Al despertar la mañana, las frías aguas garzas y azulencas del Miño, permanecían serenas y encalmadas. Sobre la ácuea superficie de satén, se dibujaban caprichosas celosías, formadas por inopinadas y discontinuas ráfagas de viento. Sus efímeras cuadrículas aparecían súbitamente, desplazándose con celeridad, a merced del céfiro caricioso y almibarado, que recorría el curso fluvial, en dirección al Océano Atlántico. En el anchuroso cauce se sucedían los cintilantes destellos, los cuales, (...)