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Violencia en Argentina (VIII): El miedo como factor aglutinante

Carlos O. Antognazzi

Argentina



Tarde o temprano el problema de la violencia se resolverá. Si es temprano, mejor; el Gobierno podrá elaborar una estrategia razonada. Si es tarde, se corre el riesgo de hacer las cosas a las apuradas, y de utilizar los mismos métodos que los piqueteros para frenarla. «En el largo plazo todos estamos muertos», sostenía Keynes. La ironía no desluce una verdad: el tiempo cuenta y cuesta, y lo paga la sociedad, no solamente los funcionarios “fusibles”.

El argumento no es falaz. El Gobierno sabe, y el ministro Lavagna lo ha dicho explícitamente, que de seguir la violencia corren riesgo las inversiones. Y toda persona pensante sabe que lo que rige una sociedad es la economía. «Es la economía, estúpido», tuvo que decirse Bill Clinton para encontrar el camino. A los funcionarios del Ejecutivo argentino hay que recordarles la consigna. Hasta el nuevo triunvirato que dirige la CGT se lo hizo saber a Kirchner: hay que frenar la violencia para evitar la anarquía y que las empresas extranjeras pierdan interés en el país. La paradoja es que si las empresas no vienen, los piqueteros también serán damnificados: su lucha de hoy no será más que una batalla de pobres contra pobres, sin mayores alcances. A los países serios no les interesa esta cruzada de facciones, sino la estabilidad. Con estabilidad se pude invertir y trabajar. Por eso, si no es porque se le hace caso al clamor popular y a la oposición, será por presiones económicas, pero en algún momento el Gobierno resolverá el problema. El tema es cuándo tomará la decisión política de hacerlo.

El miedo como factor aglutinante

Tarde o temprano el problema de la violencia se resolverá. Si es temprano, mejor; el Gobierno podrá elaborar una estrategia razonada. Si es tarde, se corre el riesgo de hacer las cosas a las apuradas, y de utilizar los mismos métodos que los piqueteros para frenarla. «En el largo plazo todos estamos muertos», sostenía Keynes. La ironía no desluce una verdad: el tiempo cuenta y cuesta, y lo paga la sociedad, no solamente los funcionarios “fusibles”.

El argumento no es falaz. El Gobierno sabe, y el ministro Lavagna lo ha dicho explícitamente, que de seguir la violencia corren riesgo las inversiones. Y toda persona pensante sabe que lo que rige una sociedad es la economía. «Es la economía, estúpido», tuvo que decirse Bill Clinton para encontrar el camino. A los funcionarios del Ejecutivo argentino hay que recordarles la consigna. Hasta el nuevo triunvirato que dirige la CGT se lo hizo saber a Kirchner: hay que frenar la violencia para evitar la anarquía y que las empresas extranjeras pierdan interés en el país. La paradoja es que si las empresas no vienen, los piqueteros también serán damnificados: su lucha de hoy no será más que una batalla de pobres contra pobres, sin mayores alcances. A los países serios no les interesa esta cruzada de facciones, sino la estabilidad. Con estabilidad se pude invertir y trabajar. Por eso, si no es porque se le hace caso al clamor popular y a la oposición, será por presiones económicas, pero en algún momento el Gobierno resolverá el problema. El tema es cuándo tomará la decisión política de hacerlo.

Cultura del miedo

Hay un temor lógico. El Gobierno no puede confiar plenamente en la policía bonaerense, que si antes cometía tropelías por estar en el lugar y el momento adecuado y tener malos sueldos, ahora, con casi 700 efectivos expulsados está (in) justamente resentida. «Tenga cuidado, la policía anda suelta y está armada» rezaba un elocuente graffiti del grupo «Los de la Nuca» en una pared de Santa Fe. La mejor policía del mundo, como la definió Eduardo Duhalde cuando era presidente, lame sus heridas y barrunta si no es mejor cambiar de filas. Al fin de cuentas tienen el entrenamiento, la capacidad, la inteligencia y la bronca. Ha ocurrido en otros países en donde las fuerzas de seguridad se vuelven mercenarias y acatan las órdenes del mejor postor. ¿Y qué mejor postor que ellas mismas, para no tener que recibir un sueldo cuando se pueden apropiar de todo? Que en Argentina muchos secuestros extorsivos tengan como ideólogos a policías, en actividad o retiro, no es casual. Tampoco que se creen determinadas zonas liberadas para facilitarlos. Tampoco la existencia de cajas negras y la vinculación de policías con la droga, la prostitución y el juego clandestino.

