Adolescente aún, te despertaron
los clarines siniestros de la guerra
para ser carne de cañón. La tierra
se ensangrentó y los ojos llamearon.
Eras joven, con el pecho doliente,
encerrado por la furia de soldados
en una inmunda cueva; asustado,
escribías para aturdir tu mente.
La barba negra y el color incierto
de las mejillas... tus ojos sin luz...
Un hombre que vivió clavado en cruz
allá en tu aldea con olor a muerto.
Los vientos de la guerra lo empujaron
a morir. Y... a morir, lo arrebataron,
él que en su vida no aplastó ni una mosca.
Y en su rostro chupado y ceniciento
se adivinaba un lúgubre lamento:
¿Por qué esta muerte tan horrible y fosca?
ANA INIESTA .- Campello (Alicante)