Uno tiene la costumbre, buena o mala, de iniciar el dÃa oyendo las noticias de las siete de la mañana. Esto cumple dos funciones: la primera, terminar de despertarme al escuchar algunas barbaridad; la segunda, la información o desinformación- según se mire- por si misma.
Los últimos dÃas la noticia principal, la reina, era el espectáculo bochornoso que estaba dando el gobierno “tripartito” de Cataluña y su oposición. No soy tan radical , ni tengo tan mala baba, como para pensar que todos tengan la misma catadura ética y moral, del consejero de Ezquerra Republicana cuyo nombre no quiero acordarme y prefiero olvidar,-quien tenga esa curiosidad que lo busque en las hemerotecas que para eso están-; habrá, tiene que haberlos, incluso dentro de su mismo partido separatista, quienes obren y actúen con toda honestidad siendo respetuosos con la ideas de los demás y no necesitando del insulto, de las verdades a medias o del engaño para defender sus ideas. Mi más sincero aplauso para ellos, tengan la ideologÃa que tengan.
La democracia se basa en la libertad y, por ende, en el respeto; cuando este derecho se utiliza malamente es cuando uno tiene que soportar esos tristes espectáculos a los que nos tienen acostumbrados nuestros polÃticos.
Pero en estos últimos dÃas, la corte de los mitrados, poseedores de la verdad absoluta, nos ha deleitado, una vez más, con sus palabras llenas de sensatez, templanza y sabidurÃa.
Yo no me habÃa dado cuenta -soy una persona sumamente despistada- que la maldita ola de violencia doméstica y de género que azota a nuestro paÃs era debido, ni más ni menos, que a la liberación sexual de los jóvenes y al colectivo homosexual. ¡Qué descubrimiento! ¿Cómo es que no me habÃa dado cuenta? Luego me tranquilicé diciéndome: Calma, calma, no te das cuenta que este conocimiento tan profundo, tan sólido, solamente puede estar al alcance de las cabezas mitradas. Tú, ¡pobre infeliz!, no puedes llegar a esas conclusiones tan complejas.
Tenéis que perdonarme mi sarcasmo pero es la única manera que tengo de contener mi ira, mi rabia y mi profundo, inmensamente profundo desprecio. Si antes no creÃa en esa jerarquÃa, después de estas declaraciones, ya ni me molesto en cuestionarme si podrÃa estar equivocado con mi incredulidad.
Vergonzosas han sido estas declaraciones pero las realizadas después, no por humildad, esto es algo que desconocen, sino obligados por el clamor popular, reconociendo su equivocación, han sido patéticas.
Amigas mÃas, cuando vuestras parejas os maltraten, fÃsica, psicológicamente o ambas cosas, seguir sufriendo con paciencia, no es culpa de ellos que son unos ángeles incomprendidos. Son los malos ejemplos de los jóvenes y de algún vecino homosexual.
En fin, si no cuento mi indignación reviento, y para terminar como decÃa Alvaro de la Iglesia: “Toda la mierda es marrón”.
Meria Albari