El Sr. GarcÃa era feliz. Por fin, su señora habÃa accedido a contratar a una canguro para que se quedara con los niños. HabÃa tenido que realizar un trabajo, lento, meticuloso, para derribar el “no” del primer momento. Las carcomas no hubieran hecho una labor mejor. Le habÃa salido carÃsimo, pero, por fin se habÃa rendido. El ramo de orquÃdeas- ¡que precio tienen las jodidas!- , la cena, el cava y el broche de lapislázuli terminaron con cualquier reducto de resistencia que pudiera quedar. ¡HabÃa ganado!
Se frotaba las manos de felicidad mientras se dirigÃa a su casa. Por si acaso, se paró en una perfumerÃa y le compró ese perfume de Dior que tanto le gustaba. ¡Esta noche! ¡Esta noche!
- Cariño, ya estoy aquÃ...mira lo que te traigo ( con una voz cantarina y melosa)
- Hola, amor. Déjame ver (entre intrigada y recelosa, quitando el papel). Mi perfume preferido. Mi niño, últimamente me tienes como una sultana...
- Tú te lo mereces todo. Eres mi “ricurita”. Por cierto, ¿ha llegado la “canguro”? ¿Qué te ha parecido?
- Si ha llegado, está con los niños. Parece muy agradable, estudia y para costearse sus caprichos trabaja de “canguro”.
- Ves, como yo tenia razón y esta noche, después de cenar... ¿te preparo una copa?
- Si, por favor, un martine seco
Estuvieron haciéndose zalamerÃas y arrumacos un buen rato. El Sr. GarcÃa procuraba que la copa de su señora no estuviera vacÃa. Ella cada vez más contenta y con la risa más frecuente. Llegó la cena, regada generosamente con buen vino, y...
- Cariño, esta noche haremos un “australiano”
- ¿Un qué?
- Un “australiano”
- No, Mariano, no. ¡Nada de extravagancias!
- Si, mujer, que me han dicho que es estupendo. ¡Ya verás lo bien que lo pasamos!
- No, Mariano, ¡Te he dicho que no!
- Pero mujer, si no lo hemos hecho nunca
- Pues por eso. Ya conozco tus innovaciones y, siempre terminamos igual: yo, a dos velas, y haciéndote una mamada.
- No, mujer que no es eso. ¡Te lo juro!
- Pues explÃcamelo...
- Mira, tú te sientas cómodamente en el sofá. Te desabrochas la camisa dejando al descubierto una pequeña porción de tus magnÃficos senos. Bajamos la luz, ponemos esa música francesa que tanto te gusta y que te pone a cien...
- Y, ¿tu?
- Yo, pues... me “beneficio” a la canguro