No es mi Chito, no, perro de raza. Pero lleva en sus ojos la nobleza. Amo en él su humildad, no su grandeza, que con la estirpe del dragón enlaza. Ni le gusta el rastreo ni la caza, siempre indolente al sol se despereza y oculto en su misterio a su Dios reza, al mismo Dios que nuestro ser abraza. No me importa su origen ni su cuna. Sólo pienso que viene de camino, que no hay en su ladrido pena alguna. Sólo amo en él que es como un niño mudo, que tiene igual que yo triste destino, que (...)