Aylén me habÃa pedido permiso para traer a mi taller literario infantil de los domingos “a un amigo escritor que se llama Pablo”. Le respondà que, por supuesto, era bienvenido. Como me sospechaba, el escritor medÃa poco más de 120 centÃmetros. Era delgadito, rubio, de ojos enormes, que tal vez por la desmesura parecÃan eternamente atentos. VenÃa con una grueso cuaderno escolar bajo el brazo. Una vez hechas las presentaciones, pasamos a la lectura de (...)