El Gobierno sugirió la participación de uniformados de civil después del destrozo de la Legislatura el 16/07/04: había infiltrados con handy, disfrazados de piqueteros. No se ha comprobado, pero es una posibilidad atendible. No sería la primera vez que en este país las cosas se confunden, y que grupos minoritarios aprovechan la coyuntura para sembrar la duda y el temor: a río revuelto, ganancia de pescadores. Y los pescadores aquí siempre han sido los mismos: una derecha gatopardista que dice que apoya acá cuando en realidad está haciendo sus negocios en otra parte. A partir de cierto nivel prima lo económico, no lo ideológico. O mejor dicho: la única ideología posible es la economía. Todo lo demás es literatura.

Pero esto no es óbice para olvidar que el mismo Gobierno tuvo un doble discurso durante el destrozo de la Legislatura, reconocido off the record por allegados a Kirchner. Morales Solá (Policías que pagan errores de políticos. La Nación, 23/07/04, p. 1 y 8) hizo notar que fue injusto el reto a Gustavo Béliz, ministro de Justicia, y Norberto Quantín, secretario de Seguridad, porque en realidad las órdenes del ejecutivo eran confusas, y nadie conocía cuál era el límite que no se debía traspasar. ¿Qué decisiones tomar en medio del caos, entonces? ¿Cuál será bien recibida y cuál despertará la ira del presidente? En una sociedad normal las ideas son claras, como las leyes, y se respetan sin temor. En la Argentina sumida en el caos, y con un gobierno paternalista y con remanentes autoritarios, los funcionarios dudan de dar su parecer o de actuar por temor a los retos o represalias. Es cierto que en todo gobierno hay funcionarios que cumplen el papel de “fusibles”; en el plantel de Kirchner comienzan a saltar. Algunos, al parecer, sin justificativo, como el jefe de la policía Federal, Eduardo Prados. Estos actos, tendientes a clarificar la situación y eventualmente a pacificar a la ciudadanía, generan el efecto contrario: la penumbra permanece y el temor se mantiene.

Mafias y funcionarios

Ante la denuncia de Beliz sobre presuntos «sectores mafiosos de la Policía Federal y de la SIDE con ramificaciones en el Poder Judicial» (La Nación, 24/07/04, p. 1), allegados al Gobierno manifestaron que «Atacar a la SIDE es atacar al Presidente» (sic). Fue dicho porque dirigen la SIDE dos amigos del Presidente, Héctor Icazuriaga («Señor Cinco», en la jerga de los espías) y Francisco Larcher («Señor Ocho»), que son de su máxima confianza. No deja de ser un razonamiento curioso, porque en Santa Fe el gobernador Obeid apeló a una imagen similar: «Agredir a Reutemann es agredir a Santa Fe» (El Litoral, 16/02/04). En ambos casos se da por sentado que una entidad (SIDE) como una persona (Reutemann) pertenecen al ámbito de las musas o algún dislate similar. En todo caso, son intocables. El razonamiento es propio de un estado obsecuente y represivo, y enseña más a un buen observador de lo que (el Estado) quisiera: el temor ante cosas que no puede manejar ni resolver.

