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CARTAGENA Y LA DIOSA MINERVA

FRAGMENTO

Valentín Justel Tejedor

ESPAÑA



 

 
Las primeras luces del alba, iluminaban con su tenue fulgor, las calles próximas a la zona portuaria de la ciudad.
Paulatinamente, el incipiente sol iba desecando la lienta superficie aguanosa del riego nocturno, que como un brillante e invisible velo, se extendía a flor de tierra, cubriendo el enlosado pavimento de la calle Mayor.
Las zonas de umbría, al abrigo de los prolongados y nigérrimos sombrazos de las vetustas y antañonas construcciones, conservaban durante más tiempo, su hialina y esplendente capa de ácueo cristal.
El aliento del mar penetraba con procacidad, inundando con su salobre esencia, todos y cada uno de los bellos rincones de la hermosa calle. Su odorante fragancia salina provocaba sensaciones verdaderamente maravillosas. Al avanzar con premiosidad, hacia la marina, no sólo se extraviaban los pasos perdidos, sino también la mirada al columbrar un sinfín de espléndidas y primorosas edificaciones, que parecían recoger la belleza más sublime del arte modernista. Sus fachadas con mirandas laterales y balconadas centrales, creaban bellos juegos de luces y sombras diuturnos, que evocaban caprichosos claroscuros llenos de misterio y fantasía. Las líneas onduladas y alabeadas de sus rejerías de forja, recreaban figuras con delicados y perfectos detalles afiligranados, de trazado casi imposible. Sus ménsulas de piedra, dinteles y soportes tallados con motivos vegetales, pugnaban en belleza con figuras de la mitología como la Diosa Minerva, representada en bellos azulejos de vivos colores.
Así a medida que se recorría la calle se iban sucediendo las construcciones monumentales de admirable factura como el Casino de la ciudad, un edificio de estilo castellano con reminiscencias neoplaterescas, que a causa de diversas reformas parciales, lucía con elegancia su renovado carácter art decó.
Avanzando hacia la zona portuaria, en la bifurcación de la calle Bodegones y la calle Real, en una amplia explanada, se alzaba el imponente edificio de la Casa Consistorial, de fachada marmórea y planta triangular. Destacaba en su estructura la balconada con balaustrada dispuesta en semicírculo desde donde se vislumbraba el sereno y encalmado mediterráneo, teñido de un color índigo y zarco inolvidable.
Los jardines exornaban con su encanto primaveral los propincuos aledaños de la plaza, en contraste con los negrales faroles majestuosos dispuestos en terna, los cuales, proporcionaban un aire distinguido y señorial a la explanada del consistorio. Si bien, no mucho más allá también aparecían dibujadas en el diáfano cielo, las azabaches siluetas de las farolas modernistas con sus trazados curvocóncavos y convexos, y sus esféricos globos de un tono ebúrneo ciertamente opaco, que dejaban traslucir los áureos destellos producidos por el radiante sol sobre la superficie del mar, semejando estar iluminadas. A escasos metros, en los muelles del protegido puerto, las embarcaciones balanceaban sus acastillajes, mecidos por una suave mareta sorda. Sus mástiles también oscilaban cadenciosamente, emitiendo eufónicos sonidos producidos por el vaivén del metálico aparejo, que también vibraba por las cariciosas rachas del templado lebeche.

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