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Violencia en Argentina (IV): Cada cual atiende su juego

Carlos O. Antognazzi

Argentina



Echeverría lo expresó gráficamente en El matadero, y Rosas lo ejemplificó con la mazorca y el terror: somos un país bárbaro, en el sentido que los griegos daban a la palabra; somos extranjeros en el mundo civilizado. Salvo excepciones, Argentina mantiene inalterable su cuota de iniquidad e imbecilismo, de incultura funcional. Los estragos son visibles: de haber sido un país envidiado e imitado por otros, hoy somos noticia en las páginas de policiales. Excepto por los esfuerzos privados, oficialmente no existimos fuera de nuestras (marchitas) fronteras. Los negocios que se puedan hacer en China o el puesto 34 en Desarrollo Humano no alcanzan para equilibrar la pauperización. Y aunque ya hemos recorrido otras veces el camino de la beligerancia, con saldos siempre funestos, perseveramos en no aprender.

Cada cual atiende su juego

Echeverría lo expresó gráficamente en El matadero, y Rosas lo ejemplificó con la mazorca y el terror: somos un país bárbaro, en el sentido que los griegos daban a la palabra; somos extranjeros en el mundo civilizado. Salvo excepciones, Argentina mantiene inalterable su cuota de iniquidad e imbecilismo, de incultura funcional. Los estragos son visibles: de haber sido un país envidiado e imitado por otros, hoy somos noticia en las páginas de policiales. Excepto por los esfuerzos privados, oficialmente no existimos fuera de nuestras (marchitas) fronteras. Los negocios que se puedan hacer en China o el puesto 34 en Desarrollo Humano no alcanzan para equilibrar la pauperización. Y aunque ya hemos recorrido otras veces el camino de la beligerancia, con saldos siempre funestos, perseveramos en no aprender.

LA GATA FLORA

Después que el Gobierno avaló a los piqueteros dialoguistas enviando a tres ministros al cónclave de Parque Norte (21/06/04), el diputado Luis D’Elía destrozó la comisaría 24 de La Boca (26/06/04) y Kirchner, desde China, se ocupó de confirmar «la no represión como política de Estado». Lo que el 28/06 parecía un distanciamiento entre el Gobierno y D’Elía, el 29 se convirtió, gracias al ministro Aníbal Fernández, en una ratificación del apoyo. En poco menos de dos semanas el péndulo del tilinguismo fue a un extremo y volvió. Pero en su camino dejó una evidencia difícil de asimilar y solucionar: el Gobierno teme por igual a policía y piqueteros. Las reglas de la democracia han sido envilecidas al punto que la debilidad de Kirchner también preocupa al oficialismo. Pero el gataflorismo no es la solución.

Nuestros problemas de hoy hunden su raíz en el pasado: podría aventurarse que comenzaron en 1996, cuando doscientas personas iniciaron el movimiento piquetero y nuestros representantes no entendieron que alimentarlos era, como hoy se evidencia, criar cuervos. Claro que si profundizamos volvemos a Rosas y la colonia.

Nuestra delectación con la barbarie sigue seduciendo. Hay un largo hábito de violencia, sea en el lenguaje como en los actos (en definitiva los actos son una puesta a prueba del lenguaje, su consumación). En el discurso del 31/08/55 Perón estableció una regla que se cumpliría: «Cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos».

La frase encierra un concepto bipolar de la realidad, con los otros (malos) y los nuestros (buenos, y peronistas que acatan las órdenes sin preguntar). Esta situación, que se ha llamado también la «demonización del otro», es una forma esquemática pero fructífera si lo que se quiere conseguir es dividir las aguas. Sarmiento lo estableció con «civilización o barbarie», Rosas con «Viva la Santa Federación, mueran los salvajes unitarios», el mismo Perón con «Braden o Perón», sus seguidores con «Perón o Muerte» o con «Alpargatas sí, libros no», la sociedad con «Peronistas y antiperonistas». La lista estigmatizante podría continuar, porque hemos construido (y destruido) un país sobre la base de estas dicotomías (que son válidas como bosquejo, pero que no permiten gobernar un país). Se podría agregar la de «izquierda o derecha», pero cambiando la «o» por una «y»; es decir, rompiendo la dicotomía para crear una suma a lo Frankenstein, imposible en todo partido del resto del mundo pero, como el tango, genuinamente argentino: sólo un “movimiento” como el peronista puede prohijar a Montoneros y Triple A con naturalidad patológica sin ruborizarse ni pedir disculpas a la sociedad. Ya Norberto Bobbio hizo notar que las extremas derecha e izquierda tienen en común un mismo odio: la democracia (Derecha e izquierda. Taurus, 1998. p. 77). Nuestra actual realidad nos lo hace recordar una vez más.

