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Naranjas y limones

Meria Albari (Antonio Tortosa Sánchez)

España



Se habían pasado toda la tarde y parte de la noche haciendo el amor (¡que cursilada como si el amor pudiera “hacerse”!). Se habían pasado todo ese tiempo jodiendo. ¿Por qué no escribir lo que todo el mundo piensa?; pero a esa hora de la madrugada, próximo el amanecer, los dos yacían, uno al lado del otro, esperando que algo o alguien los despertara.

Ella dormía boca a bajo con la pierna izquierda ligeramente doblada, la derecha totalmente estirada; la cabeza, fuera de la almohada, sobre el brazo derecho y el izquierdo cerrando a éste. La melena se derramaba tapando la poca cara que los brazos dejaban ver y caía, en parte, sobre estos. La redondez de sus nalgas invitaba a tener los pensamientos más lascivos.

Él, boca arriba, se mostraba desvergonzadamente insultante. Una cara perfecta en la que destacaban unos labios gruesos, lujuriosos. Cuello largo. Tórax atlético, sin extravagancias, donde resaltaban unos pezoncillos juguetones. Abdomen plano, con un ombligo perfecto debajo del cual, cubierta por una sedosa montera de vello negro, emergía, esplendorosa, una verga que distraídamente caía sobre los testículos.

Debió de ser un mosquito el que hizo que él se despertara. Se incorporó, como sobresaltado, llevándose una mano al hombro derecho al que masajeo suavemente.

Tras mirar un instante a su compañera se levantó y, dirigiéndose a la ventana, se sentó en el alféizar. Encendió el cigarrillo que había cogido de la mesita de noche, aspiró y exhaló el humo varias veces seguidas con ansiedad.

Pasado un tiempo, empezó a recorrer con la mirada el cuerpo de ella y a siluetearlo con el humo de su cigarrillo. Este juego, inocente al principio, poco a poco fue despertando su deseo. Su verga, hasta ese momento tranquila, comenzó a dar señales de vida.

Dejando la ventana se aproximó al lecho y retirando el pelo, que le cubría parte de la cara, descubrió una oreja, pequeña, tierna y bien conformada, a la que empezó a besar, a lamer y mordisquear con suavidad. Casi al instante se oyó un ronroneo de placer. La dama, estirándose felinamente, al mismo tiempo que se giraba tomó la cara de él con sus manos, y buscando su boca le dio un suave beso al mismo tiempo que decía, algo así...: “Buenos días, amor”.

Como ambas bocas se habían quedado muy próximas, no tuvieron ningún problema en fundirse en un nuevo beso. Sus leguas empezaron a bailar un vals frenético en sus bocas y no quedó un solo rincón de ellas sin explorar.

Los cuerpos acompañaban a ese ballet. Los pezones de ambos, de tan duros llegaron a ser dolorosos. Sus respectivos sexos, cada vez más húmedos y lubrificados, se iban preparando para el envite final.

Cuando el clímax estaba alcanzando ese punto sin retorno, nuestro amigo, con una sabiduría magistral abandonó la boca - no sin una tímida protesta por parte de ella- y, abordando la barbilla, empezó a prodigarle una serie de pequeños y rápidos besos que alternaba con otros en los ojos. La provocaba, se ofrecía, para inmediatamente retirase y volver a empezar. Un toma y daca perverso, pero sabiamente administrado.

Deslizándose hacia atrás y siguiendo con el besuqueo llegó a unos pechos, pequeños y respingones, con unas areolas perfectas cuyos pezones, cual guindas, invitaban a ser comidos. Nuestro amigo, conocedor del placer que ofrecían y que proporcionaban, inició un concienzudo trabajo en el que se alternaban manos, labios y lengua de una manera anárquica pero sistemática. Su buen hacer se hacia manifiesto por los gemidos que ella daba.

El sudor cubría sus cuerpos y daba a los besos un agradable sabor a salado.

Cuando ella pensaba que su amante se cansaba, tomaba el mando. Su maestría no era menor a la de él. Ni su lengua menos sabia. Sus besos y mordiscos, hábilmente administrados, le daban un placer tan intenso que lo hacían chillar de goce; pero suplicando con la mirada que no cesaran.

Se giraban, rodaban, recorrían toda la cama, ofreciéndose uno al otro en todos los ángulos y posturas inimaginables.

Las manos de ambos buscaban sus respectivos sexos y, cuando lo encontraban, sus dedos cantaban la mejor de las canciones. Él, exploraba concienzudamente ese templo húmedo y caliente; ella, sopesaba sus testículos, los estrujaba amorosa, delicadamente y con las yemas de sus dedos hacia pequeños masajes en ese glande turgente que parecía estar a punto de estallar.

Volvían a los besos; si estaban en el suelo se subían a la cama donde se perseguían como niños jugando al escondite. Descansaban, tomaban un sorbo de agua, rociaban con ésta sus cuerpos. Volvían a chuparse, a lamerse, a besarse....

En un momento él quedó entre las piernas que se habían abierto mostrando, una vez más, la gruta de los deseos detrás de una cortina de suave pelusa. Sin pensarlo y sin dudarlo empezó a lamer, introduciendo su lengua en todos los rincones y moviéndola con especial intensidad alrededor de ese botoncillo concebido especialmente para el placer.
 
Ella, sintiendo la proximidad de un orgasmo, intentó retiradlo para retrasar ese momento; pero él, que esperaba esta reacción, presionó aún más y siguió bebiendo ese néctar caliente que impregnaba toda la cueva. Al segundo, el grito de ella y la presión de sus muslos, le confirmó lo que había pasado.

Intentó girarla para buscar la otra gruta- la hermana pequeña- que ya había explorado con sus dedos mientras libaba en la mayor; pero ella, rápida como el viento, se deslizó al suelo, quedando de rodillas, la verga de él enfrente de su boca. Mirándolo de una forma perversa y tomándola con sus manos la dirigió a sus labios que la rodaron glotonamente. Comenzó un balanceo que aumentaba y disminuía de manera caprichosa, pero tenaz. La lengua recorría todo el glande, insistiendo en su masaje y retirándose cuando los suspiros de él se intensificaban.

Hacia breves descansos que utilizaba para jugar con los testículos enredándoselos en los cabellos o recorrer, con la punta de su lengua, toda la verga. Así, se recreaba perversa y malévolamente.

Después, comenzaba otra vez su juego. De este modo una y otra vez, hasta que en un momento sintió cómo su boca se llenaba de un semen caliente y salado, al tiempo que él gritaba, gritaba...

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 - ¿Qué ha pasado?
 - No lo sé, estaba tranquilo pero hace un momento ha empezado a agitarse. a sudar, a quejarse... Las alarmas del monitor se han disparado. Ha entrado en fibrilación; hemos intentado revertirlo pero ha sido imposible.
 - ¡Lastima!, estaba convencido de que saldría.
 - Yo también. Era tan joven.
 - Se ha dado cuenta de una cosa.
 - No, ¿de qué?
 - De la serena placidez de su cara

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