Madre Tierra (Sur de Chile)
Selección (1979. Inédito)
En los bosques del Sur
Esperé sumergido en los bosques
el paso ritual de los graves insectos.
La humedad despedía fragancias
que el agua incubada vertía.
Era la tierra morada de seres exiguos,
real residencia de fértiles zumos
cuajando en el tránsito de las raíces.
Leyendo el perfume silvestre del aire,
enredé mis sentidos dormidos
al pie de los grandes monarcas,
quise escuchar apegado a la dulce corteza
el callado ascender de la savia:
vibraba un susurro, una danza febril
de minúsculos pies
elevando substancias y ungüentos.
Mi mano detuvo, temblando,
el transcurso invisible de sales nutricias:
la forma de un fruto,
el tacto sutil de una hoja
rodó con su paz vegetal por mis dedos,
y el humus captó su tesoro violado
enterrando otra vez su secreto.
Más abajo un sigilo de cuerpos guerreros
lidiaba en la luz con estirpes rivales:
la reina marcial presidia
los cánticos ceremoniales,
y a una muerte más muerte,
a la tierra rotunda caían sus hijos tenaces.
Después la libélula azul
cruzó, desconectando el aire,
los fríos coleópteros fueron
desbaratando enemigas madrigueras,
y urdió la araña su trama mortal
amenazando los vuelos de la espesura,
mientras un reino aún más pequeño
devolvía las hojas al limo.
Amorosa intemperie habitada
por pueblos de cuño calcáreao,
luz vegetal repartida
en la húmeda selva callada,
fibras, áspera trama
olorosa de esencias terrestres,
el tiempo es aquí crecimiento,
desarrollo perenne, fluídos.
Cómo, entonces, no amar para siempre
el misterio ancestral del follaje,
cómo seguir existiendo
sin ver en el roce de un ala
la armónica ley de la tierra.
Cómo asistir a tus ritos silvestres
sin ser uno más de tus hijos.
Razas isleñas
Hay en el Sur del planeta,
en las últimas tierras devinculadas
que baña el océano azul de mi patria,
gentes de cuya prosapia
nacieron también sus deidades.
Separados del mundo,
asomados al agua ancestral,
las aves marinas les vieron crecer
desafiando la mar procelosa,
persiguiendo su fruto calcáreo
erigido por los minerales.
Ardua su mano cavó en las entrañas
buscando el perfume de la agronomía,
mientras la lluvia y el sol
construían los granos dorados.
Antes que entraran los dioses continentales
a decretar el origen del mundo,
los padres isleños ya habían
construído el universo,
y los hijos procreados en la soledad inmensa
de la costa hostilizada,
conservaron con amor la fábula egregia.
Cuando el Trauco por fin aparezca,
y sea juzgado y condenado a muerte,
otra vez volverán a la Nada las islas,
y otros padres tendrán que construir un mundo.
Regreso al origen
Profundas meditaciones
descontrolaron el orden del mundo
volviendo al origen de todo:
La noche un océano negro
pululado por seres en cuya ceguera
ardían las interrogantes.
El aire está lleno de dioses
que esperan su turno en el tiempo.
Pero antes de amar nuevamente
el poder invisible que todo lo explica,
¡tierra, tierra materna!,
a ti me encomiendo y entrego las llaves.
De tu seno en el caos primario
la vida salvaje se eleva
con ojos y dientes terrible.
Una planta asesina me asedia.
Transcurro entre locos torrentes
que buscan recién su camino.
Una pústula de fuego
emerge incendiando el mundo:
he allí tu poder congregado.
Ando en las junglas originales
bajo la cruel amenaza de tu testimonio,
descifrando los síntomas de la maraña.
Puro y hostil es tu clima de bestias
que acechan y muerden rugiendo
y devuelven la sangre a tus huevos.
Del obscuro mar sin disciplina
ascienden tus pueblos guerreros,
y erigen su nido en la piedra
vigilados por los vírgenes sulfatos.
De pronto una forma,
una mano asustada
me toca la frente y suplica:
Tierra, déjame allí entre tus hijos ciegos,
déjame allí en el peligro silvestre
acechado vivir y morir de tu muerte.
