Después de un largo recorrido por pistas arenosas y pedregosas en muy malas condiciones, llegamos a la puerta del Sahara, allà columbramos un paisaje que se mostraba con todo su verismo, siendo paradójicamente este su mayor encanto y atractivo; recuerdo la densa y polvorienta nube de arena, que dejaba tras de sà nuestro todoterreno, como si se tratara de una misteriosa y mágica estela amarillenta, que según avanzábamos se iba difuminando, y desvaneciendo, hasta desaparecer por (...)