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EL SUEÑO DE LOS JUGUETES

Valentín Justel Tejedor

España



Alejandro es un niño de seis años, guapo, inquieto, y con una gran curiosidad por descubrir cosas nuevas en su vida, es muy aplicado en sus deberes académicos, responsable y educado.

Alejandro tiene una habitación llena de juguetes, que se encuentran colocados en estanterias, sobre la cama, sobre su escritorio, e incluso en un panel de corcho que tiene colgado sobre la pared.

Alejandro se levanta todas las mañanas temprano, para dirigirse a su colegio situado a escasos metros de su casa, desayuna chocokrispis, y un buen tazón de leche, para tener la energía necesaria para  jugar mucho,  poder estudiar y aprender todo lo necesario para llegar a ser cuando sea mayor lo que más le gusta.

Pero, lo que Alejandro no sabe es que cuando cierra la puerta de su habitación para irse al colegio, los juguetes que se encuentran en su interior empiezan a tener animadas conversaciones sobre todo lo que han escuchado decir al niño durante el día anterior.

Así, el oso de peluche comenzó la charla diciendo a los demás juguetes:

- Ya sabéis que dentro de poco tiempo será Navidad.

- Si, es cierto respondieron los demás juguetes.

- Â¿Que nuevos compañeros de juego tendremos este año?.

- Pues, no se, pero espero que no venga ningún juguete electrónico, es muy dificil jugar con ellos.

- Pues, yo ayer estuve en casa de un amigo de Alejandro, dijo la jirafa de baloncesto y jugamos con una Gameboy y lo pasamos muy bien.

- Puede ser que tuviera sus baterías bien recargadas, porque esos juguetes cuando tienen poca pila son insoportables, dijo la bicicleta.

- Yo una vez tuve una novia, dijo el balón de futbol, que era una videoconsola  y nos divertíamos mucho jugando al futbol virtual.

El oso de peluche terminó diciendo a los demás juguetes que era hora de jugar hasta que llegara el niño que tan felices les hacía con sus palabras, gestos y en definitiva con su cariño.

Como hemos comentado anteriormente, se aproximaba la fecha de las Navidades y los juguetes tenían curiosidad por conocer a sus nuevos compañeros, Alejandro ya había estado hablando varias veces con su papa,  diciendole que regalos eran los que más le gustaban. Pero esa información no existía para ellos, pues tan solo podían apostar por aquellos juguetes que aparecían en la televisión y de los que escuchaban sus nombres.

Una tarde llegó a casa Alejandro de una gran superficie, con un catálogo en el que aparecian muchos juguetes, y algunos de ellos estaban marcados con una cruz; estos ya eran los candidatos.

Todos los juguetes esperaron a que Alex se acostara, y aprovechando el resplandor de la luna llena de esa noche, se reunieron de nuevo en el pupitre de la habitación para con mucha inquietud ver hoja a hoja ese catálogo y descubrir así cuales iban a ser sus compañeros de juegos, decían:

- Â¡Â¡Â¡Â¡Mirad una Playstation, y un juego de Supermario Bros!!!!

- Â¡Â¡Â¡Â¡Mirad un Castillo de Exin, y el Juego de los Patos!!!!

-   Bueno amigos, ya sabéis cuales van a ser nuestros nuevos compañeros de juego, ahora ya podeis dormir tranquilos.

Día a día,  Alejandro iba añadiendo a sus peticiones algún nuevo elemento, lo que desconcertaba aún más a sus divertidos amigos.

Una vez que Alejandro regresaba del colegio y terminaba sus ejercicios, se ponía a jugar con sus pequeños amigos, se los llevaba a casa de sus otros grandes amigos y allí organizaban un sinfín de juegos y se divertian muchísimo, a pesar de que había algunos de sus juguetes que eran muy remolones y perezosos y no les hacia mucha gracia eso de salir de su habitación.