Sólo desde el temor puede surgir una aseveración como la de los allegados a Kirchner. Sólo el temor le hizo reconocer al Presidente que no confiaba en la policía (y que no lo hacía, precisamente, por las mismas razones que se argumentó en el graffiti aquí mencionado). Esta hipótesis de la intangibilidad de la SIDE hace pensar que Beliz está en lo cierto cuando denuncia una mafia. Recordemos el accionar de Don Corleone cuando había que resolver un entuerto o ganar un negocio: hacía una propuesta que no podía ser rechazada. Recordemos la menor sutileza del gangsterismo, cuando ofrecen “protección” en un negocio y ante la negativa lo destrozan, para luego volver a ofrecerse argumentando «¿Vieron que necesitan protección?». En la película Misión imposible 1 el malo de turno, que es el jefe del grupo, se sincera y reconoce que al final uno se cansa de que lo utilicen, y de que el Gobierno para el que trabaja piense en no aprovechar más sus servicios; por eso comienza a trabajar por su cuenta. Este razonamiento señala el riesgo que se corre en la Argentina con casi 700 policías expulsados, y con reservorios de poder, como la SIDE, con enormes partidas presupuestarias que garantizan su trabajo, pero no su absoluta fiabilidad.

Es probable que la SIDE, en una carrera particular, haya dado mal el dato sobre los casetes de la AMIA al presidente. Es probable que haya sabido y no comunicado, como correspondía, lo que podía ocurrir en la Legislatura el 16/07/04 (al fin de cuentas hubo una reunión dos días antes ente Kirchner, Béliz y la SIDE donde se consesuaron estrategias para el viernes 16. Pero todo fue en vano). Es probable que la SIDE esté haciendo su propia pulseada con el Gobierno, y que el Gobierno, temeroso, elija no reaccionar para evitar un daño mayor. Es evidente que Kirchner se ha manejado en forma «desmañada» en el tema (el calificativo es de Eduardo van der Kooy).

En Policías y ladrones. La inseguridad en cuestión (Capital Intelectual, Buenos Aires, 2004) Alberto Binder hace notar que siempre ha habido violencia, y que los matices de las diferentes épocas radican en circunscribirla para permitir una vida medianamente tranquila. No existe un mundo bucólico donde vivir, sino una realidad caótica. El tema es cómo hacerla habitable. Dice también Binder que «gracias al miedo la relaciones propias de la democracia se pervierten y adquieren las formas del sistema feudal: es decir, la relación que establece el dirigente con el ciudadano se basa en el miedo y la protección que aquél promete darle» (p. 35), por lo que «el miedo es funcional a la relación de vasallaje y siervos» (p. 36).

Esta relación es la que impera en la Argentina. Y si el Gobierno no toma la decisión política de corregirla, todo irá peor. La sociedad puede ser paralizada por el miedo. Es lo más común. Pero también puede utilizarlo en su propio beneficio.

Decisión política

Dice Juan Luis Cebrián, fundador del diario El País, que puede utilizarse al miedo como «condicionante de cambio», y que en la España posterior a la Guerra Civil «no se convirtió en un terror paralizante ni en un pánico generalizado, sino que inoculó en las conciencias la prudencia y el relativismo necesarios que demandan situaciones como las que entonces vivíamos» (El fundamentalismo democrático. Taurus, 2004, p. 96). Esa elección es la que permitió a los españoles acuerdos impensados años antes, cuando el franquismo estaba en el poder. El Pacto de la Moncloa nació allí, con el miedo como alerta. Era preferible consensuar antes que regresar a la barbarie.

En este caso Argentina está mejor posicionada que España, porque fue el único país de Latinoamérica que enjuició a los militares del proceso. Brasil, Uruguay, Paraguay y Chile, entre otros, no hicieron nada porque el temor a las represalias fue mayor que el deseo de justicia. Argentina ya lo hizo. No puede ahora envilecerse por un grupo de violentos que sólo buscan perturbar y atemorizar. La sociedad requiere de respuestas, y desde el mismo miedo pueden surgir. Pero le compete al Gobierno tomar las decisiones políticas necesarias para comenzar los cambios requeridos. Si no lo hace, será evidente que el mismo Estado fomenta la violencia.

Hubo un cambio en el Gobierno a partir del destrozo de la Legislatura, que se llevó a Béliz y su equipo. Pero los cambios deben ser mucho más profundos que sacar a un par de ministros. Es hora de que el Gobierno construya una política de estado de seguridad.

© Carlos O. Antognazzi.
Escritor.
Santo Tomé, julio de 2004.

Publicado en el diario “Castellanos” (Rafaela, Santa Fe, Argentina, el 06/08/04). Copyright: Carlos O. Antognazzi, 2004.

Este artículo tiene © del autor.

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