6. La Encrucijada
A la inercia del Destino...
Ahora, la muerte juguetea conmigo. Y me asusta.
“La Vida es como un sendero de doble mano: siempre hay alguien que va, y alguien que viene...”; “... en cualquier sitio, en cualquier momento, en cualquier situación”, murmuró la abuela en tres segundos rozando mi hombro, y abrió una encrucijada.
Fue cuando pasó a mi lado, festiva, muy abuela-abuela, con augusta elegancia de dama antigua, recorriendo el bullicio del Paseo del Sol, por el Super Center camino a La Guardia.
No se porqué –aunque pronto lo sabría- sus palabras me abrieron el alma de un suspiro, y un súbito estremecimiento me obligó a voltear la cabeza para volver a verla, muy abuela-abuela y festiva y elegante, como al cuarto de los tres segundos de aquella frase intrigante; entonces fue cuando, sólo yo, puedo jurarlo, la he visto no sola como cuando rozara mi hombro, sino extrañamente acompañada por ella, tan joven y discreta, y vestida de negro-negro, de negro oscuro como... vos sabés.
Y ella sonreía hacia el costado -el mío- donde había murmurado su sentencia abrumadora. Quizá por eso el quinto segundo de aquel instante de la avenida de mi existencia, no fue de estremecimiento sino de frío: no cualquiera atraviesa la sombra de la muerte, y vive para contarlo... en los próximos sexto y séptimo segundos.
¡Aaah!!!
(Lo de Caritos fue un infarto. Qué vamos a hacer. Pibe bueno, estudioso, algo solitario: fue en el Paseo del Sol, ayer, mientras mataba la melancolía de un domingo por la tarde.
¿Querés café? Está rico, y afuera hace frío, mucho frío...).
Afuera, era cierto, hacía frío, mucho frío, y el lúgubre neón de Sepelios Santa Lucía anunciaba visitas en casa…
7. La Taberna
A los hados de Baco...
(Ahora…) Porque de eso se trataba en el caso de mi amigo y consejero: junto a su inversión en la Tasca de Don Manolo, un Excelente Vino (de Mundo) comenzaría a añejarse para usted... Y mientras se aderezaba en la boca, el estómago, la sangre y la cabeza, me fue dando su explicación de todo aquello que le había venido contando (o monologando, si se quiere). Dijo cosas interesantes el Psico-Filósofo de los Viñedos Franceses. Un tipo (de vino) que no hace cuña con cualquiera (por el precio, ergo). Cosas como que, con lo del Ropero, le había parecido clara mi búsqueda de una nueva identidad en esta etapa de la vida, materializada en el mutatis mutandi del ropaje intercambiado... Me dijo que la Biblioteca implicaba que una parte sustancial en esa nueva identidad estaba definida en la vocación literaria, que había pasado a sustituir mi, hasta ahora, productiva pero para nada motivante actividad profesional como administrador de empresas... Y que la Heladería representaba todos los deseos y placeres reprimidos por una personalidad muy estructurada y consolidada por sólidos valores éticos y religiosos, cuyas emanaciones inconscientes se darían a conocer en el Templete; previo deseo de volver a nacer y comenzar de nuevo, representado por algunos recuerdos de la niñez, la adolescencia y la joven adultez, y afirmados -dichos valores y creencias- en la figura de mi padre y la callada y comprensiva asistencia de mi madre... Y que, por último, la Encrucijada era el temido encuentro con la muerte sin haber podido alcanzar, quizás, esa nueva identidad de vida... Me animó por último a recuperar la fe y la esperanza en la Magna Presencia que nos habita y habita todas las cosas de lo creado, disponiendo por completo mi ánimo, inteligencia y libertad de espíritu persuadido de lograr los sueños anhelados: porque, quien tiene sueños, tiene imaginación, y quien posee imaginación siempre tendrá un futuro esperándolo a la vuelta de la esquina...
Sollocé. Lo apreté fuerte en un abrazo que sólo él y yo pudimos captar, antes que, de pronto... ¡touché! ¡Lunes! ¡Siete de la mañana! “¡Carlitos!, ¿vos todavía por acá?; pero, ¿acaso no tenés laburo fijo? Mirá que se te alargó feo la melancolía del domingo... Y no me vengás con que sos uno de esos bohemios, con aires de escritor en busca de argumento para narrar historias que nadie lee… ¡Grandulón!, ya pasaste largo los treinta y cinco, y, para mí, ¿sabés lo que sos...?. Y apuntando con un dedo largo, cetrino y peludo, como el un andaluz importado a la Argentina después de la Segunda Guerra, pero con rifle del siglo XVIII, Don Manolo, recién aterrizado a su taberna para relevar en la atención de la Tasca a su ojeroso socio de fin de semana, ordenó: ¡Gallego!, poné el tango “Cambalache”, especial para tipos como éste.; y me espetó: “Sí; vos sos uno de esos “chantas” vividores, o, peor aún, esa especie de estudiante crónico que se la pasa de bar en bar, como Isidoro Cañones, esperando todo del tío rico… ¡Y pensar que yo, a tu edad, ya criaba cuatro hijos! ¡Qué mundo “tilingo” éste, o “tinneliano” – ese mamarracho de mundo mediatizado tan barrocamente por el sowman televisivo "Marcelo", que les maneja la "molleja" a todos los argentinos-, si preferís, para modernizarnos un poco... ¡Hombre! ¡Que no hay medida para nada! Mirá: ¡pagá el Dom Perignon que me debés, y mandáte a mudar, carajo, antes de que llame a la “poli”. Y estrellando un rollo de periódico en mi cabeza adormilada por el alcohol, reiteró su amenaza de buscar a la yuta y mandarme preso con mi botella vacía, acodada como un extraño tubérculo bajo el brazo derecho entumecido por la original postura con que terminara, durmiendo, la más perfecta y trasnochada de mis borracheras...
¡Qué iba a andar explicándole cosas a Don Manolo! Si hasta el sol, rojo como un ojo de diablo y amanecido entre brumas heladas, parecía adherir al estremecimiento burlón que me recorría ahora el cuerpo, después de haber atravesado los parajes mentales de aquellos entuertos, recuerdos y pesadillas. Sólo agradecer al tosco tabernero, seguir despierto y existiendo, y poder jurar, entre vómito y vómito que, los dedos de mis manos, eran cinco todavía; por lo que, el Oráculo del Templete y la Viuda Negra, deberían esperar un poco más para que yo aceptara alcanzar el efectismo religante de mis secuencias vivenciales con el sugerente cabalismo de los siete testamentarios días de la Creación, y hallar –junto a la “piedra filosofal”- la esencia de los símbolos metafísicos escondidos en un relato cualquiera, y que podían transmutarlo en delirio o en espejo de lo real, asomándose por la ventana incierta de lo onírico...
Entonces, fue con al abrupto compás de una vieja milonga, y las urgencias propias de una vejiga intolerante, que sólo ansié llegar a casa para descargar, lo que fuera, en el oasis de un higiénico toilette...
“O la vida misma”, parafraseando –nuevamente- a Dom Perignon.-
ooOOoo
ADRIÁN N. ESCUDERO - Santa Fe (Argentina), 18-07-2003. T.a.: 14-04-2010 - Ver currículum literario breve del autor en módulo Post Scriptum.-