Alejandro, era un niño muy deportista y le gustaba no solo jugar con juguetes sino también hacer gimnasia, jugar al baloncesto, al fútbol, y practicar un sinfín de deportes, era portero de su equipo y paraba casi todos los balones que lanzaban a su portería; también era un gran jugador de baloncesto, ya que, encestaba muchas canastas, sus compañeros de equipo sabían que una pelota en sus manos eran puntos seguros.

Sus juguetes se sentían muy orgullosos de que Alejandro fuera el niño que les había elegido.

Un día por la tarde, cuando Alejandro llegó a casa, y dejó su mochila para ir a merendar se dio cuenta que el coche rojo estaba en otra estantería distinta de la que el lo había dejado el día anterior, pero no le dio mayor importancia.

Después de merendar, entró en su habitación de nuevo para dedicar su tiempo en resolver todas las operaciones matemáticas que le había puesto su profesor de ciencias exactas, y estudiar la lección de los colores en ingles, decía en voz alta Alejandro:

El azul es el blue; el rojo es el red, el verde el green, el blanco el white, el negro el black, y el amarillo el yellow.

Los juguetes escuchaban las palabras del niño y se miraban unos a otros pensando que era un chico muy inteligente y que salvo aquella ocasión en que castigó a su muñeco Explorador por meterse en el lavabo sin el casco, a ellos nunca les había hecho daño, pues siempre les había tratado muy bien.

Todos ellos estaban deseando que terminara de estudiar y hacer sus deberes para comenzar a jugar con el.

Alejandro cuando se iba a acostar se despedía de todos sus juguetes con un cariñoso buenas noches, y ellos le respondían de igual forma aunque él  no podía escucharles.

A la mañana siguiente, Alejandro volvió a levantarse para ir al colegio, pero con una ilusión nueva, pues el día anterior en la escuela su profesora les había pedido a todos los niños de la clase, que entregaran uno de sus juguetes para los niños pobres de Latinoamérica.

Alejandro no lo dudó cogió uno de sus juguetes favoritos y se lo llevó al colegio, allí sus compañeros de clase habían llevado también más juguetes, muñecas, camiones de bomberos, trasatlánticos en miniatura, etc.

Todos los niños estaban muy contentos porque iban a hacer felices a muchos niños pobres que no tenían la misma suerte que ellos y sus padres no tenían dinero para comprarles juguetes, y solo podían jugar con cuerdas, piedras, palos y objetos básicos a los que mentalmente transformaban en astronautas, naves espaciales, y casas de muñecas.

La profesora recogió todos aquellos regalos y agradeció a sus alumnos aquel gesto de generosidad y solidaridad.

Alejandro volvió ese día muy contento a casa pensando que algún niño podría divertirse  mucho con aquel juguete que el había donado.

Sin embargo, nunca podía imaginar que los demás juguetes estaban muy tristes por que se habían quedado sin un amigo al que querían mucho, pero por ello no estaban enfadados con la actitud inocente de Alejandro.

Al día siguiente, Alejandro fue con sus primos a la feria y  se montó en todas las atracciones que os podais imaginar, reía y reía una y otra vez, y se divertía mucho cuando en el tren fantasma los duendes le golpeaban suavemente con sus escobas, en el laberinto de los espejos cuando chocaba con los cristales sin percibir la presencia del vidrio, en la montaña rusa cuando después de los vértigos y las fuertes sensaciones regresaba en el vagón al punto de partida,  también cuando sus primos le conseguían alguno de aquellos enormes peluches que después no sabía dónde colocar; pero todo ello en aras de un único fín su inconsciente felicidad.

A última hora de la tarde, cuando regresaba cansado después de aquella jornada festiva y agotadora, vió a un papa Nöel que se acercó hasta donde se encontraba Alex, para darle su mano y preguntarle si aquel año se había portado bien, si había sido bueno, y si en el colegio había aprobado todas las asignaturas.

