En el centro de la sala, oscilando su cuerpo de un lado a otro, Nergui salmodiaba: «Cielo grandioso, ven, te lo ruego». TenÃa los ojos cerrados y asÃa un haz de cintas multicolores. Su voz era áspera y la melodÃa era repetitiva, como una antigua balada: «Oh, grandioso cielo azul, manto que me (...)