Las barandas del puente flamearon peligrosamente. El bamboleo aumentó el frÃo que desprendÃa el hielo. Fernández, manejó el rumbo del bote. El motor ronroneó. La madrugada espiaba el silencio del glaciar. Expectante, casi tanto como los navegantes del gomón. Gómez le tomó la mano enguantada con la suya, pareció que la piel, ausente transitoria, llegara desde el interior del abrigo. Era difÃcil la jugada. Fernández no dijo nada a nadie. Se adivinaron con Gómez, en cierta (...)