Alex le observaba con una mirada tímida, y con la cara medio girada hacia tras quizá por la vergüenza que le daba encontrarse ante el mismísimo Papa Nöel, apenas articulaba algunas palabras y cuando lo hacía estas eran prácticamente imperceptibles, pero Santa Claus llegó a entenderle y le prometió que esa misma noche visitaría su casa para dejarle todos los juguetes que había pedido, pero le impuso dos condiciones:

 la primera de ellas fue que tendría que dejar abierta su ventana, y la segunda que dejaría trufas y galletas de mantequilla.

Alex una vez que cogió confianza con Santa Claus, le preguntó algo que le inquietaba diciendole:

-¿Papa Nöel, tu conoces a los tres reyes magos?

A lo que Santa Claus le respondió que eran muy amigos suyos, y que no tardarían en venir a visitar a todos los niños del mundo.

Alejandro insistía en su curiosidad preguntando más cosas:

-¿Por qué ellos vienen de Oriente y tu vienes de la tundra?

Papa Nöel, no encontraba respuestas para aquellas preguntas y decidió besar la mejilla de aquel niño y seguir transmitiendo el espíritu de la Navidad entre los otros menores que se hallaban allí congregados.

Alejandro regresó a su casa con una gran sonrisa y una sensación de bienestar motivaba por aquel encuentro, con lo que para el era un verdadero sueño.

Una vez en casa contó a todos su experiencia vivida con Papa Nöel, y dijo que por favor dejaran la ventana abierta de su habitación; asimismo pidió a su mama que por lo menos, si no tenía las trufas dejara las galletas de mantequilla en su cuarto, ya que así se lo había pedido Santa Claus.

Así por la mañana, después de que Alejandro se marchara al colegio, una nueva reunión fue convocada por la Caja de Acuarelas.

- Anoche, estuve en la cocina pintando y Alejandro le dijo a su mama que quería un Estuche de Magia.

- No es posible, ese es un juguete muy peligroso dijo el Karaoke, nos podría hacer desaparecer a todos con algún truco de magia.

- Ohhhhhhhhhhh! Dijo asustado el Organo Musical.

- Tendremos que buscarnos otro niño para jugar pues, no estoy dispuesta a compartir mis juegos con semejante Caja de trucos, para eso casi prefiero un Laboratorio de Ensayos Químicos, replicó el pequeño ordenador.

- No os pongais así, pues Alejandro sabra usar adecuadamente ese juego ya vereis no hay nada que temer, tranquilizaos por favor.

En el fondo todos los juguetes confiaban en Alejandro, a pesar de  que alguno de ellos manifestara alguna reticencia.

Así, llegó la noche del 24 de diciembre, y todo estaba preparado para que esa misma noche Papa Noel  ataviado con un traje rojo y un trineo tirado por cinco renos blancos, se detuviera en la casa de Alejandro y dejara los regalos que éste le habia encargado.

Todos los juguetes deseaban, por un lado, ver la expresión facial de Alejandro al abrir los regalos rasgando con fuerza los papeles tornasolados y con motivos infantiles, que adornaban unas cajas en las cuales se alojaba no sólo un objeto físico, sino algo  más dificil de percibir como era la ilusión que asomaba en cuanto se abría el envase, que inundaba todo de felicidad, era un halo imperceptible, invisible pero a la vez tangible y verosimil que iluminaba la cara de aquel niño de una inmensa alegría.

- ¡¡¡¡¡  Mirad, me ha traido la Play Station  !!!!!

-!!!!!  Mirad, me ha traido la Magia Borras ¡¡¡¡¡¡

- ¡¡¡¡  El Coche Teledirigido!!!!

Alejandro derrochaba entusiasmo, y vitalidad, e inmediatamente corrió a casa de sus amigos para mostrar los regalos e intercambiar juegos con ellos.

Sin embargo, no todos sus amigos habían tenido la misma suerte que el, pues a Christian únicamente le habían dejado una gran bolsa de carbón negro y dulce, por haberse portado mal durante el año.