Desde temprano Perón coquetea con los jóvenes de la izquierda “católica”, quienes irán tomando posición y derivarán en Montoneros. Perón había ordenado a José López Rega que forme un grupo parapolicial, que luego derivaría en la temible Triple A. Obsecuente, el rector de la UBA, Alberto Ottalagano, protegía las Itakas de los parapoliciales en los sótanos de la universidad. El inevitable “encuentro” entre Triple A y Montoneros tiene lugar el 20/06/73 en Ezeiza, cuando Cámpora, López Rega y Licio Gelli, el jefe de la Logia P2, traen a Perón del exilio madrileño. Años antes, en 1969, militantes que luego oficiarían en las filas de Montoneros asesinan a Vandor.

Los “imberbes” se rebelan y comienzan a matar a sindicalistas y militares (Aramburu, José Alonso, Dirk Klosterman) sin comprender que eran los verdaderos aliados de Perón. Éste hace clausurar el diario El Mundo y encarcela a una periodista, y los Montoneros matan a Rogelio Coria. Desde febrero de 1974 sus huestes asolan el país con asesinatos, secuestros y voladuras de unidades básicas. Perón los hecha de la plaza el 1º/05/74. Como respuesta matan a José Rucci.

Nunca se supo cuántos muertos hubo en Ezeiza porque el mismo gobierno peronista impidió la investigación. Hay que reconocer la coherencia: treinta años después se quiso sacar del Congreso a Luis Barrionuevo por la anunciada quema de urnas en Catamarca, pero sus compinches no dieron quórum (recién salió cuando terminó su mandato, en diciembre de 2003). Ahora se quiso interpelar al ministro de Justicia, Gustavo Béliz, y al jefe de gabinete, Alberto Fernández, por el tema de la seguridad en relación con la violencia piquetera, pero el PJ tampoco lo permitió. Perón lo había establecido: «Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista».

EL HUEVO O LA GALLINA

Ante los desmanes de las últimas semanas surgió una duda: ¿quiénes deben actuar? Para Kirchner está claro: es la Justicia, con su estructura de fiscales y jueces. Para la Justicia, sin embargo, está igualmente claro que es el Estado, ya que cuenta con la policía. La disyuntiva no es fácil. Cuando en mayo el juez Juan José Galeano pidió a Kirchner las pruebas del complot que denunciaba, el Gobierno lo criticó por querer «judicializar las ideas». Es decir que cuando la Justicia sigue los pasos correctos, el Gobierno la ataca. Ahora el Gobierno pide que la Justicia actúe, pero la Justicia teme ser atacada otra vez. El dilema es desgastante, ya que el coqueteo mina la credibilidad de ambas instituciones. Mientras, Quebracho y los piqueteros siguen haciendo de las suyas y la sociedad, desorientada, no sabe a quién acudir.

Al Estado le compete garantizar la seguridad pública, y los fiscales pueden actuar de oficio. Ambos cobran para ejercer este trabajo, pero ninguno lo está cumpliendo como corresponde. Esgrimir en este contexto la falacia de la «represión» es un absurdo riesgoso, porque amparándose en una media verdad (es decir, en una mentira completa) las instituciones no actúan y dejan hacer a los revoltosos. Si no actuar cuando corresponde tiene sus costos, no actuar nunca puede ser suicida. Algunos comienzan a tejer paralelos entre los años de María Estela Martínez y López Rega y nuestra época. Natalio Botana destacó que en los 70 «la ausencia de coacción legítima concluyó al cabo abriendo las compuertas de la peor de las represiones» (Desprecio a la ley. La Nación, 01º/07/04, p. 17). La inacción de los partidos políticos de entonces llevó al golpe de Estado. ¿La inacción de ahora a qué? El Gobierno ha ido más lejos, incluso, al reconocer que no confía en la policía. Hay demasiado “gatillo fácil”, y un muerto podría desbarrancar al Gobierno. Duhalde tuvo que adelantar las elecciones por eso.

