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TRILOGIA DEL PARAISO (El Arbol del Amor-El Bosque de los Bonsáis-La Estufa Tropical)

Fragmentos

Valentín Justel Tejedor

ESPAÑA



TRILOGIA DEL PARAISO

(EL ARBOL DEL AMOR-EL BOSQUE DE LOS BONSAIS- LA ESTUFA TROPICAL)

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EL ARBOL DEL AMOR

En esos días en que los atardeceres prolongan su excelsa claridad, convirtiendo los preámbulos crepúsculares en fulgorosas anochecidas, fue cuando franqueamos el umbral de aquellas bellas columnas, que nos conducían hacía el interior de un verdadero paraíso natural.

Desde la misma entrada, se podía vislumbrar una maravillosa miscelánea de buena parte de lo que albergaba, aquel singular tesoro natural.

Caminabamos por ocres senderos, que parecían estar tejidos con finísimos hilos de oro. La textura de estas apaisadas y luengas veredas, era suave y delicada, como la más pura seda oriental. Nos rodeaban los colores más intensos de la esplendorosa y precoz primavera: el glauco con su feracidad, armonía y frescura; el añil con su sosiego, estabilidad y profundidad; el cinabrio con su fortaleza, vitalidad y pasión; el anaranjado con su placer, regocijo y jocundidad; el áureo con su alegría, energía y felicidad; el níveo con su pureza, perfección y virginalidad; el púrpura con su noltalgia, romanticismo y melancolía. Todos ellos se fundían en aquellas tardes templadas de abril, en aquellas tardes de inequívoca y hermosa primavera. Avanzabamos deleitando a cada paso nuestras retinas, mientras escuchábamos el undísono rumor suave y moderado del agua, que brotaba dócilmente de aquellos orbiculares fontines. Tras rodear el estanque situado frente al Pabellón de Villanueva, entre los trémulos reflejos, que tornasolaban su ácuea superficie, convirtiéndola en un argentado espejo de cristal, se podía columbrar el ir y venir de los pájaros, desde la terraza superior hacia los cuadros inferiores.

Así, al dejar atrás la Terraza del Plano de la Flor y descender premiosamente por la Rambla de los Olivos, escoltada por ejemplares de leñoso y retorcido fuste, pudimos columbrar entre las copas esmeraldas de los enhiestados cipreses, un árbol singular de hojas acorazonadas, con tronco sinuoso y ramaje irregular del que brotaban numerosas flores de un intensísimo color fucsia, que eclipsaban cuanto había a su alrededor. Ni tan siquiera los azafranados narcisos con su jalde y ambarina tonalidad, conseguían minorar el enardecido cintilar, del árbol del amor (…)

 

EL BOSQUE DE LOS BONSAIS

Tras aquellas sinuosas escaleras, nos aguardaba el maravilloso bosque de los bosnias. Alguien nos había dicho que una vez culminada la sencilla escalinata, nadie quería volver a descender de aquel mágico lugar. Era como si un desconocido hechizo provocara un taumaturgico encantamiento en todo aquel, que decidiera traspasar el límite de lo real, accediendo a un mundo onírico, fascinante y asombroso.

Así, nada más alcanzar la terraza alta donde se encontraba el bosque de las miniaturas naturales, vislumbramos que la luz mutaba su espectro convirtiéndose en una haz casi infinito de claridad refulgente. El diáfano cielo se tornaba níveo y perspicuo, debido a los albugíneos cúmulos, que lo cubrían parcialmente. Este mar de nubes de algodón, se reflejaba sobre las cristalinas aguas del equirrectangular y apaisado estanque, situado detrás del centenario Pabellón de Exposiciones.

Escaleras arriba, junto a la laguna elíptica, una discontinua rejería de hierro fuliginoso y azabache, parecía proteger las encalmadas aguas, que reflejaban la bella silueta de un ecléctico edificio monumental, situado en la cercana lontananza. Una espléndida construcción con cúpula redondeada y bulbosa, que parecía evocar con sus curvilíneas formas el exotismo de tierras lejanas.

Los atusados setos propincuos ofrecían una colorimetría de un exultante color verdino. Sus lienzos vegetales, parecían conducirnos espontáneamente, por el único camino existente hacia el paraíso.

Sin embargo, todo ello paradojicamente era irreal, pues el verdadero edén se encontraba a escasos metros de allí, concretamente a nuestras espaldas. Así, al girar la vista pudimos columbrar un bosque inimaginable…

Los pinares con sus troncos de corteza purpúrea y sus hojas aciculares recias y retorcidas, dispuestas en una ramificación verticilada, se habían convertido en minúsculas réplicas de coníferas mediterráneas. Las sabinas exhibían sus cortezas quebradizas, y sus ramajes imbricados y modelados por la incesante fuerza del viento(…)

LA ESTUFA TROPICAL

Tras recorrer el Paseo de las Estatuas, admirando a cada paso los floridos cuarteles octogonales de la cercana rosaleda, columbramos el imponente estilo clasicista de la Puerta del Rey. Así, al retomar el Paseo de Carlos III,

desembocamos posteriormente en la Puerta de Murillo, para después dirigirnos hacia uno de los ángulos de un recinto pleno de belleza, donde da comienzo una fascinante aventura, pues aquella puerta metálica que se abrió ante nuestros ojos nos adentró en un mundo prácticamente de ficción. Aquel invernáculo mostraba la más exuberante belleza de los Trópicos.

Al descender por las escaleras intermedias que daban acceso al recinto, lo primero que percibimos fue un sonido continuo, un susurro constante que cariciosamente se dejaba sentir en nuestros oidos, haciéndonos olvidar la realidad existente a nuestro alrededor.

Así, entre aquel laberinto de palmaceas tropicales, avanzábamos por un sendero de planchas metálicas, decoradas con bellos motivos ornamentales arabescos. Las plantas trepadoras se enroscaban con suma facilidad, en los pilares de la estructura de la estufa, deseando alcanzar la ansiada luminosidad.

La espesura y frondosidad era de tal magnitud, que apenas se podían vislumbrar las cubiertas de cristal a dos aguas, (sustentadas por finas vigas de hierro fundido), que hacían las veces de cielo artificial, en aquel exótico y maravilloso lugar. Al avanzar por aquel vergel siguiendo la celestial sonoridad del agua, llegamos hasta una ácuea oquedad que contenía plantas acuáticas sumergidas, flotantes, emergidas y anfibias. En las paredes que rodeaban el aljibe, la lienta humedad hacía crecer por doquier ramificados helechos. Al acercarnos sobre la fuente de la que manaba el agua con escaso caudal, pudimos escuchar un sonido tan puro, reverberante y mágico, que de forma subliminal nos invitaba a cerrar los ojos e imaginar, que realmente nos encontrabamos en el interior del verdadero paraíso(…)

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