Los juguetes que asistían atónitos a aquel espectáculo año tras año, conocían a sus nuevos compañeros en un abrir y cerrar de ojos, aceptándolos de buen agrado, pues esa había sido la elección de su niño, y por tanto, no estaba sometida a discusión.

Durante los días sucesivos Alejandro se pasaba el tiempo jugando, con aquellos juguetes que le habían regalado, los intercambiaba con los de sus mejores amigos, y se olvidaba hasta de la hora en que tenía que regresar a su casa.

Sus viejos juguetes pronto entablaban amistad con los que iban llegando, y de esta forma reinaba la armonía y la felicidad.

Pocos días después de celebrarse la llegada de Papa Nöel, una nueva ilusión ocupaba la mente de Alejandro: El día de los Reyes Magos.

Previamente a la celebración de la Gran Cabalgata de Reyes Alejandro se dirigió a un recinto donde se había anunciado que los Reyes Magos llegarían en helicóptero, allí miles de niños de todas partes esperaban inpacientes el aterrizaje de los tres magos.

De repente, un estruendoso ruido y unas luces centelleantes anunciaban su inminente llegada, los niños alzaban sus ojos para poder contemplar aquel espectáculo, pero el aire levantado por las aspas del helicóptero tan solo permitía esperar a que el aparato tomara tierra.

Una vez la aeronave hubo descendido, todos los niños fijaban sus miradas en la pequeña puertezuela por la que debían bajar los Magos, y así fue, instantes después apareció el Rey Melchor vestido con una túnica verde y una corona de nacar y perlas; en sus manos portaba un pequeño cofre que contenía oro, extraido de las minas de Mesopotamia.

Melchor saludaba con su mano a todos los niños allí congregados.

Momentos después descendió del aparato el Rey Gaspar que iba ataviado con un manto de color granate y púrpura, llevando sobre su cabeza una corona en tela de seda azul con incrustaciones de piedras preciosas, y en sus manos portaba otro pequeño cofre con incienso.

También saludaba a todos los niños y padres allí reunidos.

En último lugar, hizo su aparición el Rey Baltasar, para muchos niños su preferido, iba ataviado con una túnica azul metálico, con una pequeña piel blanca sobre su cuello, y con un gran turbante de color naranja y violeta que incorporaba voluptuosas gemas del mismísimo Eúfrates. En sus manos sostenía un exiguo cofre que contenía mirra.

Los tres Reyes Magos aclamados sin cesar por los allí presentes abandonaron el recinto para dirigirse a un hospital cercano y visitar a los niños que no habían podido asistir a su encuentro.

Después de abandonar el recinto donde habían aterrizado los Reyes Magos todos los niños, incluído Alejandro se dirigieron hacia las avenidas de la ciudad donde se iba a desarrollar la Gran Cabalgata de Reyes.


Allí estaba el, entre la muchedumbre, especialmente niños ansiosos por ver aunque fuera por unos breves instantes a aquellos magos que venían de Oriente montados en sus espectaculares camellos y dromedarios, que portaban tras de si un multicolor séquito de bailarinas ataviadas con las más preciadas sedas de Antioquía, unas carrozas decoradas con adornos de oro y plata, unos músicos que interpretaban las canciones preferidas por los más pequeños, y unos pajes que repartían miles de caramelos y golosinas al azar; y en algunos casos hasta cajas de juguetes que llenaban de alegría a aquellos ilusionados niños.

Una vez terminado el festejo, Alejandro volvió a su casa para esperar de nuevo la llegada de  juguetes que colmaran sus deseos.

Las emociones de esas Navidades habían calado en el ánimo de Alejandro, que vivía la Navidad no sólo como una Fiesta de Regalos, sino como la Gran Fiesta de la Ilusión, de la Alegría y de la Felicidad, que en definitiva es el Sueño de Todos los Juguetes.

FIN

Este artículo tiene © del autor.

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