Es el momento en que el Estado procure un acercamiento estratégico a la oposición para fortalecerse en el disenso y consensuar una política de seguridad. No sería difícil, porque la oposición está reclamando un contacto que Kirchner se empecina en negar, y porque el deseo de la mayoría es terminar con el patoterismo. Esto no implica represión, sino que cada argentino se adecue a las normas de la Constitución y el Código Penal. Es decir, reconocer en los hechos, y no sólo en las palabras, que los ciudadanos somos todos iguales ante la ley. Claro que no sólo deben acatarla los que delinquen, sino también, y especialmente, quienes cobran su sueldo para implementarla.

De confirmarse la denuncia de la jueza de instrucción María Angélica Crotto, que ordenó a la policía que desalojara la comisaría 24 y no fue obedecida, se estaría ante un hecho de inusual violencia: la invalidación de la Ley por oscuros intereses del Gobierno. Quien aparece como principal responsable del incumplimiento es el subsecretario de Seguridad Interior, José María Campagnoli (La Nación, 15/07/04, p. 10).

ANTÓN PIRULERO

El Ejecutivo dice que debe actuar la Justicia. La Justicia sostiene lo contrario. La policía está descontenta con más de 600 efectivos echados por corrupción, participación en secuestros extorsivos, distribución de drogas, juego, prostitución... Además, el Gobierno reconoce que la bonaerense es inmanejable, y teme que si la convoca todo empeore. Los piqueteros son dueños de las calles, de las empresas con capitales extranjeros, de las concesionarias de las autopistas. Algunos “oficialistas” no cortan calles, pero destrozan una comisaría y luego son recibidos en la Casa Rosada, en un explícito (nuevo) aval del Gobierno. Y grupos más radicalizados, como Quebracho, se dan el lujo de provocar al ejército quemando cubiertas y banderas en la explanada del Edificio Libertador. Hebe de Bonafini fustiga a los jueces (pero no por inacción, sino por si se les ocurre actuar contra los que provocan desmanes), festeja la no-extradición de Lariz Iriondo a España, arremete contra los policías e incurre abiertamente en la incentivación del delito. El Congreso respalda a Duhalde. Y la oposición no sabe dónde está ubicada, porque sólo la unifica el pedir cuentas a un Gobierno que simula autismo.

En este marco de intolerancias compartidas la sociedad sobrevive a salto de mata. Da la impresión de que, como en el Antón Pirulero, todos incumplen sus trabajos y atienden a su propio juego de mezquindades. Hace falta una cultura que respete el disenso en lugar de combatirlo o acallarlo. Una cultura que respete al ciudadano procurando satisfacer sus necesidades prioritarias, como salud, trabajo, educación y seguridad. Los gobiernos populistas suelen caer en la prepotencia, en “no hacer la plata trabajando”, como se ufanó hace unos años Luis Barrionuevo. De allí que un personaje como Minguito, explotado hasta el hartazgo por Juan Carlos Altavista, haya calado hondo en el sentir popular; somos eso, en definitiva: un pícaro que arregla las cosas con alambre y que prefiere chantear antes que trabajar. Es cierto que el Estado no aporta como debería en el tema del trabajo, pero no es menos cierto que el ciudadano medio tampoco hace lo que corresponde: una crítica constructiva, una participación orgánica, y una elección mejor cuando tiene la oportunidad de elegir el voto.

Mientras tanto cada cual sigue su juego, y la sociedad es víctima y rehén de minorías violentas. Qué paradoja que el Estado nacional y los provinciales (es decir, los contribuyentes) son quienes sustentan económicamente, en parte, a los grupos piqueteros.

© Carlos O. Antognazzi
Escritor.
Publicado en el diario “Castellanos” (Rafaela, Santa Fe, Argentina, 23/07/04). Copyright: Carlos O. Antognazzi, 2004.

Este artículo tiene © del autor.

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