Quiero elegir tu santuario verde,
hacer de tu cuerpo mi férrea morada.
La noche es un océano de seres ciegos.
Mi sueño es tu sagrado patrimonio.
Por el Sur
Viajé por el Sur, y los grandes vacíos,
la soledad de las islas tenía tu imagen clavada,
montando vigilia en el gran desamparo marino.
Nadie esperaba mis pasos llegar a las costas.
La espuma había roto las huellas
de los pasajeros,
pero escuché tu voz soplar con los vientos,
y una gaviota me trajo tus besos
rozando mis labios con húmedas alas.
En la noche rumorosa
abrí los ojos bajo los astros,
y en su brillo parpadeante
se desgranaba tu luz benefactora.
Ásperos fueron los duros caminos
que el Sur extendía como un desafío.
En la intemperie marina
la roca amparaba colonias calcáreas,
el rudo galope del mar
precipitaba sus locos corceles,
y al bajar a la arena encontré tu caricia
en la piel sonrosada de las caracolas.
Ahora en el Sur otra vez el silencio,
la lluvia cayendo en las islas,
llenando de ruidos sombríos la inhóspita tierra,
las costas quebradas en que me esperaste
para enfrentar el vacío insular perturbado.
Alianza secreta
La madre primaria me sube por viejas raíces
y exige holocausto de fuego.
Es una alianza secreta suscrita
hace miles de años,
en el origen ritual de mi estirpe.
Yo escucho temblar en mi obscuro interior
la iracunda ansiedad de la plétora insigne,
racimos de sal mineral y harinas veloces,
un licor clamoroso que incendia los sueños
y arrastra en su abrupto torrente palomas difuntas.
La furia terrestre persigue mis noches
hacienda sonar esqueletos filiales.
Yo reconozco esos huesos raídos,
huesos de cuya substancia persisto.
En sus cuencas vacías hay lágrimas muertas.
Pero no vuelve mi sangre a la tierra.
Llevo mis hijos como un hormigueo
de seres que luchan por desatarse.
Mi traición es la ardiente semilla
aferrada a mi vida con todas sus fuerzas.
Asciende el rigor procesal de la tierra
por viejas raíces, y exige tributo.
Los pactos podrían romperse, y entonces
los huesos vendrían llorando a buscarme.
En mi obscuro interior he perdido las huellas.
Ruidos vegetales
Ruidos vegetales me circundan,
ruidos de acecho y asalto en el denso follaje,
pasos de un lobo elevando el olfato,
oliendo el aire puro, descifrando el peligro.
Alguien transcurre en el bosque
con lenta agonía de fiera acosada,
alguien que fui cuando aún no existía.
Es el viento que sopla
trayendo los gritos perdidos,
la voz malherida de un niño
extraviado en el reino silvestre.
Los años difuntos, el tiempo que insiste
aferrado a los sueños febriles,
hace sonar el follaje y dispone
pupilas de brillo asesino en acecho.
Me escucho huir por la selva
y un lobo rastrea mis huellas.
En el cielo evolucionan aves negras.
Nunca hallaré la cabaña
con mis pasos ciegos.
Es el viento que borra las huellas,
el viento que barre y disgrega los gritos.
El viento que hace girar el mundo
descontrolando mis viejos horarios.
El viento de los pasos perseguidos.
El viento de los ruidos vegetales.
Volveremos
En el amor se renueva la tierra
irrumpiendo con besos hambrientos de luz,
núbil de nuevo su cuerpo
después de la muerte parcial del otoño.
Canta en los bosques sagrados
el agua en arroyos de linfas sonoras,
los pájaros tejen su red de gorjeos
y dejan el aire aromado de trinos.
De los bálsamos terrestres
la flor imperial seleccionó los perfumes,
y ahora la atmósfera exhala substancias
en húmedos nidos elaboradas.
Es la irisada pasión de la tierra
incendiando de espesos colores el mundo,
de las cumbres el sol desata melenas azules
que corren cantando hacia el mar y se ahogan.
Volverán algún día a los bosques natales
los hijos rebeldes que te negaron,
y allí moriremos de otoño y castigo,
y allí volveremos con nuevas raíces.