva tras el medroso
olfato de la razón, inquiriendo las formas y los
perfumes de tu piel, soñándose, atormentándose
en sahumerios, que buscan un sepulcro donde durar
en sombras y en vacilantes ecos. Sólo un Dios
puede salvarnos ya. Ni en los celestes coros
ni en los ciegos abismos, alguien guarda respuestas
para ti. Después de lo que resta del día, de la espera
dolida, sería suficiente, piadosamente desaparecer
de las memorias, los espejos, los nombres y clamores
que abren y dan consuelo al tiempo. No un viaje más,
no una jornada, sino la ardiente víspera de adiós
hacia la noche austera donde tus bellos ojos
yacen velándose en el vacío del vacío.
de "La memoria de Láquesis"
Claroscuro, su último libro, no se aparta del adentramiento en sí mismo donde sus “demonios interiores” continúan imponiéndosele con despiadada presencia aunque, paradójicamente, Oscar Portela sabe dar paso a esa inocencia que a pesar de su admiración por Nietzsche jamás perdió.
Una inocencia que sabe enojarse, una inocencia que sabe decidir cuándo y a quien amar, una inocencia que le permite levantarse tantas veces como ha caído. Que aúna la palabra poética con la humana necesidad de trascendencia.
Prevalecerán las aguas
a Ricardo Mosquera Eastman
Las aves van a migrar
en qué corazón y de que flores libarán las aves
que ahora me abandonan en el desierto
de los años
muerto de sed, y de visiones
o espejismos acerca de aquello que se fue
y de lo que no vendrá,
ahora que desando el camino
de los muertos
que hicieron de mi alma
un nido, y sus plumajes se muestran
mientras los años pasan
y nada adviene, como no ser
la barca de Caronte, arrastrándome
hacia el mito del ave
que yo temo en mis sueños,
y que golpea a mi puerta
¿por qué señor? cuando congelado está
todo, cuando el cierzo
va a caer sobre mí, y las llamas
van a consumir mi cuerpo,
solitario,
por qué señor; negras las alas
y el blanco plumaje que cubre
su graciosa silueta
de garza
que espera el alba de los cielos,
los huracanes y las lluvias,
los colores que no diría nadie,
todo-todo,
letal como el volcán que en
mis sueños me insta a jamás despertar.
Quédate entre los muertos alma,
que muerta estás,
muertas las alas que levantó
el deseo y entregó por instantes
al veneno de Apolo,
quédate entre los muertos,
me dices, y en la ventana, negra-blanca,
como otro vampiro,
el ave fabulosa
que ha resistido los tiempos,
ella, esperando lo que quizá jamás
sea sino el teatro de sombras
del cual estamos hechos,
nosotros,
marionetas, que con la pasión
del absoluto jugamos
a desecar el mar,
cuando prevalecerán las aguas.
Cuando yo estuve aquí
Yo estuve aquí: esta fue mi alma, mi altura, mi verdad,
el vendaval, la tempestad en la que zozobraron mis ansias, ¡ay!
y el tumulto, las volcánicas lavas que arrasaron todo lo vivo:
el oro que sepultó tras sí todo lo índigo, las ardorosas manos
y los cielos caídos como píos de la rama más alta,
yo Calibos, yo Ariel, yo el Mago, también estuve aquí,
pero fue el otro, el otro, que despertaba minuto tras minuto
tras de las marejadas que las auroras dejan tras de sí.
Yo el otro de mismo, el que ahora se vuelve sobre sí,
—paso de danza que no alcanza el presente,
ni la sonrisa del querube—, pasado que retorna o
círculo vicioso que la visión perturba y torna todo
púrpura, la pasión ya agotada, pero viva en la muerte.
Ah niño mío, señor de los vientos del espíritu y el aire
que aún usurpas el no lugar —el no ha lugar—, de un pasado
sometido al olvido y sin embargo, pura visión angélica
tras mis pasos que vuelven, como la aparición o el sueño
de encarnados espectros y dibuja, en mis cansados labios,
en el alma del alma, la sonrisa olvidada entre cipreses
y aguas más cálidas y turbulentas que la muerte.
¿Seré hoy un espectro? ¿Será el adviento que un pasado
sin torna, prometido en los sueños? Di tú, pequeño astro
que turbas el ansia que aún impulsan los signos
que me traes y el idioma del muerto.
de "Claroscuro"
Oscar Portela a contramano de su angustia existencial tiene el privilegio de poseer en palabras de Yeats “una dulzura tal fluyendo del pecho que nos reímos de todo y todo lo que miramos está bendito”.