Estuve en la Isla Negra, en la casa que es, que fue, de Pablo Neruda. Estaba prohibida la entrada. Una empalizada de madera rodeaba la casa. Allà la gente habÃa grabado sus mensajes al poeta. No habÃan dejado ni un pedacito de madera sin cubrir. Todos le hablaban como si estuviera vivo. Con lápices o puntas de clavos, cada cual habÃa encontrado su manera de decirle; gracias. Yo también encontré, sin palabras, mi manera. Y entré sin entrar. Y en silencio estuvimos, (...)