Miradas, miradas que no me aclaraban nada, que sólo conseguÃan atraparme, querer ir más allá, dejar el tiempo a un lado y meterme dentro de ellas para descubrir lo que buscaban, lo que significaban. Porque aunque dicen que hay miradas que lo dicen todo sin necesidad de palabras, las tuyas nunca supe en que idioma me hablaban.
Lo intenté todo. ¿Pero qué era todo si sobre ti no sabÃa nada? Apareciste de repente, sin avisar, desbaratando por completo mis dÃas, sin ninguna explicación de porqué estabas llenando mi vida, asà sin más. Yo no buscaba nada, no necesitaba a nadie, mi vida estaba bien, mi contradictoria existencia estaba bien. Viniste y te paraste a mi lado, como un animal migratorio que aparece con el sol y vuela con la lluvia.
SabÃas que cuando me buscabas me encontrabas, estaba ahÃ, donde siempre estuve, esperando y haciéndote creer lo contrario, que era una suerte el verme, algo fortuito, algo casual. Me alegraba tanto cuando se abrÃa la puerta lentamente, sin prisa y tú aparecÃas. Tú no lo notabas, o por lo menos parecÃas no darte cuenta. Y yo me alegraba tanto... Todo mi cuerpo se estremecÃa y como siempre me mirabas fijamente, con calma, como si toda la eternidad fuera tuya para dejarla pasar asà sin más, sólo mirándome tranquilamente, serenamente.
Aún ahora no sé bien como eras, pero a tu lado y sin comprender nada, el tiempo perdÃa sus fases y el resto de las cosas el valor. Eran largas horas, de conversaciones largas que siempre se nos hacÃan cortas, en las que el tiempo siempre nos terminaba por faltar, como el aire cuando te alejabas de mi lado. Y otra vez la incertidumbre, el miedo, la intranquilidad que me daba el saber que eras libre, no sólo de mÃ, sino de todo y de todos. Libre hasta del aire que respirabas; aire que si te hubiera faltado no te habrÃa importado, tan insignificante era el apego que tenÃas a tu propia existencia.
Quizá por eso partà de tu lado, lentamente, sin prisas, sin sorpresas, como tú hacÃas, poco a poco, para que mi estela se difuminara tanto, que ni tan siquiera lo notaras. Para que mi ausencia no dejara una huella clara en tu vida, para dejarte la simple constancia de unas cuantas noches juntos, unas cuantas horas debatiendo nuestra propia existencia, nuestras teorÃas extrañas y extravagantes. Salvando al mundo de los malos, cuando nosotros mismos éramos incapaces de decirnos nada en claro, cuando nosotros mismos nos lanzábamos en picado por el gran abismo de la cobardÃa; por una sima profunda de la que sólo hubiéramos podido surgir hablando de todo aquello que nuestro corazón encerraba. Pero no lo hicimos. Quizá por eso partÃ, porque no tenÃa nada, sólo unas cuantas miradas apasionadas, desesperadas: mis miradas. Pues asà eran mis miradas, opuestas a la tranquilidad, dulzura y ambigüedad insondable de las tuyas.
Nunca supe quien eras, que buscabas, que veÃas en mà para pararte más de un dÃa a mi lado. Pero siempre supe, que recorrerÃa los caminos que ibas trazando si tú me lo pedÃas, que irÃa detrás de ti sin mirar a atrás, sin dejar nada atrás. Pero también supe desde el principio, que si no partÃa pronto contigo, no podrÃa soportarlo. Por eso me fui. Por eso me dejé perder en esa estúpida noche, en tus ojos, en su oscura profundidad, en la frialdad de esa noche, en tu frialdad de esa noche, en tus ambiguas e insoportables miradas.
Lento, espeso, fue pasando el tiempo, parecÃa detenerse resuelto a no avanzar si no era únicamente para nosotros. Después de ti hubo otros hombres. Encontré una persona que me miró con sinceridad, con una bonita e ingenua sinceridad, y que en algún momento casi llegó a tocar mi corazón de arena. Se estaba bien junto a él, segura, tranquila, sosegada, cómoda. ¿Pero cuándo busqué, cuándo quise tener una existencia cómoda? No pude permanecer a su lado, no eras tú, no era tu risa siempre fuera de lugar, el olor de tu pelo. No eran tus miradas.
Conocà a una persona de la que no llegué a saber de que color eran sus ojos. Nunca me miró. Eran ojos huidizos, frÃos, falsos, indiferentes a mÃ. Era sencillo permanecer a su lado, sin darle nada y sin recibir nada a cambio. Noches frÃas junto a él, abrazos aún más frÃos, palabras susurradas que ya eran hielo al salir de nuestras bocas. Me dejé llevar por su frialdad para abandonarme poco a poco, acurrucarme sobre mi misma y dejarme arrastrar en sus noches gélidas, heladas. No pude permanecer a su lado, no eras tú, no eran tus ojos, tus inmensos ojos, que parecÃan los de un niño que quisiera verlo todo de una sola vez; no era tu particular manera de hablar. No eran tus miradas.
Conocà otros hombres, pero ninguno como tú, no hallé en otros mundos a nadie con tu sonrisa franca, tu seguridad insegura, tu fuerza y tu sensibilidad, oculta bajo tu rostro firme. Vi mucha gente, recorrà muchos lugares, pero no encontré a nadie. Nadie con tus miradas, tus bellas miradas, por lo extraño e incomprensible de las mismas, por su mensaje confuso aún más bellas.
Hoy has vuelto, uno de los muchos caminos que recorrÃas te ha llevado junto a mÃ. Quizá anduviste en cÃrculo sin darte cuenta, o quizá, sólo quizá, diste la vuelta para venir a buscarme. Enfrentarte a mÃ, es enfrentarte a ti mismo y sé que eso no te resultará fácil. No pienso irme, permaneceré a tu lado, he comenzado a andar y al darme la vuelta he visto que estabas ahà y no me he marchado, esta vez no, esta vez he sonreÃdo y he seguido caminando, sintiendo tu respiración en mi nuca, y tus pasos largos y pausados. Enfrentarme a ti, a tu vida es enfrentarme a mà misma y sé que eso no me resultará fácil. Será un viaje extraño, el tiempo desaparece cuando estamos juntos, no hay nada más allá, no hay nada antes, será pues un viaje eterno. No más miedo, no más huidas en la frialdad de la noche. Sólo unas miradas, tus lentas y profundas miradas, que ahora saboreo también lentamente, aunque aún no las comprenda.