No creamos que es más fácil elaborar un buen poema libre que uno clásico.
Cada vez que te leo, mi querida amiga, me inoculas un virus mental que no sé cómo calificar. Por favor, no me confundas, porque no se trata de un germen patógeno sino, por el contrario, de un microorganismo con capacidad para transformar el sentido común en algo de mayor entidad que el propio pensamiento. Se trata de "algo" que va más allá de la razón condicionada. Gracias, pues, por transmitirme la esencia de tus "subterráneas" percepciones. Digo "subterráneas percepciones", porque estimo que entre las sombras del subconsciente personal -que debe de tener alguna conexión con el subconsciente colectivo- se encuentran perlas luminosas capaces de llevarnos a un sublime estado de vigilia.
En el terreno poético, y literario en general, siempre, desde que tengo el honor y la fortuna de pertenecer a Metáfora, te he seguido con fidelidad. No por simpatÃa hacia tu persona -cosa que es evidente-, sino por la grave elocuencia de tus lecciones. No he apreciado en tus orientaciones poéticas desprecio alguno hacia el sentimiento, puesto que, en el fondo -aunque notablemente mitigado por tu formación-, el elevado sentimiento que te habita no puedes evitarlo. SÃ. Creo que eres una sentimental sin remedio. Incluso, a veces, ciertos poemas tuyos me han impresionado por la sinceridad que en ellos has derramado, detalle infrecuente en personas de talla intelectual como la tuya. (Sin intención laudatoria, ya que detesto el peloteo.) Pero vayamos al grano. Mi barroquismo literario es algo que no puedo evitar y que deseo me ayudes a corregir.
El proceso del sentimiento y la palabra, yo tampoco lo entiendo. De haber llegado al fondo de este misterio, lo más probable serÃa que me sintiese incapacitado para escribir versos. De ahà que, embarcado en la magia del desconocimiento más profundo sobre esta cuestión, me sienta feliz ante el ordenador... No, miento. Ante el ordenador, imposible. BolÃgrafor en mano y folio en blanco, en mi mesa de despacho. Otra cosa, diferente, es la narrativa. Prosigamos. Primero me brota el sentimiento. Mudo. Como si una mano misteriosa me oprimiese el pecho, percibo "algo"; me inquieto, me revuelvo y me sumerjo en un pozo de hondura abisal. Luego, generalmente, me encuentro con sensaciones encontradas. DicotomÃa bifurcándose en ángulo obtuso: amor y desamor, serenidad y rabia, tolerancia y rebeldÃa... ¡qué sé yo! Y la palabra. Escribo sin fijarme en sinalefas, antirrÃtmicos, aliteraciones ni metro. SÃ, por el contrario, mis impulsos danzan de forma rÃtmica. La cadencia me brota por toda la "anatomÃa" del pensamiento. Hasta que concluyo con la primera parte de mi trabajo. Después, cuando me sereno, ¡a corregir!. Maravilla de las maravillas, consulto los diccionarios: DRAE, MarÃa Moliner, Español actual, ideológico... ¡La intemerata! Diana, merece la pena vivir.
¿Tiene mucho opoco que ver el arte con la emoción? Creo que sÃ. Mientras pergeño, la emoción no me abandona. Me llegan nuevas sensaciones, y a veces, cuando más entusiasmado estoy con una palabra, encuentro en el diccionario, sin saber cómo ni por qué, un vocablo que me obliga, por su singularidad, a dejar totalmente anulada una estrofa. ¿Accidentalidad? No lo sé, porque en ese mundo la trama sensitiva pudiera ser que fuese más allá del fenómeno causa y efecto. ¿No es esto maravillosos?
Por los motivos expuestos, vuelvo hoy a insistir: la palabra tiene tanta fuerza, tal intensidad que, si no se elige la más adecuada, el sentimiento -fuerte en su nacimiento- queda empobrecido. Por el contrario, caso de acertar, se enriquece. La cosa tiene bemoles, ¿eh? Por eso cuando algún poeta, o poetisa, me dice que en poesÃa lo que cuenta es el sentimiento, sonrÃo. Ya no me irrito; ¿para qué?
Maestra, gracias por tus lecciones y por tu amistad.
Un abrazo.
Augustus.